Pero Duque siguió trabajando en contra de Cuba. Se ha mostrado incapaz de frenar el exterminio de los líderes sociales, pero ha develado supuestos escándalos de espionaje. Sin ninguna evidencia, desde hace un tiempo ha querido hacer ver a su embajador como conspirador dedicado a imponer gobernantes de izquierda radical en toda América Latina. Una acusación que recoge en reciente edición la revista Semana, hoy vocera de la extrema derecha.Por Consuelo Ahumada
Profesora Universidad Externado de Colombia. Miembro de número de la ACCE. Integrante del Colectivo de mujeres MALU
El pasado 11 de enero, en medio de la conmoción causada por la toma del Capitolio y a pocos días de salir de la Casa Blanca por la puerta de atrás, el ahora expresidente decidió incluir de nuevo a Cuba en la lista de países que patrocinan el terrorismo.
Aunque la decisión provocó rechazo en el mundo entero, pasó prácticamente inadvertida debido al escándalo y la incertidumbre reinantes. Como en tantas otras aventuras de su política exterior y en sus diversas agresiones a la región, en esta ocasión también Trump contó con el apoyo obsecuente y entusiasta de Iván Duque.
La mencionada lista fue concebida en diciembre de 1979 por el Departamento de Estado, en plena Guerra Fría, con base en la sección 40 de la Ley de exportación de armas. De manera arbitraria y polémica, le permite a Washington sancionar y amenazar a países soberanos, conforme a sus propios intereses y políticas imperiales. En 1982 el gobierno de Reagan incluyó a Cuba en esa lista. Las sanciones son diversas: prohibición de venta de armas, restricciones económicas y financieras, bloqueo de créditos en el Banco Mundial y otras entidades.
En desarrollo de su agenda de extrema derecha y de su política exterior agresiva, Trump decidió darle marcha atrás al proceso de restablecimiento de las relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba, iniciado por Barack Obama con la mediación del Papa Francisco. Punto culminante de este proceso fue el histórico encuentro del expresidente con Raúl Castro en La Habana el 21 de marzo de 2016, después de que Cuba saliera de la lista en cuestión. Pero todo eso quedó en el pasado.
El canciller cubano Bruno Rodríguez analizó las implicaciones de la política de Trump y se refirió a la aplicación de 240 medidas coercitivas unilaterales, tendientes a revertir las políticas de su antecesor. Impuso nuevas y fuertes restricciones para intercambios turísticos y cruceros, ingreso de aviones privados y vuelos chárter, y limitó el envío de remesas. “Al proponerse deshacer el legado Obama-Biden en política exterior, arremetió contra Cuba con particular ensañamiento y con el respaldo de una feroz campaña de difamación", señaló[1].
Así, la estocada final contra Cuba se fue preparando durante el último año. Hace unos meses, Washington la había incluido en la lista de los países que no hacen nada frente al tráfico de personas. A esto se sumó la inclusión de 231 empresas cubanas, la mayor parte de ellas del sector turístico, su principal motor económico, en las "listas negras" elaboradas por el Departamento de Estado.
Asimismo, desató una persecución financiera destinada a privar de ingresos y nuevas líneas de crédito a Cuba, que incluyó millonarias multas a bancos extranjeros que hicieran operaciones con el país y a reducir la capacidad de adquisición e importación de productos esenciales. Se esforzó por boicotear e impedir la entrada de combustibles y amenazó con severas multas a navieras, aseguradoras y buques que participaran en el abastecimiento de petróleo.
El bloqueo, las sanciones y amenazas, incluso a terceros países, se hicieron más fuertes y dolorosas en medio de la crisis sanitaria, mientras Cuba cumplía un papel ejemplar con el despliegue de misiones médicas a más de 70 países del mundo entero, muchos de ellos con condiciones precarias para atender la pandemia.
Sin embargo, para vergüenza de Colombia, fue el gobierno de Duque el que le proporcionó a Trump el pretexto para incluirlo en la tenebrosa lista de países que respaldan el terrorismo. El 13 de mayo pasado Washington informó su inclusión en su lista de países que no cooperaron en la lucha contra ese flagelo durante 2019. El motivo que adujo fue no haber atendido la solicitud por parte del gobierno colombiano para que extraditara a los dirigentes del ELN que integraron la delegación de paz, con motivo del repudiable atentado de este grupo en la Escuela de Cadetes de Bogotá a comienzos de ese mismo año.
Con esta medida, desconoció los protocolos suscritos el 5 de abril de 2016 por el Estado colombiano, la guerrilla y los países garantes, Cuba y Noruega, para el caso de que se diera una ruptura de la negociación.
En otro acto bochornoso e indigno, de los tantos que han marcado su política exterior, el gobierno de Duque celebró a viva voz el “espaldarazo” recibido de la Casa Blanca. Cinismo e ingratitud a toda prueba. Se cierra así cualquier posibilidad de salida negociada al conflicto armado con el ELN y se pone en peligro todavía más el golpeado acuerdo con las FARC. Precisamente lo que busca el uribismo.
Señala Humberto de La Calle, negociador del Gobierno Nacional en el proceso con las FARC que se adelantó en La Habana: “Los protocolos suscritos para los miembros del ELN obedecen a una práctica milenaria sin la cual se harían imposibles las conversaciones entre antagonistas armados”, y más adelante: “Es inaudito que se acuse a Cuba por honrar la palabra empeñada con el gobierno de Colombia. La afirmación de que fue suscrito ´con otro gobierno´ carece de toda validez internacional”[2].
Como Cuba se mantuvo firme en su posición de respetar sus compromisos como país garante, tal y como le correspondía, Colombia emprendió su revancha: por primera vez en la historia, se abstuvo en la Asamblea de la ONU del 2020 en la votación anual que se hace para condenar el bloqueo de EE.UU. contra la Isla. Además, puso a su diplomacia a hacer lobby para que incluyeran a Cuba en la lista de las naciones que patrocinan el terrorismo. Hasta que finalmente lo logró.
Importante tener en cuenta que la diplomacia a la que nos referimos es la ejercida por personajes como “Pacho” Santos, en la Embajada, y Alejandro Ordoñez, desde la OEA. Los mismos que junto con sus aliados de la extrema derecha republicana, pusieron al gobierno colombiano al servicio de la campaña electoral de Trump, causándole serios problemas a las maltrechas relaciones internacionales del país.
Pero Duque siguió trabajando en contra de Cuba. Se ha mostrado incapaz de frenar el exterminio de los líderes sociales, pero ha develado supuestos escándalos de espionaje. Sin ninguna evidencia, desde hace un tiempo ha querido hacer ver a su embajador como conspirador dedicado a imponer gobernantes de izquierda radical en toda América Latina. Una acusación que recoge en reciente edición la revista Semana, hoy vocera de la extrema derecha.
En medio de dificultades económicas y de la pandemia, la situación para Cuba no es fácil. Es cierto que hay presión por parte de algunos congresistas y de sectores de la producción y el comercio en Estados Unidos para que las relaciones con Cuba retomen su curso.
Pero también sucede que, sumido en una enorme crisis, el gobierno de Biden tiene otras prioridades y existen presiones en contra para revertir la medida contra Cuba. Además, la reversión de la medida tiene que pasar por todos los organismos de inteligencia, comercio, tesoro, defensa, lo que puede tardar varios meses. Según expertos, esta decisión tan nefasta está dirigida a entorpecer un eventual acercamiento a la Isla por parte de Biden, tal como lo prometió en su campaña.
Por último, sin desconocer ni minimizar la naturaleza imperialista de los dos partidos, es deseable que el nuevo mandatario retome la senda de Obama en las relaciones con Cuba y en cuanto al apoyo a la paz en Colombia. La defensa de unas relaciones internacionales de respeto entre los países le conviene a la región y al mundo en su lucha contra los avances del fascismo.
Notas
[1] Telesur, Jugada Crítica, enero 19, 2021.
[2] Humberto de La Calle, “Cuba ha apoyado la paz”, El Espectador, domingo 17 de mayo, 2020, p.44. Bogotá DC.
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