Edmundo Zárate
Profesor Universitario, PhD en economía
Uno de los caballitos de batalla de
Trump más impactantes ha sido su anuncio de levantar barreras proteccionistas
en Estados Unidos con el fin de evitar que mercancías baratas provenientes de
todo el mundo copen el mercado interno de su país. Así lograría que las
empresas gringas que se han establecido por fuera vuelvan al país, y con ello
se creen más puestos de trabajo fabriles. El mecanismo sería a través de la
renegociación de los tratados comerciales y del alza unilateral de los
aranceles. Veamos algunas de las aristas de este anuncio.
La
globalización es una medicina para el capitalismo
No está por demás empezar recordando que
Marx y Engels anticiparon la globalización capitalista como un resultado
natural de su evolución en El Manifiesto del Partido Comunista (1848), y
hasta dieron pistas para caracterizar a personajes como Trump:
“Espoleada por la necesidad de dar a sus
productos una salida cada vez mayor, la burguesía recorre el mundo entero.
Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos
en todas partes.
“Mediante la explotación del mercado
mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al
consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha
quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han
sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas
industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las
naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas
indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo,
y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las
partes del globo”.
En el tomo III de El
Capital, Marx ahondaría en el análisis explicando la manera como el
comercio exterior contribuye a contener la caída en la tasa de ganancia del
capitalismo, afectada por la maquinización.
Unos treinta años después de El
Manifiesto, hacia 1870, se iniciaría la llamada primera globalización, que
se extendió hasta 1914, cuando la Primera Guerra Mundial le dio un frenazo en
seco. Luego la Depresión de 1929 acabó definitivamente ese proceso.
Con
la caída del Muro de Berlín en 1989 se inició la segunda globalización,
enmarcada en la imposición del neoliberalismo como política económica de casi
todo el mundo. Aunque aún no puede afirmarse que esta globalización ya se
acabó, lo cierto es que alcanzó su nivel más alto en el 2008, antes del inicio
de la gran crisis de ese año.
Los estudios muestran que la primera
globalización fue más profunda que las cotas alcanzadas por la segunda en dos
aspectos: la cantidad de mercancías ofrecidas en el mercado mundial en relación
con el total producido, y la cantidad de capital exportado en relación con el
capital total existente. Es decir, en proporción, la primera globalización
avanzó más que la segunda.
De
“hecho en Estados Unidos” a “hecho en el mundo”
No
obstante, hay una gran diferencia entre las dos olas de globalización: en la
primera, las potencias exportaban productos terminados (maquinaria, textiles,
herramientas y artefactos como los telégrafos, los barcos o los bombillos) y
los países dependientes exportaban alimentos y materias primas en bruto. En la
segunda, en cambio, por la posibilidad de maquilar procesos tan disímiles como
hacer prendas de vestir o fabricar celulares, hoy China, México o Vietnam, a
más de productos primarios como petróleo o café exportan celulares, carros,
herramientas, gracias a las cadenas productivas. Es la confirmación rotunda de
los anuncios de Marx y Engels.
Ello
acarrea otra diferencia entre las dos globalizaciones. En la primera, la
exportación de capitales hacia las neocolonias era para extraer recursos
naturales. Así, por ejemplo, se hacían grandes inversiones para instalar
ferrocarriles y telégrafos (hechos en la metrópoli) en, digamos, Perú, para
extraer cobre, guano, nitrato. El resultado era que tanto la balanza comercial
como la balanza cambiaria eran favorables para la metrópoli y negativas para el
país sometido.
En
la segunda globalización hubo un cambio de fondo: la inversión extranjera es no
solo para construir infraestructura o explotar productos primarios, sino
también para edificar fábricas en los países atrasados, buscando salarios más
bajos. El resultado por tanto es diferente ahora: la balanza cambiaria sigue
siendo altamente favorable para los países desarrollados, como por ejemplo
Alemania, pero no siempre lo es la balanza comercial1.
El esquema del comercio con México muestra este fenómeno
hoy: Estados Unidos exporta capital a México para construir fábricas
ensambladoras de automóviles y similares, y le presta recursos al Estado para
que construya carreteras, puertos, ferrocarriles. Esa inversión produce una
gran ganancia para los gringos, que se refleja en un superávit de su balanza
cambiaria frente a México. Paralelamente, Estados Unidos le exporta a México
autopartes, que este país convierte en carros, que son exportados hacia Estados
Unidos. Como vale más el carro ensamblado que las autopartes, Estados Unidos
termina con déficit comercial. Pero para los capitalistas lo importante es el
rendimiento de sus capitales, que, como queda anotado, se refleja en superávit
cambiario.
Si
se quiere sintetizar la diferencia entre las dos globalizaciones bien podría
decirse que la segunda tiene muchísimos más engranajes que la primera. Por eso
fue relativamente fácil acabar con la primera globalización. Cuando estalló la
Primera Guerra Mundial, por ejemplo, la Ford de Estados Unidos dejó de vender
carros a Alemania, pero eso en nada afectó la producción de carros en Estados
Unidos. En cambio, hoy es tal la complejidad de engranajes que, siguiendo con
el sector automotor, las autopartes provienen de Estados Unidos, otras de
México y otras de otros países, para ser ensambladas en México y vendidos los
carros en todo el mundo.
Así
que lo primero por resaltar es que la muy intrincada red de la producción
mundial hace muy difícil que un país pueda aislarse. Justamente ese fue uno de
los puntos que tuvieron que afrontar los gobiernos de “izquierda” en América
Latina en la década pasada.
Si Estados Unidos decide bloquear el ingreso de
mercancías de cualquier lugar del mundo con el fin de obligar a sus
industriales a producir en el país, estaría ahogando una parte de lo que
verdaderamente interesa al capital financiero, la movilidad de las inversiones.
¿Qué sentido tendría invertir en fábricas en México o China si no es posible
ingresar a Estados Unidos las mercancías baratas producidas en el extranjero?
Ahora,
supongamos que Ford, Apple, General Electric y similares deciden dejar de
construir factorías en el extranjero (o no contratar con extranjeros la
producción de partes) y empiezan a producir en Estados Unidos. ¿Cuál será el
efecto en el número de empleos? Muchísimo menor del que Trump pretende, pues
para seguir siendo competitivos en los precios mundiales y enfrentar los
relativamente altos salarios que se pagan en este país respecto a los países
asiáticos o latinoamericanos, la única alternativa será construir fábricas
altamente robotizadas, manejadas con muy pocos obreros.
En el mejor de los casos los productos en Estados Unidos
no subirán de precio, pero, en cambio, la ganancia derivada de pagar bajos
salarios en empresas fuera del país se evaporará. Vista la historia en
retrospectiva, los fabricantes gringos sacaron las fábricas de su país como un
medio para mejorar su ganancia –como se anunciara en el tomo III de El
Capital–, y Trump pretende echar atrás la rueda de la historia.
¿Puede
frenar Trump la globalización?
Pero,
¿logrará Trump cumplir su promesa electoral? Para tener una adecuada
perspectiva del futuro deben tenerse en cuenta otros elementos. En primer
lugar, una parte importante de la economía gringa no depende del comercio
exterior de mercancías, de manera que ponerle trabas a ese comercio no afecta
al grueso de la economía. En efecto, en muchos casos puede hacerse una
separación entre el comercio exterior de mercancías, el de servicios y el
movimiento de capitales. Son dos expresiones diferenciables de la
globalización.
Son
muchos y muy significativos los ejemplos de movimiento de capitales de Estados
Unidos hacia el exterior, que en poco o nada se alteran por medidas
proteccionistas a la industria: Poner bancos en el extranjero, ofrecer seguros,
invertir en petróleo o minería, los negocios inmobiliarios en Estados Unidos
(para los capitales fugados) o fuera del país, invertir en depósitos de agua
(uno de los negocios lucrativos del momento), invertir en infraestructura,
comprar medios de comunicación, manejar internet o sus servicios (Facebook,
Twitter), prestar capital, vender franquicias, y un largo etcétera.
Los dueños de estos negocios (que en
general son hoy los más rentables y de mejores perspectivas en el mediano
plazo) no se afectarán con las bravuconadas proteccionistas de Trump, a
condición de que el mercado final de los productos en los cuales han invertido
no tenga como destino final a Estados Unidos. Aún en el caso de los
automóviles, quizá el más notorio, no todos los vehículos producidos en México
por filiales gringas vuelven a Estados Unidos, sino que se dirigen a
Latinoamérica y Europa.
En cambio, todos los inversionistas,
empezando por los industriales disgustados con su presidente, se verán
beneficiados con las otras medidas de Trump: rebaja de impuestos, congelamiento
de los salarios, disminución del gasto público.
La observación de
la fuente de ingresos de los colosos empresariales gringos muestra lo que hay:
en cierto sentido Apple tiene un pie en la industria del siglo XX (vender una
mercancía física como los celulares) y el otro en la del XXI (venta de música,
de películas, de software), en tanto que Google, Twitter o Facebook dependen en
altísima proporción de venta de servicios, que no se afectarán con medidas
proteccionistas. La fabricación de computadores, tabletas y similares emigró de
Estados Unidos en la crisis del 2001 para no volver. Acá el efecto viene por
otro lado, la política de inmigración de Trump que amenaza la entrada de
ingenieros y otros altos empleados técnicos provenientes del extranjero.
Otros grandes negocios son
los petroleros y los fondos de inversión, que, queda anotado, no se verían
afectados, y, entre los importantes, el de los medicamentos, también poco
expuesto a las medidas anunciadas.
El
sector agrícola muestra otro lio. El TLC con México arruinó a los campesinos de
este país y hoy casi toda la cosecha gringa de maíz y algodón, entre otros
varios, es exportada a México para ser, en parte, enviadas de vuelta en forma
de productos procesados. En este país los gringos establecieron factorías para
transformar estas dos materias primas en productos terminados.
Si
Trump sube los aranceles a las importaciones de estos productos finales, lo que
realmente estará haciendo es quitarles a los granjeros de su país la
posibilidad de vender sus cosechas a los mexicanos, que no tendrán interés en
adquirirlos si el mercado gringo se cierra.
En un balance general, los anuncios
proteccionistas de Trump chocarán con los intereses de una parte
proporcionalmente menor de los productores de ese país, mientras que a los
rentistas y especuladores no les afectará directamente. Dicho de otra manera,
Trump podrá poner arena en los engranajes de algunas cadenas productivas, sin
llegar a paralizarlas, es decir, refrenará la faceta comercial de la
globalización (por lo demás, harto achicada por la crisis de 2008). Obviamente,
hay que insistir, los inversionistas que financian el establecimiento de
fábricas en América Latina para exportar mercancías a Estados Unidos, perderán
un mercado para sus capitales.
También frenará la
movilidad de las personas, pero ante todo como expresión de la xenofobia que
han exhibido los altos mandos del gobierno Trump. Y, a no dudarlo, les impondrá
a los confundidos obreros gringos su cuota de “sacrificio”, es decir, mantener
grandes lacras que hoy los afectan, la baja paga, la creciente tercerización
(que alcanza hoy a ser de un 40% de la fuerza laboral allá) y el relativo
encarecimiento de las mercancías para garantizar la rentabilidad de los
productores, todo bajo la amenaza de que de otra manera dejará que los
industriales saquen sus empresas de Estados Unidos.
Pero para nada se meterá con el otro aspecto de la
globalización, la movilidad de capitales que no involucren la exportación de
plantas fabriles, antes bien, la acentuará y le dará mayores libertades, lo que
contribuirá a ahondar en una de las aristas más reaccionarias del capitalismo,
su arista financiera, es decir, el imperialismo.
Uno
de los efectos de las eventuales medidas de Trump en el resto del mundo es una
posible guerra comercial. Frente a sus socios más fuertes (Unión Europea, China
y Japón), las posibilidades de retaliación son reales, por lo cual Trump deberá
sopesar cada jugada, pues en estos lugares está el gran mercado para los productos
gringos más importantes.
Pero la amenaza de echarle arena a los
engranajes del comercio encontrará oídos receptivos entre los gobernantes de
muchos países que aceptarán renegociar los tratados, como empieza a percibirse
en el caso del presidente mexicano Peña Nieto. No obstante, ni aun así será
posible que un vasto sector manufacturero regrese a Estados Unidos como el de
confección de prendas de vestir (uno de los negocios más dinámicos hoy en el
mundo) o el de fabricación de computadoras.
Nota
1 Por razones que escapan al alcance de este
artículo no se ahonda en el hecho de que las dos balanzas son negativas para
Estados Unidos.
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