La política industrial de Trump
Protección
tosca e inútil en un imperio en decadencia
Edmundo Zárate
Profesor Universitario, PhD en economía
El actual andamiaje
económico de Estados Unidos se soporta en la llamada deslocalización de la
industria y, la otra cara de la moneda, en el gran peso que tiene el sector
financiero en la producción total del país en comparación con el manufacturero.
El presidente Trump anuncia que tomará medidas para recomponer el sector real
de la economía, pero la promesa tendrá muchas dificultades para materializarse.
Deslocalización, maquilas
y TLC
La deslocalización de la
industria es el mecanismo conocido comúnmente como maquila, cuya existencia se
remota a la década de 1960 en las relaciones entre Estados Unidos y México,
pero cuyo auge se dio desde la década de 1990. El asunto no es otra cosa que
instalar factorías en países atrasados, con bajos salarios, para la producción
total o parcial de automóviles, maquinaria pesada, computadores, aviones,
celulares, textiles, alimentos procesados, entre otros muchos productos. Se
entiende, financiadas en gran medida con capitales gringos que multiplican así
sus ganancias a costa de los trabajadores de los países subdesarrollados.
Este desplazamiento ha
creado una intrincada red de producción mundial de manera tal que las viejas
marcas nacionales “hecho en Estados Unidos” o “hecho en México”, han perdido
sentido y hoy se habla de “hecho en el mundo”. Es por eso que las promesas del
presidente Trump de reinstalar en su país todas las factorías será imposible de
cumplir, pues, ante todo, significaría obligar a sus empresarios a perder la
gran ganancia proveniente de los bajos salarios que pagan en las factorías
regadas por el mundo subdesarrollado.
Para el buen suceso de
las maquilas, el gobierno gringo impulsó en el mundo el Consenso de Washington
y en América Latina intentó crear una gran área de libre comercio, el Alca, a
mediados de los años 90. Pero la oposición encabezada por Brasil evitó la
materialización de esa política imperialista.
Entre tanto la Casa
Blanca, para atender las negociaciones con sus vecinos, Canadá y México, puso
en marcha por la misma época un mecanismo de integración que se conocería como
los tratados de libre comercio, TLC. Con ese prototipo andando, y ante el fracaso
del Alca, la política fue extender los tratados a toda Latinoamérica y el
sudeste asiático.
Los TLC con los países
latinoamericanos tuvieron oposición en estas tierras siendo mayor o menor
dependiendo de la resistencia que ofrecieron la clase obrera y los productores
nacionales. Como es sabido, también hubo oposición de sindicatos de
trabajadores gringos y hasta de una parte del partido Demócrata.
La conjunción de esas
fuerzas hizo que la política fuera imponiéndose en zigzag. En el caso de Brasil
sencillamente ni siquiera hubo negociaciones para un eventual TLC, mientras que
Chile –sin sindicatos después del terror pinochetista y sin fuerte industria
después de 30 años de aplicación brutal del modelo neoliberal conocido como
Escuela de Chicago– fue el segundo país en rubricar uno en el 2005, después de
México.
En el cuerpo de estos
tratados se pueden distinguir varios temas. Primero, no necesariamente el más
importante, es la rebaja de aranceles. Pero además está acabar con las barreras
no arancelarias al comercio, (obstáculos técnicos al comercio) tales como
requisitos sanitarios o medioambientales, prelación para los productores
nacionales, prohibición de importaciones por consideraciones políticas,
acatamiento (o sea, pago) de los derechos de autor, entre muchos otros.
También está el capítulo
de las garantías a los inversionistas, pero no solo a los que ponen maquilas
sino a los que hacen cualquier tipo de exportación de capital como los bancos,
las aseguradoras o los corredores de bolsa.
TLC a la medida Trump
Con estos datos en mente
se puede vislumbrar el rumbo que tomará la amenaza de Trump de que elevará los
aranceles para reinstalar las fábricas en su país. Ante la imposibilidad
objetiva de lograr el retorno, lo que pondrá en marcha será la renegociación de
los TLC ya existentes para obtener mejores condiciones para sus capitalistas.
Al primer gobierno al que
amenazó, ya respondió. En efecto, el canciller mexicano, Luis Videgaray, y el
secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, anunciaron que su país está
dispuesto a renegociar el TLC. Ni el más optimista podrá esperar que en algo
mejoren las condiciones para este país en la nueva versión que salga.
Un punto en los tratados
es el llamado “normas de origen”. Consiste en que, por ejemplo, productos elaborados
en México con materias primas o intermedias procedentes de Estados Unidos o de
México, pagan impuestos menores (o no pagan) al venderse en Estados Unidos.
Caminando por los intersticios de los parágrafos, inversionistas chinos y
japoneses (por ejemplo, la Nissan) hacen uso de esta norma para hacer aparecer
como mexicanos productos que se han originado en Asia. Se ha dicho que ese será
uno de los puntos a renegociar.
Es una guerra comercial
no declarada contra los asiáticos, que favorece a los inversionistas
norteamericanos, pero que no significará dejar de producir en México (o
cualquier otro país con maquilas gringas), ni tampoco implicará subirles los
impuestos a los fabricantes gringos en el extranjero, sino a los no gringos.
En este punto no hay que
perder de vista otro hecho: medido en capacidad de compra y en número de
compradores, el primer mercado mundial es la Unión Europea, y Estados Unidos
está en segundo lugar, pero, además, es mucho más autárquico el mercado gringo
que el europeo. Dicho de otra manera, en cuanto al comercio exterior lo
primordial es lograr acceder al mercado europeo, más que al gringo. De esa
manera, un fabricante como Apple o Microsoft o Ford podrá seguir produciendo en
México o en Portugal para vender en Europa, a pesar de los obstáculos que
intente poner Trump.
En el caso de las otras
dos grandes economías latinoamericanas, Brasil y Argentina, que se negaron a
firmar tratados dada su relativa fortaleza industrial y agropecuaria, Trump
cuenta ahora con dos dóciles presidentes (hace pocos días el presidente peruano
Kuczynski llamó “perritos falderos” a todos sus colegas de la región, con la
excepción, dijo, de Maduro). Uno de los primeros actos de gobierno del
argentino Macri fue pagarle a los fondos buitre los miles de millones de
dólares que el país se había negado a reconocerles durante 15 años.
En el resto del mundo
vale la pena destacar el TLC de Estados Unidos con Corea del Sur. Puesto que
los salarios no son tan bajos como los de Latinoamérica, ese TLC no tiene que
ver mucho con maquilas sino con normas arancelarias y no arancelarias mutuas y
garantías a la inversión.
Impuestos
Otro anuncio de Trump a
favor de la industria tienen que ver con el tema impositivo. El impuesto a las
empresas es superior a otros países desarrollados como Alemania, Gran Bretaña y
Japón, pero Trump ante todo usa como punto de referencia a Irlanda, una especie
de paraíso fiscal (por esta razón ha sido multado por la Unión Europea), para
decir que en su país las tasas no son competitivas y que deben bajar para
atraer capitales.
El
solo hecho de que le sirva de referencia Irlanda y no los países nórdicos que
tienen tasas mucho más altas, ya habla por sí solo de las intenciones
presidenciales y de la gran carnada que ello significa para los billonarios
gringos. Es sabido que varias multinacionales, empezando por la muy conocida
Apple, tiene su residencia fiscal en ese país para evadir impuestos en Estados
Unidos, y que, al igual que muchas otras, tienen cientos de miles de dólares en
efectivo en cuentas en paraísos fiscales, según estudios adelantados entre
otras por Mariana Mazzucato.
La rebaja de impuestos
trae un efecto importante, la escasez de recursos para atender el gasto
público. Hoy Estados Unidos tiene un abultado déficit fiscal que subsana a
través de un fuerte endeudamiento externo. Al hacer la rebaja impositiva y
sumársele el anuncio de que emprenderá una gran inversión en obras públicas
como carreteras, ferrocarriles y puertos, sin contar lo que invertirá en las
fuerzas armadas, es evidente que procederá a recortar los gastos sociales,
empezando por el de salud (conocido como el Obamacare). En cuanto a educación,
su secretaria del ramo ya anunció que daría mucha mayor prelación a los que en
Colombia llamamos colegios en concesión.
La rebaja de impuestos
ocurrirá a no dudarlo, pero ese factor no será lo suficientemente disuasivo
como para que reinstalen las fábricas en Estados Unidos, pero sí para seguir
consolidando el respaldo de la más rancia oligarquía gringa.
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