Pies descalzos (II)
INICIOS DE UNA POLÍTICA DE CRECIMIENTO Y CONSTRUCCIÓN
Alberto Herrera
Director de La Bagatela
Con el triunfo de Alfonso
López Michelsen en las elecciones de 1974, algunas agrupaciones políticas y gremiales, tuvieron expectativas de cambio. A
los 38 días de posesionarse en el cargo, el presidente de Colombia convocó la
“comisión tripartita”, cuya supuesta función consistía en propiciar el
entendimiento alrededor de la política económica a implementar. A la reunión
estaban citados además del Estado, las agremiaciones de las clases poseedoras y
las directivas de los trabajadores sindicalizados. Solo se escuchó la voz del
anfitrión de Palacio: “El cambio de la sociedad colombiana, que hemos
prometido, queremos adelantarlo en medio de la calma política y del consenso”1.
Cabe recordar que por aquella época los representantes de los trabajadores eran
las camarillas de UTC y CTC que siempre respaldaron las políticas oficiales, y
el Comité Ejecutivo de la Cstc, que había recibido de parte del nuevo gobierno
la personería jurídica dos semanas atrás, a la cual la Confederación tenía
legítimo derecho desde hacía diez años, y que dejó una constancia en contra de la propuesta
presidencial.
No había opción para
vacilación alguna, el inspirador del “mandato claro”, el antiguo disidente del
Frente Nacional, era el continuador del régimen bipartidista, así hubiera
llegado al Palacio de San Carlos con más ruido, prestigio y votos que quienes
le antecedieron en el mando. Y desafiantemente ante un pueblo, desde el
principio bendijo el carnaval de las alzas, presentó una represada reforma
tributaria, adornó el paraíso de la usura y poco demoró en implantar el Estado
de sitio; a la par su popularidad bajó sin parar.
Y
fue la promesa que hizo al presidente Gerald Ford en la visita a Estados
Unidos, la que confirmó que López no se apartaría del continuismo bipartidista:
“En la débil medida de nuestras fuerzas, señor Presidente, estamos dispuestos a
acompañar a los Estados Unidos, dentro de nuestra amistad tradicional, a
propiciar el cambio, a admitir las realidades, a reconocer derechos, a la par
que asumir responsabilidades, conservando lo que sea digno de conservar y
reconociendo la obsolescencia de lo que debe ser sustituido”2.
No demoró en aflorar la
protesta popular. Las huelgas de trabajadores se multiplicaron. Los campesinos
en su derecho a poseer tierra, adelantaron invasiones a propiedades de los
terratenientes y surgieron los paros cívicos en pequeñas y grandes poblaciones.
Se configura
la táctica de los pies descalzos
El PTC, por su parte, en el debate electoral
que ungió a López con la primera magistratura del Estado, logró avanzar
considerablemente en su propósito de extenderse y vincularse a las más amplias
masas populares. Obtuvo una curul en la Cámara de Representantes y un puesto en
los concejos de Bogotá, Medellín, Bucaramanga, Pereira y Pasto, entre otros.
¿Qué contribuyó a este avance? Ya en 1972 algunos cuadros se habían desplazado
a ciudades intermedias para atender la actividad política y las elecciones,
constituyéndose en una valiosa experiencia. En 1974 el reto era inmensamente
mayor y había que aprovechar el momento, pues era el fin constitucional del
Frente Nacional, y se había conformado una coalición de izquierda, la UNO, que
lucía atractiva a los ojos de los colombianos. El otro factor no menos
importante, era que se contaba con unos jóvenes que venían de participar en la batalla estudiantil de los años setenta, que
habían planteado y logrado justas y adecuadas transformaciones a la cultura y a
la educación tradicional. Adquirieron capacidad y experiencia en la lucha, y su
rebeldía, lejos de apagarse por las expulsiones, la persecución y la represión
oficiales, crecía y buscaba nuevos escenarios. Y se da la afortunada
coincidencia: el compromiso electoral y el deseo juvenil de una generación
empeñada en llegar más allá de lo realizado, en contribuir en otros campos a la
transformación de la sociedad. Ante el llamado del Partido a extenderse hacia
el campo, decenas de jóvenes dejaron la vida citadina y salieron con la mente
abierta y las manos limpias, a confrontar sus ideas con grupos poblacionales
ajenos a sus experiencias anteriores, en zonas y sitios desconocidas, con su
arsenal ideológico. El desafío era inconmensurable y solo una voluntad férrea y
un espíritu revolucionario podían permitir el éxito de la operación. En el
balance posterior al debate electoral se evidenciaron los beneficios y avances
de esta orientación y se decidió profundizar aún más la directriz: “deshacerse
de todas las ataduras, quitarse los zapatos para meterse al barro”. A dicha
política se le conoció como los pies descalzos.
¿Por qué al
campo?
Esta decisión política
tomada por un partido de izquierda desarmado, es un reconocimiento al campo y a
la importancia de tener representación y fuerza en este terreno, y muy poco se
tenía. Además el campesinado es el mejor amigo y aliado de los obreros, y si no
se llega a una estrecha alianza entre los dos sectores sociales, nunca habrá
una revolución. Hace 43 años, época de los hechos aquí narrados, casi el 40% de
la población colombiana vivía allí, en el campo. La tarea era ganarse el
corazón de los campesinos y quedarse con ellos.
Y también porque en 1971
llegó a su pico una nueva batalla por la tierra, la iniciativa la tomaron los
campesinos que, movidos por su subsistencia, invadieron latifundios para
trabajar. La respuesta oficial quedó consignada en el Pacto de Chicoral en 1972
que protegió aún más a la propiedad terrateniente. El campo ha sido un
escenario de violencia por más de 60 años y sin paz no se desarrollará.
Elecciones 1976: escenario propicio para la
oposición
Con el telón de fondo:
crisis económica, descomposición social y bancarrota del “mandato de hambre” se
iban a celebrar las elecciones de 1976. Esta batalla para las fuerzas
revolucionarias se llevaría a cabo en circunstancias verdaderamente favorables
en comparación a las de 1974, y en particular para el PTC “que salió por
completo del cerco político tendido a principios del período anterior por las
más variadas fuerzas enemigas, triplicó sus efectivos, consolidó la cohesión,
la unidad, la disciplina y la eficacia de sus filas y se encuentra en capacidad
de realizar su debate electoral en todo el país, incluyendo algunos territorios
nacionales. No tenemos pues, como en 1974, la disyuntiva apremiante de que o
constituíamos un frente electoral de izquierda o no podíamos garantizar ningún
éxito en las elecciones. Sin embargo, desde el punto de vista general de las
grandes necesidades que encara la revolución colombiana y de la probabilidad de
propinarle una contundente derrota a la reacción, nuestras fuerzas continúan
siendo débiles y un frente revolucionario, ahora, acrecentaría notablemente
nuestras perspectivas halagüeñas”3.
Para esa época, el
“mandato claro”, expresión de la coalición liberal-conservadora gobernante
afrontaba múltiples dificultades. El “consenso” que pidió para gobernar el
antiguo disidente del Frente Nacional, poco sirvió y la inconformidad creciente
enfrentó la iniciativa de los partidos tradicionales en esta campaña electoral.
Alrededor del
mundo
Simultáneamente en el mundo se darían otros acontecimientos, que sumados
a los ya mencionados en la anterior crónica (Guerra Fría, Revolución Cubana,
Mayo 68, protesta contra guerra en el sudeste asiático, enfrentamiento
URSS-China) conviene recordarlos y tener en cuenta: el 17 de abril de 1975,
después de más de un siglo de guerrear contra la dominación colonialista y luego contra el imperialismo
norteamericano, Camboya logró por fin su independencia, al igual que Vietnam
del Sur el 30 del mismo mes, y Laos el 3 de diciembre, constituyéndose en
naciones soberanas. El histórico triunfo fue noticia mundial y alentó a los
pueblos en su lucha por liberarse de cualquier yugo opresor.
Los pies
descalzos se abren camino
Mientras la nación se debatía en medio de grandes
contrastes y contradicciones, los pies descalzos adelantaban su labor, parecía que nada los detendría. La
presencia de estos seres “extraños” en las regiones
a las que se llegó, impactó. Los conocidos eran pocos y su permanencia en el
campo se logró por la acogida de familias que les abrieron las puertas de sus
casas, pues encontraron en ellos, una posibilidad de mejorar sus condiciones de
vida, de enriquecer sus conocimientos, de romper las limitaciones de la vida
campesina. Solo así se puede explicar la presencia allí de los descalzos por 13 años. Su
reto no estaba exento de dificultades. Atreverse a señalar a la manguala liberal-conservadora como responsable
del atraso y la miseria de los colombianos, produjo simpatías y enemistades. El
soporte dado a la actividad de los descalzos por una organización política de
los trabajadores, así fuera desconocida, la legitimaba, no era el capricho de
unos pocos sino la decisión de un partido. En todo caso, la llegada al campo
puede concluirse como un encuentro ganancioso para las partes involucradas.
Ya en el terreno se reafirmó la necesidad de crear organizaciones independientes que bregaran por
remediar las inmensas carencias y limitaciones que tiene la vida campesina. La
lista era interminable y la lucha colectiva y unificada empezó a dar frutos. El
propósito por recuperar tierras para trabajar era prioritario en las zonas de
grandes terratenientes. Entre más alejadas de los centros urbanos donde no
existía presencia del Estado, las necesidades eran mayores. Los descalzos se
propusieron llegar hasta el último habitante, porque además comprendieron que
un partido con raíces allá, sería una verdadera fuerza nacional y tendría
asegurada su existencia.
La forma de vida, su relación con las gentes,
sus aportes, la construcción de organizaciones campesinas, sus logros y los
problemas de adaptación, seguridad y subsistencia serán tema de la siguiente
crónica de los descalzos como protagonistas.
Notas
1 Alfonso López Michelsen. Radiografía de
una situación y plan de estabilización. Discurso ante la “comisión tripartita,
14 de septiembre de 1974. Ediciones del Banco de la República, 1974, pág. 33.
2 El Tiempo, septiembre 26 de 1975.
3 Contra el “mandato de hambre” ¡a la carga!,
editorial Tribuna Roja, feb 1976, pág 9.
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