En plena campaña electoral en el municipio de Achí, Bolívar,
aparecen los descalzos Alejandro Acosta y Francisco Cabrera (con el megáfono)
acompañados del dirigente liberal, Enrique Hernández, el candidato al concejo
Pepe Fernández y el dirigente campesino y concejal, Teófilo Rodríguez.
Mientras la situación del país empeoraba, nuestras filas crecían y se expandían.
Alberto Herrera, director de La Bagatela
Llegar a ciudades intermedias, vecinas a sitios estratégicos
de la geografía nacional, le permitió a esta fuerza de izquierda extender la
influencia política y ampliar su radio de acción. Fue el paso previo de la
corriente política para saltar a su escenario principal: el campo. Esa era la
meta, y como se ha narrado en estas crónicas, los pies descalzos lograron
penetrar y quedarse allí.
Superar los obstáculos
Este relato puede parecer idílico o romántico, pero no fue
una decisión sencilla ni fácil de implementar. Su sustento económico era
reducido. La organización política en los sitios donde arribaron los descalzos
era casi inexistente o muy débil: estaba integrada por sectores empobrecidos y
aunque su apoyo fue definitivo, las condiciones materiales de vida eran
exiguas. Las oportunidades de empleo para los descalzos eran escasas. El solo
arrojo y la firme convicción en la labor a realizar, conjugados con la acogida
de los habitantes de las zonas alcanzadas, dieron estabilidad a los descalzos y
permitieron construir una red que se extendió por toda Colombia.
Desde la aparición de los primeros descalzos, las
autoridades locales, las fuerzas militares y de seguridad del Estado los
conocieron y los hostigaron. Fueron intimidados, requisados en la calle, su correspondencia
violada, la propaganda política retenida, su movilidad restringida y les
aplicaron hasta la arcaica pena del extrañamiento o destierro. Sus dirigentes,
sin cargos ni demandas, fueron detenidos y trasladados a brigadas del ejército
en las capitales1. Sus derechos individuales vulnerados2. Todo esto sucedió a
pesar de ser conocido el rechazo al uso de las armas como instrumento político
por parte de esta organización de izquierda. Siempre se les quiso relacionar
con los movimientos guerrilleros con el objeto de detener y entorpecer el
avance de esta novedosa orientación política.
Logros organizativos y políticos
A pesar de las dificultades para adaptarse a un terreno
desconocido y agreste, de no contar con recursos económicos y de ser
perseguidos, la labor política se abrió camino. La conformación de
organizaciones campesinas que aglutinaron importantes dirigentes en cada región
era realidad. Esa actividad se conjugó con la participación en elecciones,
cuando se difundió el ideario de la izquierda democrática entre las masas, sin
olvidar que la competencia electoral siempre ha sido amañada y desigual en
Colombia. La utilización de los recursos públicos y del poder del Estado para
comprar conciencias, engañar a los votantes o simplemente alterar los
resultados electorales, son prácticas fraudulentas que persisten en nuestro
sistema electoral, y el campo es terreno abonado para todas ellas. Desde los
comicios de 1974 cuando surgieron los pies descalzos hasta 1987 cuando salieron
del campo, se participó en las elecciones y se conquistaron curules en decenas
de concejos municipales repartidos por toda la geografía nacional. Además, el
ejercicio electoral sirvió para establecer acercamientos y alianzas con fuerzas
democráticas, descontentas con los gobiernos de turno, y para diferenciarse aún
más de la posición abstencionista de la extrema izquierda. Se puede afirmar que
la participación electoral fortaleció la influencia política.
“Mandato de hambre y represión”
No se puede pasar por alto el curso de los acontecimientos
nacionales del momento para entender el accionar de los pies descalzos. Entre
los factores positivos que se daban en el país sobresalía, “la crisis económica
y política de la coalición oligárquica dominante y en particular la estruendosa
bancarrota del gobierno de López Michelsen, marcado con el estigma del
desprestigio, carcomido por el cáncer de la corrupción y traspasado por el
fuego de las distintas fracciones en pugna de los viejos partidos”3, que sumada
a las sistemáticas medidas antipopulares y despóticas del continuador,
“producto de su profundo carácter reaccionario y proimperialista, no obstante
martirizar inclementemente a las masas trabajadoras y envilecer el país, han
terminado por convertirse en un aspecto positivo, ya que desgarraron los velos
del engaño y permiten contemplar tal cual es la figura histriónica que rige los
destinos de la nación, con sus reales intereses de clase, sus turbios
propósitos, sus perversas intenciones, su desprecio infinito por la opinión de
la mayoría forjadora de las riquezas de Colombia”4.
Argumentando favorecer al 50% más pobre de la población, el
gobierno aprueba una reforma tributaria con el aumento del IVA, “mecanismo
favorito para que tribute preferencialmente el pueblo a través del consumo de bienes
y servicios. A las pequeñas y medianas industrias, que constituyen por
excelencia la producción nacional no imperialista, se les duplicaron y hasta
quintuplicaron las cargas”5.
La descripción del momento es narrada con asombrosa claridad
por el texto ya citado, escrito por Francisco Mosquera en febrero de 1977: “El
mandato lopista ha sitiado al proletariado colombiano y lo ha sitiado por
hambre. Su política laboral tiende a estrechar más y más el cerco. Como es
obvio, la respuesta de los obreros no se hará esperar y el futuro está preñado
de importantes acontecimientos. Por ahora la inflación ya tumbó un ministro y
el movimiento sindical una ministra... dos años y medio de continuismo arrojan
un balance contundente. Mayor control del imperialismo. Enriquecimiento de la
minoría oligárquica. Retroceso de la producción nacional. Corrupción.
Desempleo. Hambruna”6.
Apenas siete meses después, y precedido de numerosas luchas
de trabajadores petroleros, cementeros, metalúrgicos, del Seguro Social, de los
maestros y otros más, de decenas de poblaciones levantadas en paros cívicos, se
realizó el 14 y 15 de septiembre de 1977 el paro cívico nacional organizado por
las centrales obreras, que se constituyó en la mayor y más contundente protesta
popular en Colombia de los últimos 40 años. Esta mención solo busca mostrar
hasta dónde pueden llegar las promesas falsas de los gobernantes y la respuesta
de un pueblo engañado. En solo Bogotá la fuerza pública asesinó a 33 ciudadanos
durante las jornadas de paro y “solo al presidente López, en su temblorosa y
tartamuda alocución del 14, se le ocurrió con el sol a las espaldas, declarar
que el paro había sido un fracaso”7.
Llegar hasta el último habitante del campo
Ante el auge de las batallas populares y la respuesta
institucional de militarizar la vida del país, la dirección del PTC optó por
vincularse más estrechamente con la población y sus luchas en todo el país. La
política de los pies descalzos había sido un acierto y no había tiempo que
perder. A la orientación que arrancó con simples y sencillos jóvenes, se le
sumaron más de un millar de hombres y mujeres, obreros y profesionales,
pensionados y desempleados; fue un paso trascendental que buscaba expandir y
proteger esta corriente en medio de una violencia venida de atrás y ahora
exacerbada con la irrupción de otros grupos armados de distinta procedencia, en
la disputa política. El Partido se había propuesto, en su proceso de
crecimiento, llegar hasta lo más remoto, lo más lejano, lo más olvidado y lo
logró.
Profundizar en los pies descalzos permitió conocer la
diversidad que se vive en el campo ligada a dos variables estrechamente
vinculadas: la distribución de la tierra y la forma de producir en ella. Si
bien se llegó a regiones de producción avanzada e intensa como la zona
cafetera, la algodonera de Córdoba o la bananera de Urabá y del Magdalena,
también se adelantó una actividad en zonas de latifundistas y se penetró a
zonas de colonización, donde campesinos sin tierra y sin cómo adquirirla, se
asentaban y encontraban sitio para sembrar y asegurar su sustento. En estas
últimas, situadas distantes de los centros, todo hacía falta y era una
oportunidad para actuar. Ni el Estado ni la Iglesia estaban presentes, la
población actuaba por su cuenta, poco organizada y con muchas privaciones.
Después de muchas idas y venidas, de consultas y
discusiones, se propuso en las zonas de colonización la creación de
cooperativas campesinas que estimularan el producto que representaba el mayor
ingreso de cada zona. Esa decisión permitió un acercamiento con habitantes del
campo de zonas apartadas que vieron en la propuesta de estos avezados
mensajeros una posibilidad de mejorar sus ingresos y de superar inmensas
limitaciones que provocaba su aislamiento. Con esta orientación se abrió una nueva
tarea en sitios estratégicos, que arraigó aún más a los descalzos con
pobladores de nuevas regiones y que proporcionó un avance político sólido.
Durante los 14 años de permanente presencia de los descalzos
en zonas rurales, se puede decir que fueron objeto de acusaciones falsas y
maltratos que llegaron hasta convertirse en asesinatos. Al inicio, por parte de
agentes del Estado, luego por fuerzas armadas irregulares. Es un daño
desconocido y no reparado que se demostrará a medida que avancen estas crónicas.
Esta corriente, que sobrevivió en difíciles condiciones el asalto de la
violencia a la política, es víctima ignorada en Colombia sin estar involucrada
en la conflagración armada. Llegará el momento en que la historia reconocerá el
arrojo y reivindicará las acciones de los pies descalzos.
Notas
1 “Persecución
política en Magangué”, Tribuna Roja, pág. 13, Nº 24, diciembre de 1976.
2 “Asesinado
dirigente del Moir en Maicao”, Tribuna Roja, pág. 20, Nº 26, marzo de 1977.
3 “Las
condiciones son excelentes” Editorial, Tribuna Roja, pág. 2, Nº 25, febrero de
1977.
4 Ibid.
5 Ibid.
6 Ibid.
7 El Paro
Cívico Nacional mostró el poderío obrero. Periódico Tribuna Roja, Nº 29, pág.
4, octubre de 1977.
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