Soviets, los Consejos Obreros de la revolución bolchevique.
El PTC se une a la conmemoración planetaria del centenario de la gran Revolución de Octubre no como ritual consabido y rutinario de la celebración de efemérides, sino para vincular su significado histórico a los asuntos mayores de la Colombia y del mundo de hoy. Ese vínculo atravesó la centuria pasada y persistirá más allá del siglo XXI. Por una parte, es la cuestión candente de si la agudización de todas las desigualdades, las sociales y las nacionales, la proliferación de las hambrunas, la exacerbación de los horrores de la guerra y el peligro creciente de la extinción de la especie humana y de la vida en el planeta por el agravamiento del calentamiento global, constituyen ya evidencia suficiente y comprobación fundada de que la raíz común de males tan insufribles es el capitalismo como régimen económico y social. Y de otro lado, sobre la base del balance de la experiencia del primer siglo de socialismo en el mundo, si este régimen social o tipo de sociedad puede reemplazar para siempre al capitalismo. En este año, la celebración del PTC se esforzará en este propósito. Con ese fin publicamos ahora el artículo del fundador y líder del Partido, Francisco Mosquera, sobre el grandioso acontecimiento de la historia mundial.
Francisco Mosquera
Artículo publicado en Tribuna Roja Nº 30, de la segunda
quincena de noviembre de 1977
Los marxista-leninistas y las masas
obreras conscientes de todo el orbe celebran con indescriptible regocijo en
este mes el 60 aniversario de la gloriosa Revolución Socialista de Octubre. La efemérides encierra una extraordinaria trascendencia. Trae a la memoria, como es
profusamente sabido, la fecha en que el partido de la clase obrera de Rusia,
capitaneado por Lenin, derroca a la burguesía dominante y, sobre las ruinas de
la sociedad explotadora, implanta el primer Poder socialista que logra
consolidarse.
Ya antes, en 1871, el proletariado
había intentado “tomar por asalto el cielo”, según la expresión de Marx acerca
de la Comuna de París. En aquella ocasión el intento de instaurar el dominio
obrero sobrevivió escasamente dos meses, ante la feroz arremetida de la
confabulación de los capitalistas europeos. El experimento, sin embargo, no fue
del todo fallido. Con la Comuna el marxismo desentrañó uno de los fundamentos
medulares de la revolución del proletariado, el de que al triunfar no puede
apoderarse de la vieja máquina estatal existente y ponerla a su servicio, sino
que debe demolerla y sustituirla por otra nueva, por el Estado de los
trabajadores, que es el comienzo de la extinción de todo tipo de Estado. Para
garantizar el éxito, construir el socialismo y preparar el tránsito a la
sociedad comunista, ha de cambiarse de la forma más completa y radical la
dictadura de la burguesía por la dictadura del proletariado. Históricamente la
clase obrera ya había aprendido cómo hacerlo y contaba para ello con un modelo
vivo, la escuela de los comuneros de París. Empero, mediarían 46 años de agudas
contiendas para que se presentara otra oportunidad tan clara de “asaltar el
cielo”.
Poderosos obstáculos tendrían que ser
superados: encontrar la salida acertada a los múltiples problemas surgidos en
la distinta situación, y especialmente desenmascarar y derrotar el ala
oportunista prevaleciente de la socialdemocracia internacional que revisaba el
marxismo, se plegaba a la burguesía y envilecía el espíritu revolucionario de
la masa obrera. Vladimir Ilich Lenin, el gran maestro del proletariado, echó
sobre sus hombros esta monumental empresa y la llevó a cabo genialmente.
Rescató a Marx y a Engels de manos de sus falsificadores y desarrolló el
marxismo con las conclusiones teóricas sacadas del análisis de la transición
del capitalismo de libre competencia al capitalismo monopolista, o
imperialismo, su última fase de descomposición y agonía, antesala de la
revolución socialista. Enfatizó primordialmente sobre la ley inexorable del
imperialismo de depender cada vez más para su supervivencia del saqueo de los
países atrasados y sometidos y sobre su naturaleza guerrerista, derivada del
afán irresistible de aumentar sus colonias y de desalojar a sus competidores.
Caló certeramente y explicó en decenas de sus obras la debilidad estratégica
del imperialismo a pesar de su apariencia omnipotente, señalando la constante
de que siempre que este se embarca en la aventura de la guerra termina
ahondando sus contradicciones y vulnerando sus fuerzas. Apoyándose en el
fenómeno del desarrollo desigual económico y político del capitalismo, fenómeno
mucho más agudo en la etapa imperialista, elaboró, contra la creencia gestada
en circunstancias anteriores diferentes, la importantísima tesis de que el
socialismo conseguirá imperar en uno o en unos cuantos países, mientras los
demás seguirán siendo, durante algún tiempo, burgueses o preburgueses. El
estallido de la Revolución Socialista de Octubre vino a corroborar esta y las
otras predicciones magistrales de Lenin.
Si echamos una ojeada global al
desenvolvimiento de las sociedades, observaremos cómo la historia marcha en un
sentido ascendente. Desde la aparición de la división entre poseedores y
desposeídos, amos y esclavos, explotadores y explotados, y a través de cruentas
y prolongadas luchas de clase, el hombre ha pasado sucesivamente del esclavismo
al feudalismo y de este al capitalismo. Han sido saltos adelante de enorme
significación que han redundado en pro del progreso y de la ciencia. Con la
Revolución de Octubre se inicia el proceso de la transición del capitalismo al
socialismo. De ahí la repercusión sin par de este acontecimiento que inaugura
una era mucho más brillante, no comparable con las precedentes, ya que permite
el advenimiento de la única sociedad que cifra la razón de su existencia en el
empeño de abolir todo tipo de explotación, y, por lo tanto, tiende naturalmente
a acabar las clases y la lucha de clases. Ello se debe a que por primera vez
los artífices de las transformaciones sociales no son los explotadores, sino
los esclavos modernos, el proletariado.
La burguesía declina hacia su
perdición definitiva, mientras los trabajadores son los héroes del día, cuya
misión coincide con las grandes tareas renovadoras de la época y con los
anhelos de la abrumadora mayoría de la población. Como sepultureros del imperialismo,
los obreros tienen el encargo de derrumbar la dominación burguesa en las
repúblicas capitalistas desarrolladas; alcanzar la liberación nacional y
perseverar en la autodeterminación de los pueblos de las colonias y
neocolonias, y por doquier preparar el terreno para imponer el socialismo o
afianzarlo donde esté establecido. En los países en los cuales persiste el
semifeudalismo y se combate por la independencia de la nación, la clase obrera
se alía con el campesinado y demás fuerzas antifeudales y patrióticas, incluso
con las capas progresistas de la burguesía que colaboran con el programa
nacional y democrático de la revolución, precaviéndose de ejercer correctamente
la dirección en la alianza y de no hacer concesiones de principio. Esto es posible
porque en las condiciones universales reinantes, las luchas revolucionarias,
democráticas y de avanzada coadyuvan a la causa del proletariado, y este las
respalda y se esfuerza en profundizarlas y encauzarlas a favor de sus objetivos
finales. En la era de la revolución socialista mundial el movimiento liberador
de las naciones sojuzgadas hace parte integrante de aquella y la clase obrera
internacional lo conduce a su conquista más completa, con miras a propiciar la
voluntaria relación de los países, sobre la base del mutuo respeto y del
beneficio recíproco, sin lo cual el socialismo sería una grotesca mascarada.
El ejemplo de la emancipación rusa,
agigantado con los años, constituye la meta suprema de las masas trabajadoras
del globo. Mao Tsetung recuerda que la revolución china representa la
prolongación de la victoria socialista de 1917. De la misma manera, el resto de
repúblicas desgajadas del podrido tronco imperialista reafirma la aplicabilidad
perdurable de los grandiosos postulados de Octubre. Es la esplendorosa
confirmación de la coherencia y desarrollo del marxismo que, como arma
ideológica invencible de la clase obrera, antes que perder lozanía se proyecta
vigoroso hacia el porvenir.
Pravda fue la publicación oficial, el órgano del Partido Comunista de la Unión Soviética. Existían otros periódicos que actuaban como diarios oficiales de órganos estatales; por ejemplo, Izvestia, en el ámbito de las relaciones internacionales, era el medio de expresión del Soviet Supremo, Dneven Trud el de los sindicatos, Komsomolskaia Pravda para la organización del Komsomol y Pionerskaia Pravda la gaceta de los Jóvenes Pioneros.
No obstante la permanente validez de las apreciaciones de Marx y Engels, algunas de ellas con más de siglo y cuarto de vigencia, su doctrina no ha permanecido estática sino que se enriquece a medida que la práctica social ha ido descubriendo nuevos asuntos por solucionar. Stalin indicó con agudeza que “el leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria”. Desaparecido Lenin, a Mao Tsetung le correspondió, además de sus incontables aportes hechos al marxismo-leninismo en todos los aspectos, atender y resolver una cuestión fundamental: la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado. Partiendo de las advertencias de los esclarecidos ideólogos de la revolución obrera y sintetizando las experiencias de China y en especial la del ulterior desenlace negativo de la Unión Soviética, que después de ser el primer Estado proletario se transmutó con Kruschev y sus sucesores en una nación socialimperialista, Mao enseña que el socialismo abarca un período bastante largo en el cual todavía no son eliminadas las clases ni la lucha de clases, ni desaparece el peligro tanto de la restauración del capitalismo como de la agresión externa imperialista. Durante este período hay que insistir en la dictadura del proletariado sobre la burguesía y efectuar revoluciones cada vez que esta hace carrera dentro de la sociedad socialista y usurpa las posiciones claves del Poder.
El
prestigio del marxismo es tal que muchos de sus encarnizados opositores han
optado por declararse partidarios suyos con el objeto de mellar su filo. Tan
repetido es el caso, que desde los tiempos de Lenin, estos contrincantes
solapados configuran la principal amenaza contra la revolución y reciben el
mote de revisionistas. Combaten veladamente con los argumentos más impúdicos la
justa idea de que el proletariado está obligado a utilizar la violencia
revolucionaria contra la violencia contrarrevolucionaria, si aspira a romper
los grilletes de la esclavitud y levantar su dictadura de clase. Los
marxista-leninistas saben que la “transición pacífica” de un régimen social a
otro seguirá siendo una cosa rara, y que sin la creación de un ejército propio
el proletariado no tendrá esperanzas de redención. La insurrección armada les
dio la supremacía real a los obreros y campesinos de los soviets de Petrogrado,
de Moscú y de Rusia entera. Los auténticos comunistas no permitirán que esta ni
ninguna de las imperecederas lecciones de la Revolución de Octubre sean
escamoteadas.
El Consejo de Comisarios del Pueblo, 1918 (en la foto, Lenin, Shteynberg, Komkov, Bonch-Bruévich, Trutovsky, entre otros).
La batalla ideológica y política
permanente contra el revisionismo resulta imprescindible para vencer las
fuerzas imperialistas y socialimperialistas. Renunciar a esa lid significaría
abandonar la defensa del marxismo-leninismo, debilitar el partido de la clase
obrera e impedir que esta cuente con una vanguardia fogueada y diestra,
dispuesta en todo momento a impartir las orientaciones salvadoras para destruir
a un enemigo mortal, ventajoso y cruel.
Hoy como ayer el revisionismo es una
contracorriente internacional; salvo que ahora se halla más extendido y su meca
se encuentra en Moscú, la antigua capital revolucionaria. Romperle el espinazo
resultará más difícil que en el pasado por el soporte que le proporciona la
Unión Soviética y demás repúblicas satélites de esta. Mas se halla
irremisiblemente condenado. El revisionismo convirtió a la patria de Lenin y
Stalin en un país socialimperialista voraz, regido, como cualquier
imperialismo, por las mismas normas ciegas expansionistas de explotación y
dominación del mundo. Pero, también como a aquél, lo dotó de un cuerpo colosal
sobre unos pies de barro y lo predestinó al fracaso. Por mares y territorios de
los cinco continentes se ven las tropas soviéticas, o sus armamentos en manos
mercenarias, amedrentando a los pueblos, disputando la hegemonía al
imperialismo norteamericano y amenazando la paz mundial. De desatar la tercera
guerra general sólo encontrará sosiego en la tumba. Si no lo hace, de todos
modos el alud tumultuario de miles de millones de pobladores del planeta le
caerá encima y tarde que temprano las baterías del Aurora volverán a escucharse
en Leningrado.
***
A pesar
del tiempo y la distancia, para Colombia guardan plena vitalidad los principios
tras los cuales se atrevieron los tenaces bolcheviques de Rusia a concitar el
odio de la reacción en el amanecer del siglo XX. Somos una nación pequeña y
subdesarrollada, sometida a la égida neocolonial del imperialismo
norteamericano, pero integramos el más gigantesco frente de lucha jamás
conocido, pues nuestros intereses se confunden con los de los pueblos
aplastantemente mayoritarios que en todas las latitudes pugnan por lograr su
independencia y soberanía, y junto a ellos peleamos en la primera trinchera
antiimperialista.
Debido al hecho de estar dirigida por
el proletariado y contra el imperialismo, nuestra revolución, aunque sea
actualmente de esencia democrática, no solo contribuye al buen suceso de la
revolución socialista mundial, sino que en lo interno culminará inevitablemente
en el socialismo. La clase obrera colombiana, mediante prolongadas y cruentas
confrontaciones con los opresores tradicionales, viene forjando su partido y
preparándose para desempeñar dignamente el puesto de comando de la revolución.
Ha obtenido notables avances en el empeño de arrancarles la careta al
oportunismo y al revisionismo y de expulsarlos de sus filas. Estimulando y
solidarizándose con la brega heroica de los campesinos en procura de la tierra
y la libertad, y propiciando las acciones del resto de sectores democráticos,
el proletariado de Colombia desarrolla la alianza obrero-campesina y alienta un
formidable movimiento que unirá al pueblo bajo las banderas de la liberación
nacional. Comprende que la más apremiante necesidad es obtener el derecho a
forjar el destino de la nación sin intromisión ajena, como la más excluyente
condición para arribar a la sociedad socialista, fin superior de todos sus
desvelos. Por eso combate sin tregua ni descanso hasta pulverizar el yugo
colonialista de los Estados Unidos, y jura que preservará a cualquier precio la
soberanía alcanzada, frente al socialimperialismo y demás filibusteros
internacionales. Sus luchas y proclamas encontrarán amplia resonancia en
Latinoamérica y su victoria aumentará la gloria del Octubre de 1917.
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