Pero los negocios de Trump y su séquito están en contravía de los banqueros en este punto ‒en el del manejo de la emisión monetaria‒, por lo cual ha recurrido a otro atajo, la reducción de los impuestos a los grandes monopolios. Hay abundante evidencia empírica y teórica de que disminuir los impuestos a los millonarios ni crea más empleos ni mejora el sector productivo sino que se convierte en mayores ganancias (análisis que para el caso de Colombia vale la pena difundir). Aun así, con el beneplácito del grueso de la burguesía gringa y de no pocos obreros engañados, Trump introdujo una sustancial rebaja de impuestos. La correspondiente ley tuvo mínimos tropiezos en el Congreso gringo, mientras que, al igual que en Colombia, ha sido imposible aumentar el salario básico, que sigue siendo hoy el mismo de hace quince años para el gringo medio.
Pascual Amézquita
Tomado de El Bancario
Tomado de El Bancario
La llegada del
Trump a la presidencia de Estados Unidos sorprendió hasta a la misma dirigencia
gringa. Una agresiva y tramposa campaña electoral auguraba la victoria.
Pero más allá
de la forma tosca y provocadora de la campaña y de los artilugios usados para
ganar en unos poco representativos distritos electorales con desproporcionado
peso en la cuenta final, la balanza se inclinó a su favor por cuenta de una
especie de nueva ciencia económica que para comodidad de la lectura llamaremos
“trumpanía”: rompimiento con muchos de los paradigmas que fortalecieron al
imperio usando tácticas de jugador de garito, gritos, empujones, mentiras,
agresiones, matoneo.
La consigna y
ejecución práctica de “hacer grande a América” condensa unos lineamientos de
política económica que causan horror hasta en multimillonarios como los hermanos
Charles y David Koch que siempre han sido el baluarte ideológico y monetario
del partido Republicano. Estos y otros billonarios ven con preocupación una
política que, aunque ha traído grandes ganancias en el corto plazo, está
cocinando, a mediano plazo, una merma aún mayor de la ya bastante averiada
economía gringa.
La guerra comercial
Uno de los
síntomas del ocaso del imperio gringo es el saldo que arrojan las mediciones de
sus actividades internacionales. Para lo que importa en este artículo conviene
tener en cuenta que hay dos cuentas o balanzas que miden esa actividad
económica con el extranjero. Una es la balanza comercial que compara las
exportaciones e importaciones que hace el país, arrojando un déficit o un
superávit. En sus momentos de auge, los imperios han tenido un superávit en
esta cuenta pues, como se comprende, exportan más de lo que importan. La economía
gringa empezó a mostrar déficit crónico en los años 1970 y salvo pocos años, en
general el problema no ha tenido solución.
La otra cuenta
o balanza es la llamada cuenta corriente (o cuenta de capital), que compara las
salidas de dólares del país (por las compras en el extranjero pero sobre todo
por la exportación de capital para invertir en el extranjero) con la entrada
(por las ventas en el extranjero y por las ganancias obtenidas por los
capitales invertidos en el extranjero). Como es obvio, esa cuenta es
deficitaria en países como Colombia por la simple razón de que los
inversionistas extranjeros sacan más dólares de los que invierten cuando se
miran varios años.
Pero es de
suponer que las potencias obtengan un superávit en la cuenta corriente, como en
efecto ocurre en Alemania o China. Estos países tienen un fuerte sector
exportador y grandes inversiones en el extranjero. Por el contrario, aunque los
gringos tienen inversiones en estos países, el rendimiento es menor al que se
produce a la inversa, es decir, a las ganancias que obtienen chinos y alemanes
en Estados Unidos. El resultado es que los dos primeros ganan a costa de los
gringos. Vale acá recordar a Marx,
“Nada de
extraño tiene que los librecambistas sean incapaces de comprender cómo un país
puede enriquecerse a costa de otro, pues estos mismos señores tampoco quieren
comprender cómo en el interior de un país una clase puede enriquecerse a costa
de otra” (Marx, Discurso sobre el librecambio).
Para tratar de
contener el déficit en ambas balanzas apareció la trumpmanía: declaró la guerra
comercial que está en marcha, y que implica aumentar los aranceles a las
importaciones que hacen los gringos. El resultado a corto plazo, como se ha
visto en los meses pasados, es una reducción del déficit comercial por la caída
de las importaciones, no por aumento de las exportaciones.
También hace
parte de la trumpmanía su insistencia en renegociar los tratados de libre
comercio que el imperio impuso a buena parte del planeta entre 1990 y 2008 en
un intento por detener el problema en aquella época. Ninguna de las
renegociaciones ha concluido pero desde ya es de suponer que buscan aumentar
las barreras a las importaciones gringas y mejorar las condiciones de sus exportaciones.
Pero lo que
hace fuerte a Alemania o China no es importar poco sino exportar mucho, y esto
es lo que los gringos no son capaces de hacer. Antes de abordar este asunto,
sinteticemos afirmando que la trumpmanía en cuanto al comercio exterior no es
otra cosa que volver a las formas más primitivas de mercantilismo colonial
cuando el imperio por sí y ante sí prohibía comprar mercancías en el extranjero
y obligaba, a cañonazo limpio, a que sus colonias compraran todo lo que la
metrópoli producía.
Esas cañoneras
hoy pueden funcionar contra una centena de países pobres y débiles, pero cuyo
peso en el déficit gringo es mínimo. Y contra los reales causantes, China y
Alemania, no pasan de ser una bravuconada que obtiene de inmediato su fuerte y
certera respuesta, como se ha visto.
Las finanzas públicas de la trumpmanía
Cuando Marx
analizó la ciencia económica de Napoleón III por allá en 1850 puso de presente
que su mayor expresión era imprimir billetes sin ton ni son para enriquecer a
su camarilla.
La maña de
imprimir billetes para enriquecerse no se ha perdido, o si no mírese el gran
negocio que es la Reserva Federal de Estados Unidos (que es una empresa
privada) o la forma cómo a través del mismo mecanismo, si bien algo más
encubierto, se han enriquecido los banqueros colombianos, empezando por
Sarmiento y su grupo Aval.
Pero los
negocios de Trump y su séquito están en contravía de los banqueros en este
punto ‒en el del
manejo de la emisión monetaria‒, por lo cual ha recurrido a otro atajo, la
reducción de los impuestos a los grandes monopolios. Hay abundante evidencia
empírica y teórica de que disminuir los impuestos a los millonarios ni crea más
empleos ni mejora el sector productivo sino que se convierte en mayores
ganancias (análisis que para el caso de Colombia vale la pena difundir). Aun
así, con el beneplácito del grueso de la burguesía gringa y de no pocos obreros
engañados, Trump introdujo una sustancial rebaja de impuestos. La
correspondiente ley tuvo mínimos tropiezos en el Congreso gringo, mientras que,
al igual que en Colombia, ha sido imposible aumentar el salario básico, que
sigue siendo hoy el mismo de hace quince años para el gringo medio.
Como es de
suponer la rebaja de impuestos está abriendo un hoyo más grande en las ya
enfermas cuentas públicas gringas, y la única forma de intentar taponarlo va a
ser recortando todos los gastos públicos, empezando por el desmonte del llamado
obamacare, el sistema de salud puesto en marcha por el anterior presidente, y un
mayor abandono de la educación pública.
Pero el gasto
más alto del imperio, el militar (solo Estados Unidos gasta más que los países
de la Otan), no va a ser recortado, no solo por consideraciones defensivas sino
porque detrás de él están los mayores millonarios del país. La solución de Trump
no será otra que aumentar el endeudamiento externo. Es decir, volver al
principio del problema.
Y de la industria… Nada
En la base de
los problemas gringos está el debilitamiento de su industria, entendida esta en
el sentido amplio del término. No es solamente que el sector más dinámico de
las manufacturas mundiales, el textil, ya no tenga nada gringo, sino otros de
la vieja economía como el automotriz o el de grandes máquinas para agricultura
e ingeniería. También está siendo rápidamente desplazado en los sectores
industriales asociados a internet e informática, pero, lo más acuciante, los
grandes avances en inteligencia artificial y en robots ya no dependen solo de
la inventiva gringa sino de sus grandes competidores mundiales, Alemania, Corea
del Sur, China en buena medida.
Este
debilitamiento industrial ocasiona el creciente e imparable déficit comercial y
el gran flujo de inversiones extranjeras en Estados Unidos que terminan sacando
ingentes cantidades de dólares como ganancia para sus matrices en Asia y
Europa.
Y la razón del
debilitamiento está en la gran elitización de la educación gringa, pues aunque
sus universidades son las mejores del planeta, el grueso de la población gringa
no tiene acceso a ellas, es decir, no se califica adecuadamente a grandes masas
de trabajadores. A los problemas educativos se suma la precarización laboral,
el desastre en la infraestructura, los imparables costos por el uso de la red
de internet, el alto endeudamiento de sus estudiantes, y mil problemas más
derivados de la muy juiciosa aplicación del neoliberalismo que ha enriquecido a
un minúsculo grupo de individuos a costa del grueso de la población. Nada de
esto está en la agenda de Trump.
Este parcial
panorama de la ciencia económica de Trump y su camarilla permite plantear que servirá
para enriquecer aún más a los pocos millonarios de siempre y empobrecer al
grueso de la población del país, sin que ello se traduzca en el fortalecimiento
económico a largo plazo que ha anunciado.
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