El movimiento de los “chalecos amarillos” es por supuesto complejo, compartido entre tendencias divergentes, acrecido de probables contrarios. Su plataforma reivindicativa inicial era pobre y su horizonte político limitado (por no decir inexistente). Pero su potencial de lucha era y es enorme. Como ya lo ha probado la primera y la ampliación del segundo. Y esta es precisamente la misión de las organizaciones sindicales y políticas anticapitalistas de intervenir en su seno y en sus márgenes para ampliar y acelerar ese doble proceso y orientar al movimiento en un sentido globalmente favorable a los intereses de clase de sus miembros. Queda por determinar cómo.
Sociólogo, especialista del movimiento obrero y socialista, miembro del
laboratorio de sociología y antropología de la Universidad del Franco Condado,
Francia. Cofundador de la revista A Contre Courant.
Traducción: Ramón Sánchez Tabarés
Tomado de http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article47035
/ 06/12/2018
No es preciso recordar la amplitud de un movimiento sin igual por la
sorpresa general que ha provocado su despliegue y que dilata su duración y
radicalización; y que, al contrario su propia existencia y su transcurso
implica plantearse algunas cuestiones teóricas y políticas.
Los reportajes periodísticos en caliente así como los testimonios de
los militantes que tomaron parte en los bloqueos permiten señalar la
heterogeneidad en términos de composición de clase que contrasta con su
composición espacial.
Su composición multiclasista no deja lugar a dudas, en lo fundamental
integrado por proletarios (obreros y empleados, asalariados o no), a los que se
añaden miembros de las capas inferiores del marco (agentes de control,
técnicos) o de la pequeña burguesía (esencialmente artesanos, a menudo
autónomos, pero también campesinos e incluso intelectuales, por ejemplo,
enfermeras liberales) e incluso elementos de pequeños empresarios. Podemos
también destacar la presencia de mujeres y jubilados con mucha más importancia
de la habitual en las movilizaciones.
Si esta heterogeneidad no ha dañado al movimiento, es que el conjunto
comparte cierto número de puntos comunes que han hecho posible su convergencia.
Son las víctimas de las políticas austericidas llevadas a cabo por todos los
gobiernos desde hace cuarenta años. Estas se han traducido para ellas en la
degradación de sus condiciones de empleo, de trabajo y de remuneración; en la
dificultad creciente para “reunir dos sueldos a final de mes”; en la angustia
creciente respecto al mañana para sí y los suyos (sobre todo los hijos); en la
degradación o incluso la desaparición de los servicios públicos y equipamientos
colectivos a los que apenas podían acceder; en el sentimiento de no sentirse ya
representados (tomados en cuenta o consideración) por nadie (sobre todo las
organizaciones sindicales, profesionales y políticas), salvo por algunos
alcaldes (aunque estos tienen cada vez menos poder); por el sentimiento de
estar abandonados y dejados a su albur y de estar francamente despreciados, por
los gobernantes que solo tienen ojos, oídos y voz, para ¡”los primeros de la
fila”!
Sin embargo estos “desposeídos” aun disponen de esta fuerza colectiva
que es la solidaridad local, basada en los vínculos de parentesco y vecindad,
hecha de conocimiento y reconocimiento recíprocos, y también de una “economía
subterránea” de colaboración; de intercambio de servicios de donaciones
recíprocas, que asegura, más allá de la supervivencia, la posibilidad de “ir
tirando”, Sin eso, no se explicaría que hombres y mujeres hayan participado en
las operaciones realizadas por los “chalecos amarillos”, en la frialdad de
noviembre durante varios días, y más de diez en ciertos casos.
La segunda característica sociológica notable del movimiento es su
localización en el área rural peri-urbana. Eso es porque a las categorías
sociales antes citadas cada vez se les expulsa más de los centros urbanos e
incluso de las periferias urbanas más cercanas debido al aumento de precios de
los alquileres y de las viviendas urbanas y a la expansión espacial de las
ciudades (desarrollo rural-urbano). Por otra parte, en este espacio, la
dependencia respecto al automóvil individual es máxima: se necesita al menos un
automóvil por hogar, no solo para ir al trabajo, sino también para hacer las
compras, llevar a los niños a la escuela y a las actividades complementarias,
ir al médico, realizar las gestiones administrativas indispensables, participar
en las actividades asociativas locales, etc., dada la concentración creciente
de los equipamientos y los servicios, privados o públicos, en los centros de
las periferias urbanas, por la ausencia o carencia de medios de transporte
colectivo, por la preferencia concedida a la vivienda individual que favorece
la dispersión del hábitat.
De ahí, el carácter obligatorio de los gastos en carburantes para estos
hogares y en consecuencia, vista su precariedad presupuestaria, la extrema
sensibilidad de estas personas respecto a su precio. Son sus aumentos continuos
en el transcurso de los últimos meses, siguiendo el precio del petróleo en el
mercado mundial y el anuncio de su próximo aumento (el 1 de enero: 6,5 céntimos
el litro de gasoil, 2,9 céntimos el litro de gasolina sin plomo de 95) derivado
de la elevación del impuesto interior de consumo de productos energéticos (Ticpe)
que ha significado la ¡gota que colma el vaso! Tanto más que, dado que el
gasoil ha estado durante mucho tiempo subvencionado respecto a otros
carburantes, el parque de automóviles individuales supone aún hoy más del 60%
de vehículos con motor diésel. De ahí la opción de sus formas de actuar
(bloquear o filtrar la circulación de automóviles para sensibilizar a los
conductores) y la elección del símbolo de convocatoria (el chaleco amarillo).
La composición sociológica del movimiento basta en esencia para
explicar los límites originales en el terreno político e ideológico. Sus
reivindicaciones inmediatas se han limitado a exigir una reducción del precio
de los carburantes, sobre todo de los impuestos que configuran el 60% del
precio. Pero esta dimensión anti fiscal no ha considerado más que una parte
ínfima de la política fiscal del gobierno. Sin criticarla en su conjunto; sobre
todo el aumento de la fiscalidad indirecta por encima de la directa, y en este
contexto la fiscalidad sobre los ingresos del trabajo más que la de los ingresos
del capital, por lo tanto los ingresos mayores y de las grandes fortunas: así,
la reducción del tipo del impuesto de sociedades (las empresas), el tipo fijo
sobre los ingresos del capital, la supresión de los tipos superiores del
impuesto sobre la renta (Irpp), la supresión del impuesto de solidaridad sobre
los grandes patrimonios (IRF). Y los “chalecos amarillos” no desafiaron de
inmediato el efecto de los ingresos fiscales (la vertiente de los gastos
públicos) que aún beneficiaban al capital (veamos por ejemplo el crédito
competitividad-empleo -Cice- de un total aproximado de 110.000 millones en
cinco años) en detrimento del trabajo (los recortes claros en la financiación
de los servicios públicos y equipamientos colectivos, del que una parte constituye
la porción socializada del salario). Pero parecidos límites no sorprendían a
priori a partes de la población que no han tenido hasta hoy, en su mayoría,
ninguna experiencia ni formación política y que por tanto era a menudo su
primera movilización reivindicativa.
Fue argumentando con semejantes límites inmediatos como se han hecho
oír diferentes voces para desacreditar el movimiento, o al menos, para arrojar
sospechas sobre él. Dejemos el desprecio ordinario de los “primeros de la fila”
por el “bajo pueblo”. Más sorprendentes e inquietantes han sido las voces
provenientes de la izquierda o incluso de la extrema izquierda. El movimiento
ha sido así calificado de poujadiste. En la segunda mitad de los 50, el
poujadisme fue un movimiento compuesto por elementos de la pequeña burguesía
(especialmente comerciante) y del pequeño capital amenazado por la penetración
del gran capital (convertido en oligopolista) en ciertos sectores de la
industria, del comercio y de los servicios, así como por el despliegue de instituciones
características del compromiso fordista entre capital y trabajo asalariado
(principalmente la Seguridad Social). En tanto que el movimiento actual está
dominado por elementos del proletariado amenazados por el desmantelamiento
continuo de las conquistas del compromiso fordista. Único punto común: el
antifiscalismo; pero mientras que eso fue un elemento esencial para el
movimiento poujadiste, el movimiento actual de los “chalecos amarillos”, lo ha
superado, como veremos más adelante.
Nuestras “almas cándidas” de izquierda y de una parte de la extrema
izquierda han acusado a este movimiento de haber sido arrastrado por la derecha
dura y la extrema derecha. Tales acusaciones han sido difundidas basándose en
la observación de objetivos, eslóganes o comportamientos sexistas y racistas en
el seno de los colectivos de “chalecos amarillos”; de la presencia en los
colectivos de símbolos o marcadores de la derecha o la extrema derecha
nacionalista (la bandera tricolor, la Marsellesa); del apoyo inmediato obtenido
por ellos, proveniente de los líderes de la extrema derecha o de la derecha
extrema (Le Pen, Dupont-Aignan, Vauquiez) tendente a recuperarlo para sus
propios fines y a la participación de militantes de la extrema derecha en
alguno de sus colectivos.
Aunque en múltiples ocasiones los “chalecos amarillos” hayan declarado
reivindicarse como “apolíticos” (ciertamente el apoliticismo es más bien de
derecha), respondamos al menos a las acusaciones precedentes. Aparte de que los
actos y expresiones racistas o sexistas han quedado en minoría en su seno, los
“chalecos amarillos” no tienen por desgracia el monopolio del sexismo o del
racismo. Desde este punto de vista, los militantes y organizaciones de
izquierda y de extrema izquierda, tendrían que desembarazarse de su propia
basura. Además, esperar que un movimiento popular espontaneo sea
ideológicamente puro para apoyarlo e intervenir en él, es condenarse a la
impotencia y poner el carro delante de los bueyes: exigir como punto de partida
lo que solo puede ser un punto de llegada. Por otra parte, es discutible hacer
de la bandera tricolor y la Marsellesa marcas solo de la derecha o extrema
derecha nacionalista: podemos también recordar la herencia revolucionaria que
conlleva, la única disponible de personas privadas de cualquier otra herencia
revolucionaria. Finalmente, y sobre todo, no es tanto la presencia de elementos
de la derecha y la extrema nacionalistas en el movimiento de los “chalecos
amarillos” por lo que hay que alarmarse es por la ausencia de la izquierda y la
extrema izquierda que sirva de contrapeso para expulsarlos del movimiento.
En su conjunto, estas organizaciones se han mantenido en efecto al
margen de este movimiento, al menos en el primer momento. En el ámbito
político, hemos asistido a un sostén de boquilla por parte del PS (aún no
recuperado de su colapso del año pasado) y del PC (ocupado en su congreso), a
un apoyo más claro por parte de la FI, del NPA o de AL (Alternativa libertaria)
aunque sin llamar a una participación masiva al movimiento -excepción hecha de
algunas individualidades (Ruffin, Besancenot, Poutou). En cuanto a las
organizaciones sindicales, han presentado un gradiente de actitudes yendo de la
indiferencia a la franca desconfianza englobando la hostilidad (el adorno
anticuado como es habitual en la CFDT, cuyo secretario general habría visto en
ello “una forma de totalitarismo”)- excepto algunas estructuras locales o
federales (CGT metalurgia, Sud industria, SUD PTT, FO Transports) y, por
supuesto, las de sus militantes o miembros que muy rápidamente, al contrario,
tomaron la opción opuesta.
Las razones de tal actitud son múltiples. Han tomado en consideración
las críticas precedentes del movimiento, emparejadas con la acusación de
moverse en favor del patronato...del sector del transporte por carretera, que
ha sostenido al movimiento por el hecho de emplear su reivindicación
primordial, antes de retractarse rápidamente protestando contra los bloqueos de
carreteras. Más profundamente, hay sin duda que incriminar la hostilidad de
inicio respecto a los movimientos sociales espontáneos (el movimiento de los
“chalecos amarillos” partió de una petición que circuló en las “redes
sociales”) por parte de los estados mayores que tienen la costumbre de hacer
desfilar sus tropas solo dónde y cuándo ellos deciden. Finalmente, hay que
señalar su extemporaneidad respecto a toda esta parte de las capas populares en
la que estas organizaciones no tienen (ya) ninguna implantación y que ha
llegado a serle tan extraña e invisible como ésta resulta para el poder. Lo que
dice mucho sobre su falta de anclaje en el “país real” y ha valido a estas
pretendidas vanguardias encontrarse arrastradas por un movimiento popular, al
menos en sus inicios.
Evidentemente, similar actitud es no solo un error sino una falta
política grave. El movimiento de los “chalecos amarillos” es por supuesto
complejo, compartido entre tendencias divergentes, acrecido de probables
contrarios. Su plataforma reivindicativa inicial era pobre y su horizonte
político limitado (por no decir inexistente). Pero su potencial de lucha era y
es enorme. Como ya lo ha probado la primera y la ampliación del segundo. Y esta
es precisamente la misión de las organizaciones sindicales y políticas
anticapitalistas de intervenir en su seno y en sus márgenes para ampliar y
acelerar ese doble proceso y orientar al movimiento en un sentido globalmente
favorable a los intereses de clase de sus miembros. Queda por determinar cómo.
Sobre todo no intervenir como donantes de lecciones y, aún menos, dando
la impresión de querer recuperar el movimiento en favor de una organización
cualquiera o de un programa político concreto. Defender, al contrario, la
autonomía total del movimiento respecto al exterior y la democracia interna. Y
contentarse con defender en su seno, un cierto número de propuestas entre las
cuales dejo estas siguientes para la discusión.
En cuanto a las formas de organización. Promover la democracia
asamblearia en los colectivos. Hacer de cada reunión un lugar de discusión y
deliberación. Defender la autonomía de los colectivos locales aunque
argumentando por la mayor coordinación posible entre los colectivos locales en
términos de una base territorial definida por ellos. Mandatar estrictamente a
los delegados para las coordinaciones en cuestión. No aceptar la institución de
denominados representantes nacionales encargados de negociar con el gobierno.
Pero buscar, tanto como sea posible, favorecer los lazos con las organizaciones
y movimientos que se hayan declarado favorables al movimiento y que lo hayan
apoyado, sin tentativas de instrumentalización de una u otro, empezando por
aquellas (principalmente organizaciones sindicales y movimientos estudiantiles)
que ya se han comprometido en acciones reivindicativas en su propio campo. Pues
el potencial de descontento y de revuelta es inmenso en el conjunto del país,
como lo probaron el sábado 1 de diciembre las escenas tumultuarias en París
pero también en otros lugares (Marsella, Saint-Étienne, Le-Puy-en-Velay,
Tours), que no han sido hechas por los “destructores” habituales.
Respecto al contenido reivindicativo. Proponer la elaboración de una
plataformas reivindicativa que integre las reivindicaciones inmediatas aunque
defendiendo la necesidad de ampliarlas y profundizarlas. A guisa de ejemplo:
-Reducción inmediata del precio de los carburantes mediante el TICPE,
que constituye actualmente la cuarta fuente de ingresos fiscales del Estado
(tras el TVA -IVA-, el IRPP -IRPF- y el IS). Institución de un precio
administrado como forma de evitar deslizamientos de precios;
-Clara revalorización de los principales ingresos de los que viven las
capas populares movilizadas: llevar el SMIC -SMIG- y las pensiones de
jubilación al nivel del salario medio actual (en torno a 1700€); revalorización
equivalente del conjunto de prestaciones sociales; llevar los minima sociales
por encima del actual umbral de pobreza ( por ejemplo a los 1200€).
-Adopción y despliegue urgente de un plan de lucha contra la pobreza.
-Realojamiento de todos los SDF en las viviendas vacantes como ya
autoriza la ley.
-Instaurar una limitación de alquileres. Lanzamiento de un programa
plurianual de aislamiento del conjunto de viviendas, sociales o no, financiado
con fondos públicos, comenzando por los ocupados por familias con precariedad
energética.
-Reducción de la fiscalidad indirecta (por ejemplo, ampliación de la
cesta de bienes y servicio sometidos a una TVA -IVA- reducido con imposición de
un precio máximo, para evitar que los comerciantes se embolsen la diferencia).
-Reducción de la fiscalidad directa que grava el trabajo (por ejemplo,
las tasas de la CSG). Aumento de la fiscalidad directa sobre el capital, las
rentas elevadas y las grandes fortunas: restablecimiento de las franjas
superiores del IRPP; aumento de los tipos impositivos de los ingresos de la
propiedad bajo protección social; elevados impuestos sobre la parte de
beneficios distribuidos en forma de dividendos; aumento de los tipos del IS;
restablecimiento del ISF; supresión del CICE y del conjunto de nichos fiscales,
cuyo total será orientado para financiar diferentes medidas ecológicas y
sociales previamente enunciadas.
-Adopción de una moratoria sobre la deuda pública. Apertura de un
procedimiento de auditoria de esta deuda para determinar su parte ilegítima que
no será reembolsada.
-Elaboración de una cuaderno reivindicativo contra la degradación de
los servicios públicos e, inversamente, para el refuerzo de dichos servicios,
sobre todo en materia de transportes (reapertura de lineas locales de
ferrocarril cerradas, gratuidad de los transportes colectivos), de salud
(institución de un período de presencia obligatoria de jóvenes médicos en los
desiertos médicos, reapertura de hospitales y servicios hospitalarios cerrados,
dotándoles de medios suplementarios) y de educación (ningún cierre de aulas en
la primaria, institución de una distancia mínima a recorrer por los estudiantes
de secundaria y puesta en funcionamiento de recogida escolar sistemática, de
medios suplementarios para las actividades extraescolares.
-Supresión del conjunto de medidas destinadas al desmantelamiento de la
protección social: supresión de las medidas de copago de medicinas; plan de
urgencia para dotar a los hospitales públicos de medios suplementarios y
abandono de toda subvención a las clínicas privadas; instauración de un derecho
a la jubilación para todos después de 30 años de actividad basado en el 75% del
mejor ingreso bruto limitado a dos veces el SMIC
En cuanto a las formas de acción. Sin abandonar las operaciones de
bloqueo o de filtración de la circulación automóvil a las entradas de las
ciudades (para discutir con los conductores, incitarlos a juntarse al
movimiento, hacerles conocer las reivindicaciones) adoptar formas de acción
adaptadas a las anteriores reivindicaciones (por ejemplo, bloqueo u ocupación
de los servicios públicos para apoyar las reivindicaciones del personal de esos
servicios e informar a los usuarios de tales reivindicaciones; incidencia en
los alcaldes, los consejos departamentales y regionales, las permanencias de
los diputados y senadores para obligarlos a reforzar las anteriores
reivindicaciones.
Pero, sobre todo, me parece necesario privilegiar las actuaciones
descentralizadas pero coordinadas en las provincias más que las acciones
centralizadas en París: para permitir al máximo de personas implicarse; para
permitir a los colectivos locales dominar sus decisiones y su calendario; para
paralizar progresivamente el país; para agotar al gobierno y sus “fuerzas del
orden” obligándoles a multiplicar sus puntos de intervención y su
desplazamiento.
Más allá de las propuestas precedentes, que pueden y han de ser
debatidas colectivamente en el seno del movimiento, hay sobre todo la necesidad
y la urgencia de intervenir en el seno de este para permitirle ir lo más lejos
posible lo que no ha de discutirse en el seno de las organizaciones sindicales
y políticas anticapitalistas. Y, cualquiera que sea su salida, este movimiento
habrá revelado la existencia de un inmenso campo de capas populares que debe
constituir una auténtica tierra de misión para esas organizaciones en los meses
y años venideros. Sin ello, no habrá que sorprenderse y quejarse por ver a esas
capas populares ceder aún un poco más a los cantos de sirena de la extrema
derecha que sabrán, por su parte, atizar el resentimiento y sembrar la xenofobia
y el racismo y favorecer con ello el repliegue identitario.
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