La política imperial: en la encrucijada

César Tovar de León 3:58 p.m.



Por Edmundo Zárate
Historiador e economista
En días pasados la revista virtual Nueva Gaceta reprodujo un interesante análisis del politólogo Michael T. Klare, La nueva Guerra Fría y el Pentágono[1]. Su lectura permite ahondar en la comprensión de las razones por la cuales un personaje tan desprestigiado como Trump sigue teniendo amplio respaldo en su país, y cómo las peores acusaciones de corrupción poca mella le hacen a la imagen de un dirigente cuando es útil a los intereses del capital, como lo ejemplifican entre otros Putin en Rusia o Netanyahu en Israel.
Comienza recordando Klare que hacia el año 2006 los estrategas militares de Estados Unidos plantearon que la guerra contra el terrorismo internacional debería ser el foco de la acción militar de su país. En consecuencia el énfasis de las fuerzas armadas se puso en disponer de pequeños equipos de tareas militares dotados con la tecnología apropiada para perseguir y acabar los grupos que la inteligencia militar etiquetara como terroristas. De bulto se pone de presente que pasaba a segundo plano la inversión en armamento pesado, armas nucleares y sistemas de vigilancia de gran alcance.
Pero, señala Klare, en el año 2018 el Pentágono dio un nuevo giro en la estrategia para enfocarla en asuntos de envergadura geoestratégica, en particular el control sobre las fuentes de energía. Hay que recordar que este direccionamiento del esfuerzo bélico ya se había observado durante el gobierno de Jimmy Carter (1977-1981) cuando los planificadores militares acuñaron la expresión “la yugular petrolera” para referirse al alto riesgo de que Estados Unidos viera suspendido el suministro de petróleo por el auge de los movimientos nacionalistas en el Oriente Medio.
El retorno a la política de seguridad energética da un argumento más para entender la despiadada arremetida contra Venezuela. Bastante se ha insistido en el asunto en los medios independientes, pero no está por demás reiterar en que en este país está la mayor reserva probada de petróleo en todo el planeta que se valoriza políticamente aún más si se tienen en cuenta dos factores. El primero, que los grandes productores del Medio Oriente tienen una marcada inestabilidad, con la excepción del fiel, subordinado y antidemocrático gobierno de Arabia Saudita encabezado por Salmán bin Abdulaziz. El segundo, que China necesita importar ingentes cantidades de petróleo. Desde la época de Carter fue claro que el asunto de la yugular petrolera implicaba no solo cuidar la propia sino abalanzarse contra la del competidor.
El otro frente bélico que identifica Klare, indisolublemente asociado al petrolero, es el fortalecimiento de sus rivales China y Rusia, que aprovechando el relativo debilitamiento militar estadounidense durante la etapa de la guerra contra el terrorismo fortalecieron notablemente su capacidad militar para la guerra convencional.
La pelea contra China no tiene mayor resistencia en Washington. Se trata en consecuencia de apurar el paso para tender una muralla que aísle a Pekín, lo que explica varias jugadas: el afán de llegar a un acuerdo con la República Popular de Corea (Corea del Norte), incentivar el nacionalismo en Taiwán y estrechar los lazos económicos con Vietnam, para mencionar tres de los países que podrían acercarse a China. En eso Trump no ha diferido del Pentágono.
La otra arista de la pelea contra China es económica. La guerra comercial que desató no bien llegó Trump al poder tiene como finalidad debilitar a China y de paso “Hacer grande a Estados Unidos” como pregona la Casa Blanca. Por el momento la partida la va perdiendo Pekín si nos atenemos a las cifras sobre disminución del ritmo de crecimiento del PIB y de la inversión en China.
Acá la gran duda está en el papel que jueguen los empresarios gringos con negocios en el país asiático. Ese análisis merece un estudio aparte, pero desde ya se puede advertir que el factor determinante en estos asuntos, los costos de la mano de obra, ha venido perdiendo importancia en los negocios con China porque han surgido otros países con más bajos salarios y con la capacidad instalada para atraer inversión gringa como Vietnam, Laos, Filipinas (con un presidente que con el beneplácito y felicitación pública de Trump se comporta como jefe de gánsteres) o Malasia, otro país petrolero y antidemocrático (dirigido desde su independencia en 1957 por siete sultanes que se turnan el mando).
Finalmente Klare se refiere a Rusia, el otro acrecido enemigo gringo. Para su análisis hay que sopesar el impacto que tiene en “el alma rusa” el hecho de que su país fue desmantelado, vilipendiado y feriado por Estados Unidos finalizando la década de 1980. Es una deuda histórica que Putin y su círculo de militares y millonarios están dispuestos a cobrar. La otra circunstancia es que Rusia tiene tanto o más petróleo que Venezuela. Estos dos factores lo hacen más agresivo.
Pero acá apareció un imponderable: las estrechas y extrañas relaciones personales de Trump con Putin que muestran un increíble grado de subordinación del gringo.
Contra Trump hay abierto un voluminoso expediente con las más disímiles acusaciones. Las tres palabras que usó su exabogado Cohen, “racista, estafador e impostor” lo sintetizan bien. Pero ninguno de los sátrapas que estarían en la lista con él, como el israelí Netanyahu, el filipino Duarte, el saudí bin Abdulaziz, el brasileño Bolsonaro o los émulos colombianos, caerán por esas y peores acusaciones. Antes por el contrario, tener un prontuario tan abultado los vuelve más dóciles a los intereses del capital.
Ahora bien, como sugiere Klare, puede que Trump no tenga ni idea de geopolítica y que su horizonte apenas vaya hasta donde alcancen sus negocios inmobiliarios pero por diversas circunstancias la economía ha marchado bien. No obstante la acusación de tratos antipatrióticos de Trump con Rusia es otra cosa. Queda hecha la invitación a que se estudie el documento de Klare pues, pues a pesar de su poca extensión, arroja luces sobre otras muchas tendencias.
Los millonarios gringos están en una encrucijada: si las elecciones fueran hoy tendrían que escoger entre Trump (pues el partido Republicano no ha mostrado fisuras en relación con él) y un candidato con un corte bastante socialdemócrata, Sanders, que para el imaginario gringo la oposición está vendiendo como comunista, socialista o castrochavista.
Pero el imponderable lío de Rusia puede ofrecer una solución inédita: los militares podrían ser la fuerza que encabece el ataque contra Trump en una segunda elección, en un fuerte pulso con el sector de los millonarios que lo apoyan. Ninguno de los dos bandos la tiene ganada hoy pero el gran lío está en los vínculos con Rusia que día a día aparecen más evidentes y que pueden desatar la ira de los militares si ven frenada su guerra contra Rusia. La confrontación interna podría desembocar también en una destitución de Trump apoyada por los Republicanos que tienen la garantía de que el vicepresidente Pence no tiene el tremendo rabo de paja que le puede costar la cabeza a Trump y no hay riesgo de que se salga del libreto.
El juego está andando y por lo pronto podría seguir siendo “pacífico”, pero a medida que Trump se vea más acorralado aumenta el peligro de que tome una solución de fuerza para distraer la atención de su electorado y el punto perfecto es Venezuela para lo cual cuenta con la aceptación de Duque en Colombia.

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