Por Edmundo
Zárate
Historiador e economista
En
días pasados la revista virtual Nueva Gaceta reprodujo un interesante análisis
del politólogo Michael T. Klare, La nueva Guerra Fría y el Pentágono[1].
Su lectura permite ahondar en la comprensión de las razones por la cuales un
personaje tan desprestigiado como Trump sigue teniendo amplio respaldo en su
país, y cómo las peores acusaciones de corrupción poca mella le hacen a la
imagen de un dirigente cuando es útil a los intereses del capital, como lo
ejemplifican entre otros Putin en Rusia o Netanyahu en Israel.
Comienza
recordando Klare que hacia el año 2006 los estrategas militares de Estados
Unidos plantearon que la guerra contra el terrorismo internacional debería ser
el foco de la acción militar de su país. En consecuencia el énfasis de las
fuerzas armadas se puso en disponer de pequeños equipos de tareas militares
dotados con la tecnología apropiada para perseguir y acabar los grupos que la
inteligencia militar etiquetara como terroristas. De bulto se pone de presente
que pasaba a segundo plano la inversión en armamento pesado, armas nucleares y
sistemas de vigilancia de gran alcance.
Pero,
señala Klare, en el año 2018 el Pentágono dio un nuevo giro en la estrategia
para enfocarla en asuntos de envergadura geoestratégica, en particular el
control sobre las fuentes de energía. Hay que recordar que este
direccionamiento del esfuerzo bélico ya se había observado durante el gobierno
de Jimmy Carter (1977-1981) cuando los planificadores militares acuñaron la
expresión “la yugular petrolera” para referirse al alto riesgo de que Estados
Unidos viera suspendido el suministro de petróleo por el auge de los
movimientos nacionalistas en el Oriente Medio.
El
retorno a la política de seguridad energética da un argumento más para entender
la despiadada arremetida contra Venezuela. Bastante se ha insistido en el
asunto en los medios independientes, pero no está por demás reiterar en que en
este país está la mayor reserva probada de petróleo en todo el planeta que se
valoriza políticamente aún más si se tienen en cuenta dos factores. El primero,
que los grandes productores del Medio Oriente tienen una marcada inestabilidad,
con la excepción del fiel, subordinado y antidemocrático gobierno de Arabia
Saudita encabezado por Salmán bin Abdulaziz. El segundo, que China necesita
importar ingentes cantidades de petróleo. Desde la época de Carter fue claro
que el asunto de la yugular petrolera implicaba no solo cuidar la propia sino abalanzarse
contra la del competidor.
El
otro frente bélico que identifica Klare, indisolublemente asociado al
petrolero, es el fortalecimiento de sus rivales China y Rusia, que aprovechando
el relativo debilitamiento militar estadounidense durante la etapa de la guerra
contra el terrorismo fortalecieron notablemente su capacidad militar para la
guerra convencional.
La
pelea contra China no tiene mayor resistencia en Washington. Se trata en
consecuencia de apurar el paso para tender una muralla que aísle a Pekín, lo
que explica varias jugadas: el afán de llegar a un acuerdo con la República
Popular de Corea (Corea del Norte), incentivar el nacionalismo en Taiwán y
estrechar los lazos económicos con Vietnam, para mencionar tres de los países
que podrían acercarse a China. En eso Trump no ha diferido del Pentágono.
La
otra arista de la pelea contra China es económica. La guerra comercial que
desató no bien llegó Trump al poder tiene como finalidad debilitar a China y de
paso “Hacer grande a Estados Unidos” como pregona la Casa Blanca. Por el
momento la partida la va perdiendo Pekín si nos atenemos a las cifras sobre
disminución del ritmo de crecimiento del PIB y de la inversión en China.
Acá
la gran duda está en el papel que jueguen los empresarios gringos con negocios
en el país asiático. Ese análisis merece un estudio aparte, pero desde ya se puede
advertir que el factor determinante en estos asuntos, los costos de la mano de
obra, ha venido perdiendo importancia en los negocios con China porque han
surgido otros países con más bajos salarios y con la capacidad instalada para
atraer inversión gringa como Vietnam, Laos, Filipinas (con un presidente que
con el beneplácito y felicitación pública de Trump se comporta como jefe de
gánsteres) o Malasia, otro país petrolero y antidemocrático (dirigido desde su
independencia en 1957 por siete sultanes que se turnan el mando).
Finalmente
Klare se refiere a Rusia, el otro acrecido enemigo gringo. Para su análisis hay
que sopesar el impacto que tiene en “el alma rusa” el hecho de que su país fue
desmantelado, vilipendiado y feriado por Estados Unidos finalizando la década
de 1980. Es una deuda histórica que Putin y su círculo de militares y
millonarios están dispuestos a cobrar. La otra circunstancia es que Rusia tiene
tanto o más petróleo que Venezuela. Estos dos factores lo hacen más agresivo.
Pero
acá apareció un imponderable: las estrechas y extrañas relaciones personales de
Trump con Putin que muestran un increíble grado de subordinación del gringo.
Contra
Trump hay abierto un voluminoso expediente con las más disímiles acusaciones.
Las tres palabras que usó su exabogado Cohen, “racista, estafador e impostor”
lo sintetizan bien. Pero ninguno de los sátrapas que estarían en la lista con
él, como el israelí Netanyahu, el filipino Duarte, el saudí bin Abdulaziz, el
brasileño Bolsonaro o los émulos colombianos, caerán por esas y peores
acusaciones. Antes por el contrario, tener un prontuario tan abultado los
vuelve más dóciles a los intereses del capital.
Ahora
bien, como sugiere Klare, puede que Trump no tenga ni idea de geopolítica y que
su horizonte apenas vaya hasta donde alcancen sus negocios inmobiliarios pero
por diversas circunstancias la economía ha marchado bien. No obstante la
acusación de tratos antipatrióticos de Trump con Rusia es otra cosa. Queda
hecha la invitación a que se estudie el documento de Klare pues, pues a pesar
de su poca extensión, arroja luces sobre otras muchas tendencias.
Los
millonarios gringos están en una encrucijada: si las elecciones fueran hoy
tendrían que escoger entre Trump (pues el partido Republicano no ha mostrado
fisuras en relación con él) y un candidato con un corte bastante
socialdemócrata, Sanders, que para el imaginario gringo la oposición está
vendiendo como comunista, socialista o castrochavista.
Pero
el imponderable lío de Rusia puede ofrecer una solución inédita: los militares
podrían ser la fuerza que encabece el ataque contra Trump en una segunda
elección, en un fuerte pulso con el sector de los millonarios que lo apoyan.
Ninguno de los dos bandos la tiene ganada hoy pero el gran lío está en los
vínculos con Rusia que día a día aparecen más evidentes y que pueden desatar la
ira de los militares si ven frenada su guerra contra Rusia. La confrontación
interna podría desembocar también en una destitución de Trump apoyada por los
Republicanos que tienen la garantía de que el vicepresidente Pence no tiene el
tremendo rabo de paja que le puede costar la cabeza a Trump y no hay riesgo de
que se salga del libreto.
El
juego está andando y por lo pronto podría seguir siendo “pacífico”, pero a
medida que Trump se vea más acorralado aumenta el peligro de que tome una
solución de fuerza para distraer la atención de su electorado y el punto
perfecto es Venezuela para lo cual cuenta con la aceptación de Duque en
Colombia.
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