Editorial. EL IMPERATIVO DE LA UNIDAD

César Tovar de León 10:10 a.m.
Claudia López aconpañando a Francisco Castañeda, nuestro candidato al Concejo de Bogotá.
Si lo que se busca con la aglutinación de distintos sectores es concentrar la fuerza necesaria para enfrentar las candidaturas del uribismo, se deduce de ello que, en general, en cada circunscripción territorial lo propio debe consistir en respaldar las candidaturas democráticas con mayor opción de salir elegidas y de batir la amenaza gobiernista, fuese cual fuere su filiación particular.

A juzgar por el revuelto clima político y social de los últimos meses, los próximos comicios territoriales de octubre no serán unas simples elecciones más. Lejos de cualquier acontecer rutinario, sus resultados podrían arrojar un peso si no decisivo en la balanza de la correlación de fuerzas, sí de gran impacto en ella, empujando hacia abajo o hacia arriba la línea gruesa del rumbo del país. Hacia abajo, porque de salir gananciosas las candidaturas uribistas Colombia perdería, pues se ahondarían el desmantelamiento de los acuerdos de paz, el asesinato de líderes sociales, la aplicación del modelo neoliberal y el deterioro de la maltrecha democracia colombiana, acercando al gobierno Uribe-Duque a su verdadero objetivo, la implantación de un régimen fascista, apenas camuflado por una caricaturesca democracia de vitrina. O hacia arriba, porque de obtener triunfos significativos, las fuerzas democráticas podrían hacerse a importantes posiciones de defensa del proceso de paz, del nivel de vida del pueblo, y ello fortalecería la presencia de la resistencia civil democrática en las calles e instituciones. La cuestión de fondo estriba entonces en cuál debe ser la línea de acción que permita realizar lo último e impedir lo primero, es decir, la táctica general del movimiento democrático colombiano.
Restaurado el poder del uribismo en la dirección del Estado, durante su primer año ha quedado claro su empeño en echar por tierra los acuerdos de paz y en propiciar un ambiente de represión, macartización, agresividad y violencia.
En el momento actual de la lucha política en Colombia, dos fuerzas básicas contienden intensamente por imprimirle su rumbo a la vida nacional: el uribismo en el poder, que conduce el conjunto de la extrema derecha y que, pese a la estratégica ventaja de dirigir el Estado ya no ostenta la fuerza de años atrás, viendo disminuida su preeminencia en las pasadas elecciones presidenciales; y el movimiento democrático en ascenso, el cual, debido a que no logra cuajar de lleno todavía en sus filas una política unitaria, aún no concentra la fuerza suficiente para obligar a retroceder al extremoderechismo y hacerse con el gobierno.
Cada uno de los contendientes o fuerzas en pugna ha logrado asestar al contrario importantes reveses, pero el impacto de los mismos aún no ha provocado una alteración de fondo en la correlación de fuerzas arrojada por el resultado de las presidenciales. Una situación tal no suele prolongarse indefinidamente, es por definición transitoria y tiende siempre a desembocar en el establecimiento de la superioridad neta de uno de los contrincantes y en el derrumbamiento o por lo menos en el debilitamiento ostensible del otro. Es la tarea de las fuerzas democráticas procurar el vuelco de dicho estado de cosas en su favor.
Se necesita la más amplia coalición democrática
Colocar hoy como objetivos centrales la realización de los acuerdos de paz, la defensa de la democracia y del nivel de vida del pueblo, puede sintetizar las metas inmediatas de la táctica que se necesita. O, dicho de otra manera, sostener la lucha por impedir la realización de los objetivos perseguidos por el gobierno uribista. Identificar sin ambages al adversario o el obstáculo principal de la paz y las transformaciones democráticas, es decir, la jefatura uribista del conjunto de las fuerzas más regresivas de Colombia, es otro de los elementos centrales guías de la misma táctica. Con el fin de conseguir la fuerza indispensable para hacerle frente seriamente a la amenaza del retorno y generalización de la violencia y de la implantación del fascismo a la colombiana, se requiere, como condición insustituible para aglutinar y poner tal concentración de sectores democráticos en movimiento, una política de conformación de una amplísima coalición, de unidad de la democracia, de frente único.
La dificultad ha residido en que el aprendizaje o asimilación de la política de una muy amplia coalición o frente único por la izquierda y el movimiento democrático colombiano ha sido más bien tortuoso y se ha dado con retraso. Mientras sus pares en varios países del vecindario latinoamericano la han puesto en práctica con éxito, o por lo menos con relativa eficacia, en Colombia tanto la izquierda como los demás sectores democráticos no parecen ser tan conscientes de sus intereses como lo es la ultraderecha criolla. El uribismo entendió en las pasadas elecciones presidenciales que tenía que aglutinar la extrema derecha y las fuerzas del establecimiento en su conjunto, y lo logró.
No obstante, desde los resultados de las presidenciales del 2018 a esta parte, se registraron indudables avances. Los que no tienen precedentes fueron los más de 8 millones obtenidos por la candidatura presidencial de Gustavo Petro y los sobrepasados 11 millones de la consulta popular contra la corrupción. Resabido es que, a pesar de todo, en dichas presidenciales no fue posible la completa unificación de fuerzas, cuya sumatoria habría podido arrojar el triunfo democrático. En tanto que la lideresa de Alianza Verde, Claudia López, lúcida, tomó la decisión de respaldar en segunda vuelta la candidatura presidencial de Petro, la más avanzada y de mayor respaldo popular, Fajardo, el candidato del centro, prefirió la contemplación de las ballenas en vez de la unidad, y Robledo, el senador del Polo, el inocuo voto en blanco en lugar de la victoria democrática.
Aunque en las aludidas presidenciales se dio un paso adelante respecto de los antediluvianos e intonsos sectarismos de izquierda ─y de los de derecha que posan como de centro─, los mismos personajes insisten en negarse de plano a considerar una unidad en la cual participe la más importante candidatura del progresismo colombiano, la de Petro. Fajardo ha descartado de modo rotundo participar en cualquier consulta para escoger un candidato presidencial único del movimiento democrático. Robledo no acepta acuerdo alguno con un líder de izquierda como Petro, pero apoya a Fajardo, uno de centro y con asteriscos, siendo el de mayor tamaño aquel que pretende que no es “uribista ni antiuribista”; sin pasar por alto su apoyo al candidato a la alcaldía de Cali, Eder, de la rancia oligarquía azucarera vallecaucana. Es que hasta hace unos años la mayoría de la opinión que pasaba por democrática, todavía podía arremolinarse en torno a figuras cuyo programa consistía en no definir con claridad posición alguna y en el absurdo de hacer política sin identificar adversario principal ni intereses por los que se tomara partido.
Hoy, en cambio, un país como el nuestro, con semejante polarización, no propicia propiamente el tiempo de los “tibios”. Si algo le debemos a Petro es haber contribuido a jalonar la mayoría del movimiento democrático hacia posiciones más de fondo, cercanas a la verdadera raíz de los problemas contemporáneos de Colombia. Tras cincuenta años de conflicto armado y treinta de modelo neoliberal, la mayoría de la democracia colombiana ha identificado la jefatura de la ultraderecha ejercida por Álvaro Uribe como el mayor obstáculo de la paz y el progreso.
Apreciación similar cabe ante los positivos desarrollos recientes de la opinión democrática respecto de la exigencia de una política ambiental de los gobiernos que frene el alarmante avance del calentamiento global y tienda a la protección del medio ambiente y de la vida, así como de una política de protección de los derechos de los niños y de las mujeres, de la diversidad de género, los derechos de las diversas etnias y contra toda discriminación racial. Es cierto que la posición relativa a la dominación norteamericana sobre Colombia, como causa primera del mantenimiento de su atraso, no ha emergido con la suficiente decisión y claridad entre la mayoría democrática como sí ha ocurrido con la referente al nefasto papel del uribismo y su caudillo. También lo es que quienes esquivan definirse ante tan centrales cuestiones todavía siguen contando con una proporción considerable del movimiento democrático. Pero es más cierto aún que la dinámica de la agudización de las contradicciones reales del país es tal, que cada vez tendrán menos margen los liderazgos que aspiren a escurrirle el bulto indefinidamente a los dos mencionados problemas principales del país.
Los hechos anotados merecen traerse a colación en aras de poner el acento en el carácter imprescindible de la unidad en el momento actual. No para constituirlos en óbice para hacer la unidad con quienes hasta ahora se han negado a ella. La unidad que se requiere abarca no sólo a los sectores de toda la izquierda y del centro, sino que debería incluir a aquellas fracciones del establecimiento de carácter civilista, dispuestas a defender el Estado de derecho frente al fascismo. La gran coalición democrática que hoy se plantea no se reduce ni se deriva solo de la afinidad, proximidad o preferencia ideológica; su formulación constituye la expresión consciente, tanto para los líderes de las fuerzas políticas democráticas como de la masa de sus seguidores, de una necesidad común: reunir la fuerza suficiente para impedir la realización de los oscuros propósitos del uribismo y el resto de la ultraderecha en el poder.
Constituye una consecuencia directa de la correlación de fuerzas, la necesidad de que los agrupamientos que pueden concurrir a la integración de esta coalición se vuelvan conscientes de que, aunque de dimensiones e influencia desiguales, ninguno de ellos moviliza por sí solo toda la fuerza requerida para librar la lucha y derrotar al adversario. Como toda alianza, no supone ni implica unidad ideológica sino política, la del desempeño en la acción, coordinada, colaborativa y basada en acuerdos, para hacerle frente y vencer al contrincante común. Su puesta en práctica demanda, a la vez que firmeza en el mantenimiento de las metas propuestas, consensos laboriosamente construidos, concesiones positivas recíprocas y gran flexibilidad para zanjar diferencias y, sobre todo, contradicciones secundarias.
Si lo que se busca con la aglutinación de distintos sectores es concentrar la fuerza necesaria para enfrentar las candidaturas del uribismo, se deduce de ello que, en general, en cada circunscripción territorial lo propio debe consistir en respaldar las candidaturas democráticas con mayor opción de salir elegidas y de batir la amenaza gobiernista, fuese cual fuere su filiación particular.
A juzgar por los no pocos casos de coaliciones territoriales conformadas, o las tentativas para conformarlas por una buena parte del movimiento democrático para las elecciones de octubre, en escala municipal y departamental se revela una significativa y alentadora tendencia a la unidad. Ejemplos son los aglutinamientos logrados para la candidatura democrática mayoritaria a la alcaldía de Cali y a la gobernación del Valle del Cauca, que incluyen, en este segundo caso, además del grueso de los sectores democráticos, al partido de la U en ese departamento. Asimismo, el gran apoyo para la candidatura a la gobernación del Atlántico que cuenta con el respaldo de la mayoría de los sectores democráticos que se proclaman alternativos y, en Cundinamarca, la orientadora y muy amplia unidad de todos los sectores democráticos alcanzada alrededor de la candidata a la alcaldía del municipio de Mosquera. Algo similar a la confluencia de casi la totalidad del espectro democrático de centro y de izquierda para las candidaturas a la gobernación en Santander y para la alcaldía de Bucaramanga, aunque la dispersión sea la nota predominante en Barrancabermeja. El Magdalena es también ejemplo destacado de la tendencia unitaria, con el apoyo de todas las fuerzas democráticas a la candidata a la alcaldía de Santa Marta y con la abrumadora mayoría de las mismas respaldando el candidato a la gobernación. Nariño es escenario de una preocupante dispersión de fuerzas entre las candidaturas democráticas, después de lustros de que estas ganaran de modo consecutivo gobernación y alcaldía de la capital del departamento.
El PTC participa en estas elecciones con una política de amplia unidad democrática y antiuribista, en respaldo a candidatos y candidatas en numerosas secciones territoriales de todo el país. En Bogotá, en el marco de la coalición que apoya la candidatura de Claudia López a la alcaldía, vamos al concejo capitalino con Francisco Castañeda, líder juvenil de nuestro partido, que adelanta una vigorosa y animada campaña en toda la ciudad respaldada por un nutrido número de destacados dirigentes que aspiran al edilato. Francisco cuenta también con un importante refuerzo popular en Kennedy ─localidad en la cual el compañero Milton Peña, que lo apoya, obtuvo la mayor votación en la consulta de los aspirantes a las JAL de Alianza Verde─ allí Francisco tiene en su haber una destacada trayectoria como edil y vocero de los intereses populares, que pondrá al servicio de la ciudadanía desde el cabildo del Distrito Capital. En el caudal verde, el vocero del petecismo podrá efectuar desde el Concejo una destacada contribución a las batallas del pueblo bogotano por sus reivindicaciones, tal como quedó demostrado con el papel de Yezid García en esa corporación.
Apreciación similar cabe sobre la candidatura de nuestra compañera lideresa juvenil, Ivonnet Tapia, a la alcaldía del municipio cundinamarqués de Mosquera, alrededor de la cual concurren en coalición ejemplar las principales fuerzas de la democracia colombiana. Otro tanto debe añadirse acerca del centenar largo de candidatas y candidatos apoyados por el PTC que contenderán frente a las fuerzas contrarias a la paz y al progreso, por un escaño o cargo de elección popular. En departamentos, en las grandes ciudades, capitales departamentales y ciudades intermedias, municipios pequeños, corregimientos y veredas, se batirán, inmersos en el torrente de los destacamentos democráticos, por gobernaciones, alcaldías, asambleas, concejos y juntas administradoras locales.
Amén de cumplir con nuestro deber de participar en la lucha común contra la amenaza fascista, con entusiasmo y resolución, los cuadros, militantes y amigos del PTC hemos de desplegar al máximo nuestras energías para obtener los lugares de decisión que potenciarán nuestra acción política. Se requiere el concurso de hasta el último militante, compañera o compañero, amiga o amigo. En el movimiento obrero no basta con la disposición de votar de los integrantes de nuestros colectivos en las organizaciones sindicales: es preciso que se haga campaña electoral en regla en cada frente de masas de los asalariados. Entre la fuerza actualmente más dinámica de la sociedad colombiana, los jóvenes, cuya receptividad a las ideas avanzadas y a la problemática de Colombia y el mundo es hoy enorme, hay que buscar votación para la causa democrática, especialmente en su escenario principal, las universidades. Por supuesto que en las barriadas populares y de capas medias hemos de intensificar este empeño en el tramo final hasta el 26 de octubre.
La más paradójica nota se presenta en Bogotá, escenario principal de la próxima batalla política. Aquí, tanto Claudia López, la más opcionada candidata a la alcaldía de la capital, como el excandidato presidencial de Colombia Humana, se mantienen a la par en posiciones a primera vista irreductibles, pareciendo alejar la posibilidad de la coalición unitaria. No es exagerado resaltar la gravedad del hecho por cuanto Bogotá sigue siendo la plaza principal de la lucha política del país.
Bajo el influjo político y organizativo de Bogotá, el movimiento democrático nacional ha transitado hacia una nueva etapa más avanzada y promisoria que nunca antes. Por ello, es de esperar que las tensiones entre direcciones centrales y seguidores y cuadros avanzados de municipios y regiones en torno al candente asunto de la unidad, sean momentáneas. Así será siempre que desenfoques y estrecheces, principalmente del centro, sean corregidos. Es verdad que la mayor votación obtenida de lejos por un candidato de la democracia, la de las presidenciales del 2018, se logró pese a haberse perdido la alcaldía en el último período. Pero nadie habrá de desconocer la repercusión negativa para la moral de la resistencia civil democrática, y para sus posibilidades de acción, tanto en Bogotá como en el resto del país, si las maniobras y acuerdos del uribismo arrojasen como saldo que la alcaldía capitalina se mantuviera en manos de los enemigos de la paz y del progreso. En síntesis, las alarmas no pueden sino dispararse cuando se ha puesto en cuestión la posibilidad de que las fuerzas democráticas marchen unidas en Bogotá.
Decisiva, la unidad democrática en Bogotá
Según lo que aparece en los medios y en las declaraciones de los protagonistas del entuerto, la principal manzana de la discordia que separa de un acuerdo a Claudia López y a Gustavo Petro es la modalidad del metro, subterráneo o elevado. Diferencia que ocasionó el apoyo de Colombia Humana a la candidatura de Hollman Morris. Los elementos básicos que se han difundido indican que desde instancias nacionales del Estado y luego por la administración de Peñalosa se bloqueó la posibilidad del inicio de la construcción de un metro subterráneo a cuyo proyecto la alcaldía de Petro proveyó de los estudios correspondientes. En su reemplazo, Peñalosa decidió la construcción de un metro elevado y sin estudios que fundamentaran el nuevo proyecto, que aspira a licitar y dejar contratado. De acuerdo con las cifras y criterios de los expertos, este metro elevado sería mucho más costoso que el subterráneo, amén de los estragos que acarrearía en las edificaciones y el paisaje urbano.
Ante la compleja situación, la candidata Claudia López optó por plantear en su campaña que adelantaría la construcción del proyecto de metro que la actual alcaldía dejara contratado. Con comprensible pragmatismo, la aspirante a alcaldesa de la capital se puso así a cubierto de la previsible e infaltable avalancha de ataques que la derecha habría desencadenado contra él o la candidata que anunciara cualquier reparo a la ejecución de una obra ya contratada; y contó con el obvio cálculo del efecto negativo que recaería sobre el o la candidata que apareciese dilatando u obstruyendo la ejecución inmediata de obra tan importante para la crítica movilidad capitalina. En suma, no se trataba del contenido del problema ─en el cual la razón corresponde sin duda a Petro─ sino de la discusión sobre la forma de plantear el asunto en el actual momento de disputa electoral, que no implicara exponerse inútilmente a las invectivas de la derecha.
Dos son las razones de fondo que nos llevan a respaldar la candidatura de Claudia López, habida cuenta de los indiscutibles y ampliamente reconocidos méritos de su trayectoria. El ya enunciado criterio de que las coaliciones democráticas deben respaldar las candidaturas que presenten mayor opción de ganar. En Bogotá es claro este hecho y aún las fluctuaciones registradas por las encuestas corroboran y dejan en firme, con mayor o menor margen, que su nombre se halla a la cabeza de las preferencias de la mayoritaria opinión pública de la ciudad.
La construcción del metro subterráneo representa la salida al mayúsculo problema de la movilidad capitalina, lo cual, con toda su importancia, no debe anteponerse a la táctica de reunir la mayor fuerza posible en una amplia coalición democrática para hacer frente y derrotar las candidaturas del uribismo gobernante y demás fuerzas de la derecha extrema. Aún sin la inclusión de un punto con tan indiscutible peso en la agenda programática de una alcaldesa democrática, el respaldo a su candidatura se justifica y resulta indispensable al constituir esta la principal opción para conjurar la amenaza contra la paz y la democracia. La “presión amiga” ejercida por 80 mujeres de Colombia Humana sobre el líder de la colectividad en reciente reunión, se percibe en la dirección correcta y debe ejercerse por todos cuantos seamos conscientes de la urgencia de la unidad. Sobre todo, después del anuncio del expresidente Uribe en el sentido de que le parece bien la alianza de su candidato en Bogotá con Galán (con miras, claro está, a escoger un solo candidato de la ultraderecha). Guardamos la firme expectativa de que la candidata a la alcaldía de Bogotá y Petro lleguen a acuerdos razonables, de modo que el líder de Colombia Humana finalmente respalde la única candidatura democrática con opción de ganar y capaz de derrotar a los aspirantes de la derecha, la de Claudia López.
En últimas, lo único que garantiza la posibilidad real de que la actual correlación de fuerzas evolucione en favor del pueblo es la unidad de los sectores democráticos. Es nuestro deber emplearnos a fondo para alcanzarla.
Bogotá, 10 de septiembre de 2019

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