El camorrero del barrio es un elemento que plantea sus opiniones, caprichos, arbitrariedades, animadversiones y vetos. No les manda mensajes a otros por interpuesta persona, ni manda a nadie a que haga el trabajo sucio. Es pendenciero y a veces le va mal en las peleas callejeras. No anda pregonando su bondad sino su rudeza. Duque, a diferencia, es agazapado, no se desgasta, usa máscaras, no es valiente, manda emisarios, no asume responsabilidades en esas reyertas y, generalmente, puede probar que estaba distante de los acontecimientos sucios.
Por Yezid
García Abello
Secretario general (e) del PTC ǀ Bogotá
D.C., 4 de junio de 2020
El
29 de abril publiqué en el periódico La
Bagatela una columna titulada “No, no creo que Duque sea un hombre ni un
presidente honesto”. El escrito partía del hecho que ante la reconocida
incompetencia de Duque en muchos temas clave que son del resorte del
presidente, algunos uribistas lo disculpaban diciendo: “Es cierto, es
incompetente para algunos temas, pero es un hombre honesto, no hay duda”.
Cuando
expresé la opinión reflejada en el título de aquella columna la sustenté en algunas
actuaciones del presidente en circunstancias especiales y complejas de la vida
nacional. Como por ejemplo contratar, en plena crisis económica agravada por la
pandemia y apropiando recursos que pertenecen al desarrollo de los Acuerdos de
Paz, a la empresa Du Brands SAS por la astronómica suma de 3.350 millones de
pesos para posicionar su imagen y la de su Gobierno “a través de una estrategia
integral en las redes sociales”. O su actitud de evadir responsabilidades y
guardar sibilino silencio frente a las grabaciones hechas a sus amigos el Ñeñe
Hernández y la Caya Daza, que hablan
de la compra de votos para su campaña presidencial en tierras guajiras. O su
indelicadeza con los recursos públicos al dedicar viajes del avión presidencial
a trasportar los amiguitos de sus hijos para celebrar un cumpleaños en el
Parque Panaca en el Quindío.
Algunos
uribistas saltaron indignados, pero finalmente, argumento va argumento viene,
llegaron a reconocer forzados por las evidencias y los hechos: “Bueno,
incompetente en algunas áreas de gobierno y poco delicado en algunos contratos,
pero nada sectario en política, amable, ponderado y buena gente”.
Esa
afirmación tampoco es cierta. Como lo he sostenido en las redes sociales, a
riesgo de que se me vengan encima las “bodegas” Duque-uribistas, el verdadero
presidente Iván Duque es el que se esconde tras la máscara de niño bueno que
muestra a los colombianos en su programa diario de las seis de la tarde por los
canales de la televisión nacional; es el cerrero uribista enemigo de los
Acuerdos de Paz y, en especial, de la JEP; el que afirma, tras bambalinas, que
para él la salida de Maduro de la presidencia de Venezuela es tan importante
como el combate al narcotráfico; el que afirma sin sonrojarse que no sabía nada
de entrenamientos de mercenarios en La Guajira durante casi un año; el
conspirador contra Cuba ante Trump para que el imperial cerco económico sobre la
Isla no se rompa sin importar las privaciones de un pueblo hermano y de un
gobierno que en distintas ocasiones se la ha jugado por la paz de Colombia.
El
Duque de verdad, sin maquillajes, es el político sectario que vetó a Frank
Pearl como presidente de Asocaña, la poderosa organización gremial de los
productores de caña de azúcar, e hizo que el gremio reversara la decisión en
razón a que Pearl fue Alto Comisionado de Paz del gobierno anterior ―el de
Santos― y ha expresado su opinión de que Colombia debía cumplir con lo
establecido en los protocolos firmados con el ELN cuando iniciaron las
negociaciones. Protocolos que tienen como países garantes a Cuba y Noruega y
son referidos al caso de que, si esas negociaciones se llegaran a romper, lo
que efectivamente ocurrió, se garantizaba el retorno de los negociadores a sus
lugares de origen sin contratiempos ni represalias.
Vladdo,
en su columna del El Tiempo,
argumenta en esa misma dirección y menciona otros hechos muy importantes en la
tarea de descubrir ante el país cuál es el verdadero Duque. Son los casos de
Aníbal Fernández de Soto y el general Jorge Maldonado. El primero, Fernández de
Soto, era vicepresidente de Desarrollo Sostenible de Ecopetrol cuando a la
junta directiva de esa empresa, en representación del Presidente de la República
llegó Luigi Echeverri, amigo íntimo y vocero en varias instancias de Duque,
quien le hizo saber la inconformidad del Gobierno Nacional por su permanencia
en el cargo dada su relación cercana con el gobierno anterior. A partir de allí
su vida se le hizo imposible en Ecopetrol, ante lo cual no le quedó a Fernández
de Soto camino diferente a presentar renuncia a su cargo.
Como
un caso similar, Vladdo menciona al general Jorge Maldonado, sobre quien no se
conocen ni se han hecho públicas investigaciones o faltas en el ejercicio de
sus funciones. Maldonado ocupaba el cargo de asesor en la delegación de
Colombia en la OEA y, al regresar, fue notificado de su separación de las
Fuerzas Armadas, sin razón aparente, discrecionalmente; pero los círculos
cercanos al Ministerio de Defensa expresan en “voz baja” que se le castiga
truncando su carrera militar por haber sido jefe de la Casa Militar de Palacio
en el gobierno anterior.
Comportamientos
similares, de vetos por razones políticas, se han presentado frente a decenas
de jóvenes profesionales aspirantes a trabajar con este gobierno en áreas
sensibles como víctimas, reinserción y proyectos derivados de los Acuerdos de
Paz. Han sido sometidos a que les escudriñen sus redes sociales para conocer su
posición frente a los problemas nacionales, si respaldaron o no el plebiscito y
la paz, si participaron o no en la consulta anticorrupción, cómo fue su voto en
las pasadas elecciones presidenciales. Y si la información derivada de estas
“investigaciones” hace que los o las aspirantes al empleo tengan un perfil
distinto al ideal Duque-uribista, así sea en unos pocos grados, no hay
vinculación laboral así sobren títulos y capacidades.
El
camorrero del barrio es un elemento que plantea sus opiniones, caprichos,
arbitrariedades, animadversiones y vetos. No les manda mensajes a otros por
interpuesta persona, ni manda a nadie a que haga el trabajo sucio. Es
pendenciero y a veces le va mal en las peleas callejeras. No anda pregonando su
bondad sino su rudeza. Duque, a diferencia, es agazapado, no se desgasta, usa
máscaras, no es valiente, manda emisarios, no asume responsabilidades en esas
reyertas y, generalmente, puede probar que estaba distante de los
acontecimientos sucios.
Duque tiene sus características particulares, pero sigue siendo un camorrero de barrio. Eso sí, agazapado. ¡Aunque la mona se vista de seda, mona se queda!
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