Aunque la mona se vista de seda, mona se queda

César Tovar de León 7:58 a.m.


El camorrero del barrio es un elemento que plantea sus opiniones, caprichos, arbitrariedades, animadversiones y vetos. No les manda mensajes a otros por interpuesta persona, ni manda a nadie a que haga el trabajo sucio. Es pendenciero y a veces le va mal en las peleas callejeras. No anda pregonando su bondad sino su rudeza. Duque, a diferencia, es agazapado, no se desgasta, usa máscaras, no es valiente, manda emisarios, no asume responsabilidades en esas reyertas y, generalmente, puede probar que estaba distante de los acontecimientos sucios.

Por Yezid García Abello
Secretario general (e) del PTC  ǀ Bogotá D.C., 4 de junio de 2020

El 29 de abril publiqué en el periódico La Bagatela una columna titulada “No, no creo que Duque sea un hombre ni un presidente honesto”. El escrito partía del hecho que ante la reconocida incompetencia de Duque en muchos temas clave que son del resorte del presidente, algunos uribistas lo disculpaban diciendo: “Es cierto, es incompetente para algunos temas, pero es un hombre honesto, no hay duda”.

Cuando expresé la opinión reflejada en el título de aquella columna la sustenté en algunas actuaciones del presidente en circunstancias especiales y complejas de la vida nacional. Como por ejemplo contratar, en plena crisis económica agravada por la pandemia y apropiando recursos que pertenecen al desarrollo de los Acuerdos de Paz, a la empresa Du Brands SAS por la astronómica suma de 3.350 millones de pesos para posicionar su imagen y la de su Gobierno “a través de una estrategia integral en las redes sociales”. O su actitud de evadir responsabilidades y guardar sibilino silencio frente a las grabaciones hechas a sus amigos el Ñeñe Hernández y la Caya Daza, que hablan de la compra de votos para su campaña presidencial en tierras guajiras. O su indelicadeza con los recursos públicos al dedicar viajes del avión presidencial a trasportar los amiguitos de sus hijos para celebrar un cumpleaños en el Parque Panaca en el Quindío.

Algunos uribistas saltaron indignados, pero finalmente, argumento va argumento viene, llegaron a reconocer forzados por las evidencias y los hechos: “Bueno, incompetente en algunas áreas de gobierno y poco delicado en algunos contratos, pero nada sectario en política, amable, ponderado y buena gente”.

Esa afirmación tampoco es cierta. Como lo he sostenido en las redes sociales, a riesgo de que se me vengan encima las “bodegas” Duque-uribistas, el verdadero presidente Iván Duque es el que se esconde tras la máscara de niño bueno que muestra a los colombianos en su programa diario de las seis de la tarde por los canales de la televisión nacional; es el cerrero uribista enemigo de los Acuerdos de Paz y, en especial, de la JEP; el que afirma, tras bambalinas, que para él la salida de Maduro de la presidencia de Venezuela es tan importante como el combate al narcotráfico; el que afirma sin sonrojarse que no sabía nada de entrenamientos de mercenarios en La Guajira durante casi un año; el conspirador contra Cuba ante Trump para que el imperial cerco económico sobre la Isla no se rompa sin importar las privaciones de un pueblo hermano y de un gobierno que en distintas ocasiones se la ha jugado por la paz de Colombia.

El Duque de verdad, sin maquillajes, es el político sectario que vetó a Frank Pearl como presidente de Asocaña, la poderosa organización gremial de los productores de caña de azúcar, e hizo que el gremio reversara la decisión en razón a que Pearl fue Alto Comisionado de Paz del gobierno anterior ―el de Santos― y ha expresado su opinión de que Colombia debía cumplir con lo establecido en los protocolos firmados con el ELN cuando iniciaron las negociaciones. Protocolos que tienen como países garantes a Cuba y Noruega y son referidos al caso de que, si esas negociaciones se llegaran a romper, lo que efectivamente ocurrió, se garantizaba el retorno de los negociadores a sus lugares de origen sin contratiempos ni represalias.

Vladdo, en su columna del El Tiempo, argumenta en esa misma dirección y menciona otros hechos muy importantes en la tarea de descubrir ante el país cuál es el verdadero Duque. Son los casos de Aníbal Fernández de Soto y el general Jorge Maldonado. El primero, Fernández de Soto, era vicepresidente de Desarrollo Sostenible de Ecopetrol cuando a la junta directiva de esa empresa, en representación del Presidente de la República llegó Luigi Echeverri, amigo íntimo y vocero en varias instancias de Duque, quien le hizo saber la inconformidad del Gobierno Nacional por su permanencia en el cargo dada su relación cercana con el gobierno anterior. A partir de allí su vida se le hizo imposible en Ecopetrol, ante lo cual no le quedó a Fernández de Soto camino diferente a presentar renuncia a su cargo.

Como un caso similar, Vladdo menciona al general Jorge Maldonado, sobre quien no se conocen ni se han hecho públicas investigaciones o faltas en el ejercicio de sus funciones. Maldonado ocupaba el cargo de asesor en la delegación de Colombia en la OEA y, al regresar, fue notificado de su separación de las Fuerzas Armadas, sin razón aparente, discrecionalmente; pero los círculos cercanos al Ministerio de Defensa expresan en “voz baja” que se le castiga truncando su carrera militar por haber sido jefe de la Casa Militar de Palacio en el gobierno anterior.

Comportamientos similares, de vetos por razones políticas, se han presentado frente a decenas de jóvenes profesionales aspirantes a trabajar con este gobierno en áreas sensibles como víctimas, reinserción y proyectos derivados de los Acuerdos de Paz. Han sido sometidos a que les escudriñen sus redes sociales para conocer su posición frente a los problemas nacionales, si respaldaron o no el plebiscito y la paz, si participaron o no en la consulta anticorrupción, cómo fue su voto en las pasadas elecciones presidenciales. Y si la información derivada de estas “investigaciones” hace que los o las aspirantes al empleo tengan un perfil distinto al ideal Duque-uribista, así sea en unos pocos grados, no hay vinculación laboral así sobren títulos y capacidades.

El camorrero del barrio es un elemento que plantea sus opiniones, caprichos, arbitrariedades, animadversiones y vetos. No les manda mensajes a otros por interpuesta persona, ni manda a nadie a que haga el trabajo sucio. Es pendenciero y a veces le va mal en las peleas callejeras. No anda pregonando su bondad sino su rudeza. Duque, a diferencia, es agazapado, no se desgasta, usa máscaras, no es valiente, manda emisarios, no asume responsabilidades en esas reyertas y, generalmente, puede probar que estaba distante de los acontecimientos sucios.

Duque tiene sus características particulares, pero sigue siendo un camorrero de barrio. Eso sí, agazapado. ¡Aunque la mona se vista de seda, mona se queda!

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