A este valioso movimiento le corresponde principalmente, además de exigir justas garantías y el derecho a regular su cuidado, luchar contra el modelo económico que prefiere verlos muertos y no en la calle o en los parques.
Por Yezid
García Abello
Secretario general (e) del PTC ǀ
Bogotá D.C., 1 de junio de 2020
Me uní
a la rebelión de las canas siendo aún un joven sin canas. Me uní cuando un
presidente joven, César Gaviria, y un senador joven, Álvaro Uribe Vélez,
cumpliendo las órdenes del Fondo Monetario Internacional FMI y del Banco
Mundial, del Consenso de Washington y de los grupos financieros y monopolistas
a nivel mundial, establecieron todo el andamiaje estructural, político y
propagandístico para imponer a Colombia el modelo económico e ideológico de
moda que ya se había adoptado en otras latitudes, el llamado modelo neoliberal.
Desde
entonces, hace ya más tres décadas, he estado en las primeras líneas de la
desigual pelea. Me he guiado con las luces de Francisco Mosquera y de
economistas progresistas de variadas tendencias, entre ellos Abdón Espinosa y
Eduardo Sarmiento. He acompañado a los trabajadores y campesinos organizados
que nunca le comieron cuento a la “apertura” y a la privatización, ni a
disminuir el papel del Estado, ni a feriar, a precios de gallina flaca, las
empresas oficiales rentables que contribuían a fortalecer año tras año el
presupuesto nacional. He respaldado a los productores nacionales de la ciudad y
del campo que comenzaban a sentir su ruina progresiva por la feroz y desigual
competencia con productos elaborados o cultivados allende nuestras fronteras,
con jugosos subsidios oficiales en sus países de origen y con pleno
aprovechamiento de su superior desarrollo científico y tecnológico.
Desde
esas calendas era obvio que uno de los sectores más perjudicados por esa
especie de darwinismo social que se imponía en el mundo eran los mayores de
edad que terminaban su vida productiva. En cuanto a la salud, dejaron de ser
los apreciados ciudadanos que requerían servicios, tratamientos y medicamentos,
para convertirse en incomodos clientes que disminuían la rentabilidad de las
poderosas empresas de salud, convertidas en intermediarias que generaban
fabulosas ganancias a costillas del sufrimiento de la población, especialmente
de los mayores. Y para dejar la crema del pastel al capital privado se marchitó
buena parte de la red pública hospitalaria, se privatizaron servicios, se
desconocieron derechos de sus trabajadores y se cerraron hospitales de distinto
nivel que servían a los más pobres o estaban alejados de los grandes centros
urbanos.
Y se
sabía también que el capital financiero entraría a saco sobre las pensiones
ganadas por los “canosos” después de toda una vida de trabajo y aporte al
desarrollo del país. Los neoliberales engañaron a los jóvenes de esa época y
los sacaron con “espejitos y baratijas” del Seguro Social, la entidad oficial
con régimen de prima media, para ingresarlos en los fondos privados de pensiones,
donde al final de la vida laboral de un colombiano, su posibilidad real de
pensionarse, dependerá de su ahorro personal. Fondos donde hasta la eventualidad
de una pequeñísima remuneración, por debajo del salario mínimo, dependerá de
las argucias de los linces financieros y las “audaces jugadas” en las bolsas de
valores.
Si
alguien piensa que el neoliberalismo tiene reservado para los adultos mayores,
para los “canosos”, un tratamiento de mayor consideración al aquí expuesto, que
se remita a digerir las despectivas afirmaciones sobre el tema contenidas en un
informe del FMI de abril de 2012 sobre la estabilidad financiera mundial. Allí
se plantea que “hay que bajar el monto de las pensiones por el riesgo de que la
gente viva más de lo esperado… Los costos del envejecimiento son enormes… La
prolongación de la esperanza de vida acarrea grandes costos financieros para
los gobiernos, las empresas y las compañías de seguros”. ¡Más claro no canta un
gallo! Para el neoliberalismo y los poderosos del mundo las “cabezas blancas”
somos sus irreconciliables enemigos, enemigos de su rentabilidad, enemigos de
las ganancias de su capital, enemigos de su concentración de riqueza.
Y
claro que frente a la pandemia estamos en grave riesgo. Al mundo lo recorre el
aterrador fantasma del coronavirus y, por las imposiciones neoliberales, no
tenía nada preparado para enfrentarlo, con la excepción de aquellos países que
se negaron a desmontar su modelo público de salud. En Colombia, después de tres
meses de covid-19, más de 30.000 contagiados y cerca de 1.000 muertos, aún hay
una gigantesca deuda de las EPS con los hospitales y clínicas, se les deben
salarios atrasados a los trabajadores de la salud, su dotación de protección es
deficiente, escasa y todavía se discute quien debe pagarla, las pruebas CVR son
insuficientes, el incremento de Unidades de Cuidados Intensivos e Intermedios
es mínimo frente a las necesidades en un pico de la enfermedad. Se ha perdido
un tiempo precioso. En estas condiciones, a la hora de la verdad, los profesionales
tendrán que escoger entre salvar a uno de los nuestros, de los “canosos”, o a
una vida joven con todo el futuro enfrente. A ese dilema no puede llegar la
sociedad colombiana, y la manera de impedirlo es exigiendo al presidente Duque
y a su Gobierno acciones concretas, rápidas y eficaces, para enfrentar el virus.
¡No más cifras amañadas, ni mutuos elogios, ni mentiras piadosas en programas
de TV de las 6 pm!
Que la
mayoría de colombianos y colombianas, que haciendo eco de una corriente mundial
han protestado contra las cuarentenas y su prolongación para los “abuelitos”, que
como subestimándonos nos llama el presidente Duque, tenga claro y preciso que a
este valioso movimiento le corresponde principalmente, además de exigir justas
garantías y el derecho a regular su cuidado, luchar contra el modelo económico
que prefiere verlos muertos y no en la calle o en los parques.
Hace
siglos la humanidad definió correctamente el problema de escoger entre la bolsa
y la vida: ¡la vida!
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