La división del poder en sus tres ramas clásicas y su independencia es uno de los baluartes de la democracia burguesa, y día por día el ejecutivo gringo, en poder de Trump, obtiene mayor preponderancia e injerencia frente a los otros poderes públicos. El atentado contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001 abrió las puertas a la instauración de un régimen abiertamente policivo en Estados Unidos. Sin haber ganado plenamente la “guerra contra el terrorismo”, en el año 2017 se decidió que el peligro para Estados Unidos no son los tales grupos terroristas sino los Estados que compiten contra la potencia. Se recurre a otra artimaña heredada de Hitler, crear un enemigo interno (ya no los judíos por su actual papel económico y político) pero ahí están los inmigrantes, latinos o de otras latitudes, y los negros. Es bien diferente que la guerra comercial continúe al modo Biden que al modo Trump ‒respetando la legalidad burguesa o precipitando una guerra de trincheras‒ como lo es que la clase obrera gringa (y de paso la mundial) pueda enfrentar la arremetida económica con órganos defensores de los derechos civiles (de protesta y de asociación, por ejemplo) que bajo un régimen dictatorial.
Por Pascual Amézquita Zárate
Profesor universitario, PhD en Economía
Decir que Estados Unidos se desliza por el barranco del fascismo no es una hipérbole o una exageración, sino la radiografía de un proceso que tiene su propia dinámica de manera que entre más pasos se da en esa dirección más se acelera el proceso, como ocurre cuando un cuerpo cae. Que hasta Madeleine Albright, la exsecretaria de Estado que no se destacó exactamente por sus formas diplomáticas para manejar las relaciones exteriores de su país, alerte contra el peligro que ya es diciente.
Los botones de muestra
Los hechos son contundentes: la división del poder en sus tres ramas clásicas y su independencia es uno de los baluartes de la democracia burguesa, y día por día el ejecutivo gringo, en poder de Trump, obtiene mayor preponderancia e injerencia frente a los otros poderes públicos. En el Senado la cosa la tiene fácil por cuanto su partido tiene la mayoría y en la Cámara usa frecuentes triquiñuelas y chantajes, bien para domeñar a los demócratas o para evadir las discusiones en ese recinto, recurriendo a cambio a órdenes presidenciales. Y hasta amenazó recientemente con cerrar el Congreso por cuenta de la cuarentena.
En cuanto a la Corte Suprema de Justicia, compuesta por nueve miembros, cinco de ellos nominados por los republicanos. Los otros cuatro eran demócratas hasta la muerte en días pasados de la jueza Ruth Gingburg, con lo cual solo quedan tres y ‒poca duda hay al respecto‒, su puesto quedará en manos de otra republicana. Hasta el momento esa Corte ha mostrado ser un baluarte contra la arremetida del presidente, por lo cual Trump ha salido a controvertirle sus sentencias, las que han servido para la defensa de los derechos ciudadanos.
Ni qué decir de otros altos cargos públicos en ese país, casi todos los cuales son designados por el presidente, entre otros, los jefes de la CIA, del FBI y de la Agencia de Seguridad Nacional reorganizada luego del atentado contra las Torres Gemelas.
Otro flanco de la democracia burguesa que está siendo atacado por Trump es el sistema electoral. Por su forma de operar, como fruto de la fuerza de los esclavistas en el siglo XIX, hay un galimatías que se traduce en que con frecuencia los demócratas ganan en la votación popular pero los republicanos en la de los delegados, que son los que escogen el presidente. Pero además, Trump está saboteando de muchas maneras las próximas elecciones y ni siquiera se compromete a entregar el cargo si pierde.
De manera que el punto es inquirir en las causas del auge del fascismo en ese país.
El motor para el fascismo made in USA
El primer asunto es mostrar los segmentos más importantes de la clase dirigente de ese país. Hay dos de vieja data. Uno, el bancario y el industrial que, como se recuerda con Lenin, configuró a lo largo del siglo XX el capitalismo financiero. Característica para destacar para lo que interesa en este artículo es que constituye el sector que ha jalonado las diferentes etapas de la globalización como lo ponen de presente sus actividades, por ejemplo inundar de dólares al planeta a través de inversiones o crear cadenas productivas a lo largo del globo para sus industrias, sin embargo hoy afronta serios problemas.
El otro sector es el complejo industrial-militar que surgió durante la Segunda Guerra Mundial, sobre cuyos nefastos efectos advirtió el primer presidente gringo de la posguerra, Harry Truman. A diferencia del anterior sector, su negocio tiene una muy notoria base nacional, interna, pues los aparatos de guerra no pueden ser producidos en el extranjero por problemas de seguridad nacional, ni ser exportados sino muy excepcionalmente. Es decir, es un sector que por sí mismo no tiene mucho que ver con la globalización, a menos que esté a las órdenes del primer sector que lo requiere como guardián mundial de sus intereses.
Una medida de la importancia económica del sector industrial-militar es el desmesurado presupuesto del Pentágono y el tamaño del ejército cuando se compara con los otros países.
El tercer sector es mucho más joven, es el que tiene sus raíces en la tercera y cuarta revoluciones industriales, es decir, en la nanotecnología, la robotización y el internet. De momento, baste anotar que participa del primer sector en cuanto su producción es a través de cadenas productivas y sus negocios son de cobertura planetaria, pero también del segundo pues una parte importante de sus negocios son con el Pentágono. Ello explica la pelea tecnológica desatada contra Huawei, que favorece a las gringas Apple, Microsoft o Google.
Como se sabe, la fortaleza del primer sector está siendo fuertemente erosionada por los competidores mundiales, en particular China, mientras que el tercer sector muestra su temor frente a los gigantes tecnológicos chinos. En un escenario de globalización, a mediano plazo también quedarían rezagados.
Con esta sintética mirada económica se encuentran las raíces del fascismo.
El atentado contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001 abrió las puertas a la instauración de un régimen abiertamente policivo en Estados Unidos. Argumentando amenazas de seguridad se expidió en el 2002 la Estrategia de Seguridad Nacional, ESN, que autorizó al poder ejecutivo, a través de las muchas oficinas de espionaje encabezadas por la NSA, la CIA y el FBI para entrometerse explícitamente en la vida de las personas y de las empresas. Esta ESN identificó como enemigo principal de Estados Unidos a los grupos opositores que se designaron genéricamente como terroristas. Se inició así la guerra contra el terrorismo durante el mandato de Bush hijo. Se dejaba en segundo lugar a los Estados con los cuales podría haber diferencias: los europeos porque han sido los aliados, y Rusia y China que apenas sí despuntaban en el escenario luego del colapso del Muro de Berlín.
Sin haber ganado plenamente la “guerra contra el terrorismo”, en el año 2017 se cambió la ESN para indicar que ahora el peligro para Estados Unidos no son los tales grupos terroristas sino los Estados que compiten contra la potencia. En orden de importancia China, Rusia, Irán, Corea del Norte, Venezuela.
El análisis de las implicaciones planetarias de este viraje será motivo de próximo artículo. Por el momento veamos la relación que tiene esto con el fascismo dentro del país.
La gasolina para el fascismo made in USA
Un paralelo arroja luces al respecto. El fascismo de Hitler tuvo un origen bien definido, evidente, en las condiciones internas de Alemania: el auge de los movimientos de izquierda que ponían sus ojos en la experiencia de Lenin, quien había dicho antes de 1917 que el país más maduro para una revolución socialista era Alemania. Ese anuncio no se les escapó a los empresarios alemanes (y sí, desafortunadamente, a buena parte de la izquierda germana) quienes decidieron apoyar a Hitler, un frustrado cabo, para que representara sus intereses y arrasara con el enemigo de clase.
En cambio, en Estados Unidos no ha habido un auge significativo de la lucha de clases. Los incidentes que están ocurriendo en este año son consecuencia, no causa, del fenómeno que estamos analizando.
En Estados Unidos el fascismo a escala nacional no ha existido, pero sí hay expresiones, por ejemplo en el sur y parte del suroccidente, asociado a otro sector de la burguesía, el de los grandes plantadores (quienes desde la perspectiva económica son proteccionistas), que en su imaginario tienen vivo el esclavismo o la sojuzgación económica, política y social de los negros, aun cuando fueron derrotados económicamente en el siglo XIX. El Ku Klux Klan y otras expresiones mantuvieron su estado de latencia en el profundo sur y hoy despliegan sus intimidaciones en lugares tan alejados de esa tradición como Portland o Seattle en el extremo noroccidental del país o Nueva York.
La creciente debilidad relativa del sector financiero y del sector agrario frente a los competidores mundiales y la preponderancia del complejo industrial-militar hacen que sea muy fuerte la presión por volver a la etapa proteccionista. Ello acarrea costos, empezando por los asociados a la guerra comercial con China, que se traducen en que hay que poner a los obreros gringos a competir salarialmente con los chinos, anzuelo para ganarse el apoyo de los empresarios. Algo similar a lo que hizo Hitler y que en Estados Unidos se ha traducido en abundante legislación antilaboral[i]. El salario mínimo gringo está congelado desde hace varios lustros y el arma para competirle a los chinos es recortar aún más los ingresos de los trabajadores, lo que no ocurrirá sin enfrentar a la clase obrera.
Además requiere galvanizar el espíritu del gringo medio para que vea a China como un enemigo a combatir y, dado el caso, no solo en la retórica. Pero ese espíritu está de capa caída desde la derrota mayúscula de Vietnam (presente en la mente de la generación más vieja) y las otras que ha recibido (de hecho, Estados Unidos no ha ganado ninguna guerra después de la Segunda Guerra, así haya anunciado lo contrario). Así que se recurre a otra artimaña heredada de Hitler, crear un enemigo interno (ya no los judíos por su actual papel económico y político) y ahí están los inmigrantes, latinos o de otras latitudes, y los negros.
En palabras de Zbigniew Brzezinski, viejo zorro de la política estadounidense “en la medida en que EE. UU. se vuelve una sociedad multicultural, puede resultarle más difícil generar un consenso en torno a una política exterior homogénea. Sólo una circunstancia verdaderamente masiva y ampliamente percibida como una amenaza externa podría crear ese consenso”[ii]. Esto lo dijo en 1998, antes del atentado a las Torres Gemelas.
Por si faltaran elementos en la receta, se alimenta la versión de que las protestas son una faceta del socialismo al que hay que combatir y se presenta al candidato Biden como el orquestador del desorden. Hay analistas que afirman que el gobierno le echa más candela a las protestas para que el sector más temeroso del país acepte acoger esta tesis. Entonces Trump aparece en el imaginario como el salvador económico y el único capaz de hacer frente al desorden, así ello signifique renunciar a los derechos individuales.
Varias de las tendencias acá descritas no van a cambiar independientemente del presidente que termine elegido en noviembre, en particular las asociadas a la económica, pero es un hecho histórico que los gobiernos demócratas son más apegados a las normas democrático-burguesas que son el espacio para que pueda florecer más fácilmente la lucha popular. Es bien diferente que la guerra comercial continúe al modo Biden que al modo Trump ‒respetando la legalidad burguesa o precipitando una guerra de trincheras‒ como lo es que la clase obrera gringa (y de paso la mundial) pueda enfrentar la arremetida económica con órganos defensores de los derechos civiles (de protesta y de asociación, por ejemplo) que bajo un régimen dictatorial.
[i] Ver por ejemplo “50 reasons the Trump administration is bad for workers”, en el cual se hace un recuento de las normas más dañinas para los obreros expedidas durante el gobierno Trump (2020, epi.org/207624).
[ii] Marco A. Aandásegui, hijo, La política de seguridad nacional de Trump (2020), p. 119.
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