Por Darío Henao Restrepo
Profesor Titular de la Escuela de Estudios
Literarios / Director del Grupo Narrativa Colombia y el Simposio Internacional
Jorge Isaacs Universidad del Valle
Empezaré con la historia de una metáfora,
de estirpe romántica, que define la vida y obra de Jorge Isaacs, así como la
vida y obra de destacadas figuras del siglo XIX colombiano. Esta metáfora
asimila los sueños a una función política. En el caso de los neogranadinos, la
metáfora se asimila al poderoso sueño emancipador de alcanzar una nación libre,
soberana y civilizada, a la par con el progreso de las metrópolis europeas. Esa
utopía animó a los patriotas que, comandados por Simón Bolívar y Francisco de
Paula Santander, consiguieron la independencia de la Nueva Granada de España,
así como a las generaciones que continuaron la construcción de la nación sobre
las incipientes bases heredadas. La utopía de la nación, como comunidad
imaginada, buscada desde diversas concepciones enfrentadas,1 constituyó el
móvil del convulsionado siglo XIX colombiano, plagado de inútiles guerras
civiles, desordenadas constituciones políticas y enconados debates filosóficos,
económicos y religiosos, discusiones aupadas por los afanes de quienes
propendían por desprenderse de las viejas estructuras coloniales de aldea y
campanario en disputa con los defensores del dogmático hispanismo católico.
Para los primeros, la nueva nación debía ser construida en franca ruptura con
el legado español, siguiendo los pasos de la Ilustración, del romanticismo
político francés, del constitucionalismo norteamericano y las doctrinas
económicas inglesas; para los segundos, la independencia política era
necesaria, pero la ruptura con la tradición era una catástrofe y un imposible,
por tanto, abogaron por la adhesión a la tradición religiosa hispánica y a
ciertos principios de gobierno típicamente españoles como mantener la Iglesia
íntimamente unida a las tareas del Estado. En estas disputas, la más de las
veces, imperó la intolerancia entre las fuerzas políticas y, muy poco o nada,
la transacción y el término medio, tal como lo refiría Rufino Cuervo a finales
del XIX, delineando el panorama:
Los partidos medios se van! ¡Todo se va!,
exclamaba un elocuente español hace veinticinco años. Palabras lastimeras con
que se significaba haberse acabado en los pueblos de raza latina el verdadero
espíritu de libertad, a cuyo influjo logra verdadero respeto la conciencia con
títulos mejores que la propiedad, y convertidas la moral y la religión en
cuestiones de partido, haberse trocado las contiendas políticas en lucha
interminable, satánica, trabada, si cabe decirlo, en los más hondos senos de la
conciencia, para acabar con toda paz y acibarar la vida social y de familia.
Nuestros padres acariciaban todavía la ilusión de gozar un gobierno nacional a
la inglesa o a la norteamericana, colocado sobre la altura serena como el
Olimpo, de donde observase a los partidos luchando con dignidad y decencia,
prontos a ceder honradamente al vencedor2 (las cursivas son mías).
Jorge Isaacs creció en medio de las
confrontaciones de un siglo lastrado de desmesuras e intolerancia entre las
distintas facciones políticas que luchaban por imponer sus concepciones en la
organización de la naciente república. No solo como hombre público, en tanto
político, periodista, educador, diplomático, soldado y explorador, sino como
novelista y poeta, participó tomando partido en este abigarrado teatro como
actor de primera línea del sueño republicano. 3 Su obra está íntimamente ligada
a este contexto, aún más, ella lo sugiere de diversas formas, incluida María,
novela con profundo sentido histórico, pese a que por décadas el aparato
educativo controlado por la iglesia católica y los sectores conservadores,
encabezados por Miguel Antonio Caro,4 la deshistorizaron sacándola de los
procesos socio-culturales colombianos;5 la encapsularon deliberadamente en el
idilio romántico, soslayando así las tensiones y el universo espiritual
representado en la ficción que mostraba una sociedad que estaba cambiando con
la desaparición de la hacienda patriarcal esclavista, pesada herencia del
colonialismo español. Cuando escribió María, Isaacs ya estaba tocado por las
ideas del liberalismo radical.6 Con la novela, cuya acción puede ubicarse hacia
los años 1848-1850 –escrita entre 1864 y 1867 -, se despedía del mundo de la
infancia y su primera juventud, con plena conciencia de la renovación que
traerían la abolición de la esclavitud y la aparición de nuevas relaciones sociales
y formas modernas de la producción y explotación de la tierra.7 Desmontar la
hegemónica recepción congelada del idilio amoroso, propagado como único asunto
de la novela en manuales escolares y en las historias de la literatura,8 ha
sido el propósito de estudiosos en las últimas décadas, con puntos decisivos
como la realización del primer Simposio internacional Jorge Isaacs, el creador
en todas sus facetas (2005)9 y el inicio de la publicación de la obra completa
al cuidado de María Teresa Cristina, a cuya invaluable labor y generoso diálogo
durante estos años debe mucho este ensayo.10
El sentido de la historia estuvo presente
en la vida y obra de Isaacs. Bástenos leer su poesía juvenil para constatar que
buena parte está dedicada a las guerras civiles en las cuales participó como
soldado.11 Desde 1864, tres años antes de la publicación de María, como se
puede apreciar por su correspondencia, Isaacs ya recogía documentación sobre
José María Cabal y una lista en La Manuelita de apellidos africanos de esclavos,
por razas de negros, papeles por entonces perdidos; además, le encarga a sus
amigos de Buga –Luciano Rivera y Garrido y Leonardo Tascón– como lo anota María
Teresa Cristina:
(...) que le proporcionen documentos que
posean, que acudan a los archivos del cabildo y acopien datos precisos,
comprometan en la tarea a parientes y amigos comunes, acudan a los recuerdos de
los ancianos más cuerdos y de mejor memoria. Insiste en la necesidad de
detalles. La solicitud de información se vuelve apremiante. A Tascón le pide el
16 de noviembre: “trabaje y anote todo, todo. Debe venirme a más tardar en
enero próximo”, “hable con ellos lápiz en mano. Cuide de todo como si se
tratase de recoger granos de oro”. 12
Esto indica el ambicioso proyecto,
acariciado durante décadas, de escribir una gran novela histórica sobre el
Cauca desde la independencias hasta el pasado reciente. Como hemos dicho, para
esos años, entre 1864-69, Isaacs ya había hecho el tránsito del partido
conservador al radicalismo liberal por la vía de la masonería, más
concretamente por su ingreso a la Logia Estrella del Tequendama en Bogotá,
cambio que lo anima a recoger materiales para resaltar la época gloriosa del
Cauca y contrastarla con las guerras civiles que siguieron. Eso explica el
pedido urgente a su amigo Jorge Roa, editor de la Biblioteca Popular, como
apunta María Teresa Cristina, a quien le había prometido la novela - Camilo era
su título -, para que le enviara biografías sobre Bolívar, José María Cabal, J.
María Baraya; las memorias de O´Leary, del general José Hilario López, “así mal
escritas como las publicó”, de Espinosa, del general Antonio López, de Lacroix,
del general Miller, las Memorias histórico-políticas (completas) del general
Posada, documentos sobre el Libertador.13
Animaban, pues, al espíritu del joven
Isaacs, según sus cartas, hondas preocupaciones históricas y políticas en su
proyecto de novelista. María no fue la excepción y si, más bien, una deliberada
estrategia para tratar la historia a partir de dramas íntimos, tal y como lo
había aprendido de sus maestros del romanticismo inglés y francés, lección que
dejó plasmada en las tres obras de teatro escritas cuando había cumplido veinte
años: Los montañeses de Lyon, Paulina Lamberti y Amy Robsart. Las escribió en
Cali entre 1859 y 1860. Estos “borrones de muchacho”, como las llamaba Isaacs,
dan cuenta de sus inicios como poeta y dramaturgo, y explican de donde proviene
su maestría para armar la trama dramática y la diestra expresividad de los
diálogos exhibidos en María. Caso excepcional, si tenemos en cuenta que apenas
contaba con 26 años cuando empezó a escribirla en las inhóspitas selvas del
cañon del río Dagua. En medio de la agreste vegetación de la selva tropical
húmeda del Pacífico, redactó los primeros capítulos de María, evocación del
mundo ya perdido donde había pasado años felices en las haciendas paternas, “La
Rita” y “La Manuelita”.14 Entre 1864 y 1865, trabajó como subdirector de los
trabajos de construcción del camino de herradura que se estaba abriendo entre Cali
y Buenaventura, años que recuerda, en carta a su amigo Adriano Páez, como:
(...)una época de lucha titánica en mi
vida. En los desiertos vírgenes y malsanos del Pacífico, vivía como un salvaje,
a merced de las lluvias, rodeado siempre de una naturaleza hermosa, pero
refractaria a toda civilización, (...) 400 hombres de origen africano tenía
bajo mis órdenes, tenían casi adoración por mí. Trabajé y luché hasta caer
medio muerto por obra de la fatigante tarea y del mal clima. 15
El campamento se llamaba La Víbora, en
alusión a los réptiles venenosos de esa selva, y lo recordará con inmenso
cariño por sus compañeros de faenas y, porque allí, en las noches, a la luz de
una vela, comenzó a escribir su inmortal novela, la cual terminó en Cali, a
donde hubo de regresar por causa del paludismo que habría de matarlo. La
adversidad forjó su temperamento romántico y sería el sino que marcaría su
vida. En el duro trabajo en el cañón del Dagua, convencido de la urgencia de
construir este camino para el futuro ferrocarril, escuchó las historias de esos
vástagos del África, de la misma estirpe de dos personajes que aparecen en
María, Pedro y Nay,16 quienes le habían recreado la infancia con los relatos de
su añorado continente. Él, como hijo de la diáspora judía, se encontró con la
diáspora africana en las Américas, fenómeno de profunda universalidad poetizado
en María. El poema dedicado a Nay, cantado en sus honras fúnebres, indica la
comprensión del terrible drama de la esclavitud y la comprensión histórica de
las consecuencias de la infame trata.
En oscuro calabozo
Cuya reja al sol ocultan
Negros y altos murallones
Que las prisiones circundan;
En que sólo las cadenas
Que arrastro, el silencio turban
De esta soledad eterna
Donde ni el viento se escucha...
Muero sin ver tus montañas
¡Oh patria!, donde mi cuna
Se meció bajo los bosques
Que no cubrirán mi tumba.
Isaacs logró poetizar en María la
intrincada relación histórica entre África, Europa y América, y con gran
sabiduría le confirió visibilidad a ese complejo encuentro de mundos,
especialmente el de los esclavos africanos con el de los criollos de origen
europeo, con todo el entramado de realidades existenciales, políticas,
imaginarias, sociales y culturales que lo configuraban. La hacienda de la
sierra, evocada por Efraín y espacio en el cual sucede el drama íntimo de la
novela, no existiría sin la geografía, economía, historia y cultura que se
tejen a su alrededor. Este mundo dominado por las élites criollas de origen
europeo estaba cimentado por el trabajo esclavo en las labores dentro y fuera
de las minas y las haciendas, los productos de los pueblos indígenas, las
labores de los campesinos libres y los arrendatarios, la explotación de las
minas de oro en el Chocó, la inmigración antioqueña al valle del Cauca, los bogas
del Dagua, el circuito de ciudades a su alrededor (Bogotá, Cali, Palmira, Buga,
Popayán, Quibdó, Buenaventura) y el comercio regional en el Pacífico
colombiano. Tanto tiene que ver ese contexto con la trama, que la tragedia
amorosa está ligada a un mundo en disolución: el de la hacienda esclavista en
quiebra inevitable. El relato de Efraín es la evocación nostálgica de ese mundo
que cuando Isaacs escribe María, 1865 y 1866, ya está irremediablemente
perdido. Este horizonte histórico es clave para la interpretación de la novela
fundacional de la literatura colombiana.
Notas
1 Ver
Jaime Jaramillo Uribe. 2001. El pensamiento colombiano en el siglo XX. Bogotá:
Ediciones Uniandes/ICANH.
2 En
Ángel y Rufino J. Cuervo, Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época, citado
en el libro de Jaime Jaramillo Uribe, pág. 136.
3 Ver
Otto Morales Benitez. (2007). “El desconocido político Jorge Isaacs.” En Darío
Henao Restrepo (compilador). Memorias del primer Simposio internacional Jorge
Isaacs: el creador en todas sus facetas. 24-38. Cali: Universidad del Valle.
4 La
más reciente novela de Gonzalo España, Odios Fríos. La novela de Miguel Antonio
Caro en el poder. (2016). Bogotá: Grijalbo, recrea el universo político de
agudos conflictos protagonizados por el indiscutible líder, junto con Rafael
Nuñez, de las fuerzas de la regeneración conservadora, las que redactaron,
inspirados en el dogmatismo político-religioso de cuño hispano-católico, la
constitución de 1886, que marcaría los destinos de Colombia hasta el siglo XX.
5 El
Simposio del 2005 abrió caminos para el estudio de todas las facetas de Isaacs,
y removió de una vez por todas el arquetipo de novela sentimental de María,
para situarla en la compleja y heterogénea realidad histórica, social y
cultural en la cual se gestó.
Ver
mi ensayo, “El mundo de Nay y Ester” en la citadas memorias del primer
Simposio. En esta misma línea, vale destacar el más reciente trabajo sobre esta
recuperación, de Iván Vicente Padilla Chasing: Jorge Isaacs y María ante el
proceso de secularización en Colombia. (1850-1886). 2016. Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas.
6 El
historiador Germán Arciniégas sostiene, apreciación que comparto: “No hay que
pensar que el radicalismo le hubiera nacido a Isaacs tardíamente. Aunque no lo
parezca, María es ya una novela radical, y en la obra de los primeros años de
Isaacs no hay nada contrario a lo que fue luego su vida de luchador radical.
Isaacs se formó dentro la más ardiente escuela liberal cuando, de quince años,
en Bogotá, le tocó seguir de cerca la presidencia de José Hilario López. López,
entonces expulsó a los jesuitas, suprimió el fuero eclesiástico, promulgó la
ley de libertad de los esclavos. Amaba el progreso a la manera radical”. Jorge
Isaacs, genio y figura. 1967. Buenos aires: Editorial universitaria de Buenos
Aires, pág. 56.
7
Jorge Isaacs. 1867. Lo que fue, es y puede llegar a ser la raza africana en el
Cauca. La República, nº 2 y 5, 10 y 31 de julio de 1867, pp. 177- 179.
8 Ver
los siguientes ensayos: Carlos Rincón. (2007). “Sobre la recepción de María en
Colombia. Crisis de la lectura repetida y la pérdida de la autoridad del
canon”; Diana Carolina Toro & Olga Vallejo Murcia. (2007). “Jorge Isaacs en
la historiografía literaria colombiana o de cómo se hace un canon.” En Darío
Henao Restrepo (compilador). Memorias del primer Simposio internacional Jorge
Isaacs: el creador en todas sus facetas. 2007. Cali: Universidad del Valle.
9 El
Simposio fue creado y coordinado por el Grupo Narrativa Colombiana de la Escuela
de Estudios Literarios, bajo mi dirección, en el marco de la Feria del Libro
del Pacífico en el 2005. Contó con la participación de 45 investigadores entre
nacionales y extranjeros. Las ponencias fueron recogidas en el libro citado en
nota anterior.
10 La
edición crítica de la obra completa de Jorge Isaacs, al cuidado de la profesora
de la Universidad Nacional de Colombia, María Teresa Cristina, consta de 10
volúmenes: María. 2005. Vol. I. ; Poesía. 2006. Vol. II. (dos tomos).; Teatro.
2007. Vol. III. ; Escritos varios. 2008. Vol. IV; La revolución radical en
Antioquía. 2009. Vol. V; Estudio sobre las tribus indígenas del Estado del
Magdalena. Exploraciones. 2011. Vol. VI.; Instrucción pública. 2016. Vol. VII.;
Obra periodista. 2017. Vol. VIII.; Correspondencia. 2017. Vol. IX.; Índice
analítico. Vol. X. (en preparación).
11 Las
guerras civiles dan origen a unos quince poemas. Como señala María Teresa
Cristina, algunos son líricos como Voy a partir, La tumba del soldado, La
muerte del sargento, La vuelta del recluta, La agonía del héroe, El cabo Muñoz,
La voluntaria. La mayoría son narrativos. A excepción de La reina del
campamento (poema de tono jocoso sobre la joven que acompaña a las tropas),
muestran el absurdo y la ferocidad del enfrentamientos fratricida (Soneto a mi
patria); las miserias y horrores de la guerra, la amargura de la victoria;
deploran el dolor de la novia, de la viuda, de la hija. Un personaje central es
el soldado, el recluta obligado a abandonar su hogar, que muere en el campo de
batalla o fusilado como desertor, o regresa a un mundo desintegrado. En una
época de frecuentes guerras civiles en la que los aldeanos eran reclutados a la
fuerza sin comprender las causas del conflicto, retorna el tema del desertor:
Los parias, La muerte del desertor, El desertor en campaña. En Jorge Isaacs.
Poesía. 2006. Vol. II, tomo 1, pág. Lvii.
12 Jorge
Isaacs. Escritos varios. Edición crítica de María Teresa Cristina. Bogotá:
Universidad Externado de Colombia/Universidad del Valle, 2008, p. xix.
13 Escritos
varios. Op. Cit. xix.
14 Recordemos
que para ese entonces estas haciendas habían sido rematadas por Santiago Eder y
Pío Rengifo, embargadas por las deudas dejadas por George Henry Isaacs, el
padre de Jorge, fallecido en 1861. Ver biografía de Fabio Martínez. La búqueda
del paraíso. 2003. Bogotá: editorial Planeta y el libro del poeta caleño,
Javier Tafur González. 2013. El proceso Isaacs 1861-1864. Cali: Pontificia
Universidad Javeriana. Cuadernos de Humanidades. Vale anotar que en 1864, Isaacs
escribió un largo y estremecedor poema, La casa paterna, en el cual hace una
visita a través de la imaginación y el sueño al mundo del paraíso perdido:
“Paterno hogar, hermoso paraíso/ Que sin culpa perdí: ¡cuán bello estás!
15 Carta
citada por María Teresa Cristina en su introducción a María. Opus cit. Vol. I.
pág. xxx
16 Pedro
fue figura entrañable de la infancia de Isaacs. En su poema, El esclavo Pedro,
cuenta: “Al pobre Pedro/Escuché muchas tardes sus lindos cuentos:/Sentado en
las rodillas del fiel esclavo/ Contemplaba su rostro noble, admirando/Esas
princesas / Que encantaban los genios de otras tierras. Poesía. Vol II, tomo 1,
pág. 233. Nay si es una creación literaria
inspirada en las historias de su padre, y seguramente, de las tantas africanas
que rodearon su vida en las haciendas paternas.
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