Por Édgar Ortiz Maya
Docente universitario e investigador
Teresa Consuelo Cardona nació en Cúcuta,
pero desde temprana edad vive en Palmira. Comunicadora social-periodista. Ha
ejercido su profesión como locutora, periodista de radio, prensa, televisión,
medios alternativos, comunicadora organizacional, capacitadora en diversas
comunidades, docente universitaria, investigadora y directora editorial. Empezó
a escribir poesía a los 5 años de edad y aunque no la publicaba, la fue
acumulando en diversos soportes. Cada día nos da a conocer una pieza poética de
su amplio repertorio, a través de las redes sociales.
¿Por qué en sus poemas entremezcla política y religión para dar opiniones?
¡Es inevitable! Creo que política y
religión han sido instrumentos para educastrar a la población. Soy atea, pero
conozco acerca de muchas religiones y creo que todas ellas son experiencias
expeditas que confirman que su método es infalible para llegar a comunidades
enteras y explicar cosas, aunque queden mal explicadas o las explicaciones sean
absurdas. Yo recojo los eslabones de la cadena polisémica en torno a
determinadas palabras y explico otras cosas. Y respecto de la política, considero
que es fundamental para comprender lo que sucede en la sociedad. De todos los
animales, posiblemente los únicos que pueden entender la política y la religión
sean los humanos. Y para ellos es que van mis poemas.
¿Qué efectos percibe al difundir su expresión poética por las redes sociales?
Creo que quien más se ha sorprendido con
los efectos de mi poesía, he sido yo. Por un lado, por un asunto de cantidad,
ya que en ocasiones noto que un poema es visitado por 14 mil o 25 mil personas.
Y que tenga dos millones de interacciones al mes, me parece que ¡sobrepasa
cualquier expectativa! Y por otro, por un asunto de calidad, cuando las
personas me escriben lo que mis letras les han hecho sentir, o les han
despertado o les han mostrado. Y eso, invariablemente, me acerca mucho a la
humanidad que reposa en el alma o en el hipotálamo de las personas. Percibo una
gran soledad, ahora que somos tantos. Percibo el temor sembrado en el
subconsciente colectivo. Percibo el silencio al que se somete la gente para intentar
no quedar mal. Percibo la desesperanza de los latinoamericanos y la
desconfianza de los colombianos. Percibo el odio de los citadinos. Percibo el
desarraigo de los trashumantes. Percibo la frustración de las mujeres. Y siento
que, por alguna razón, como efecto colateral, quienes leen mi poesía y me
escriben, retoman sus caminos, su dignidad, su valentía. Dura poco, pero al
menos recuerdan que la han tenido.
En su vida el pensar y la problemática ambiental y social están presentes. ¿Cómo logra que se reflejen en sus expresiones artísticas?
El arte es la expresión auténtica de lo que
somos. Por eso el arte ha reflejado la realidad de sociedades enteras, de sus
motivaciones, limitaciones, sueños, esperanzas, frustraciones, creencias. Por
lo tanto, me basta ser coherente. Cuando escribo, no puedo separarme de lo que
realmente soy, y eso se nota. Los poemas no son autobiográficos, pero son una
ventana abierta a mi verdad, mi existencia, mi realidad.
En el país vivimos en medio de la discusión
entre los que defienden el proceso de paz y los que demandan por el retorno del
“orden establecido” ¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Cómo abordar la
discusión? ¿Cuáles las repercusiones de la polémica suscitada?
La llamada “polarización” del país, es el
resultado de la competencia brutal de las fuerzas en el poder. Y todas las
fuerzas en el poder actual quieren lo mismo: Una sociedad atomizada, más fácil
de manipular. Creo que en Colombia todos queremos la paz, pero no nos hemos
puesto de acuerdo en lo que ello significa. Y lo que significa alcanzar una paz
estable y duradera, pasa por confesar que a quienes generaron la guerra, los
movió su codicia insaciable y su repugnante desprecio por los pobres. Y que la
guerra fue defensiva y creció porque nunca hubo cambios para que el equilibrio
económico abarcara a quienes las oligarquías explotaban y explotan actualmente.
No han sido honestos en la búsqueda de la paz y por ello hay tantas dudas. Por
6 décadas los “dueños” del país se dedicaron a perseguir y desprestigiar a quienes
se resistían a su opulencia salvaje y hoy, no quieren remediar el mal de fondo,
sino cambiar los términos de la persecución, a un modo que les permita seguir
enriqueciéndose. La lucha armada ya no tenía posibilidades de cambiar la
balanza para los colombianos y, en cambio, estaba sirviendo de pretexto para
desviar la atención de las verdaderas causas que mantienen a los compatriotas
en la miseria. Pero no fueron derrotados por ningún gobierno en ninguna época.
Por lo tanto, firmar con ellos el desarme en el marco de un proceso de paz,
amplio, que no se reduce a beneficios para los exguerrilleros, y llegar a unos
acuerdos en los que se garantice su retorno a la vida civil y a la práctica
política y electoral, me parece que es un enorme avance que hay que defender
contra todos sus enemigos. La discusión es compleja, pero se acaba siempre ante
un argumento simple: ¿Qué preferimos, seguirle aportando muertos a esta guerra
inútil o usar el momento para darnos un respiro desde acciones no mediadas por
la lucha armada? Por seis décadas nos convencieron de que había que odiar a
alguien (odiarlos y temerles): A los liberales, a los conservadores, a los
comunistas, a los guerrilleros, a los ateos, a los drogadictos, a los
“desechables”, y eso, sobre odios ya fomentados con anterioridad, como el odio
a los negros, a los indígenas, a los zambos y quién sabe qué más. Esos odios se
convierten en el principal enemigo de los Acuerdos, no porque nos odiemos los
unos a los otros y ello obstruya nuestro crecimiento como nación, sino porque
somos presa fácil de la distracción y de la manipulación de esos odios. Y esa
es, probablemente, la principal repercusión negativa: el odio no nos deja
pensar en lo verdaderamente importante. La ignorancia del pueblo ha sido un
baluarte de las oligarquías, y por lo tanto, la educación es una herramienta a
su servicio. Y quien está condenado a la ignorancia, lo está también al miedo.
Ese, seguramente, es otro insumo de la polémica. Un colosal miedo al cambio.
Con esa mezcla de miedo y odio, no hay posibilidades para los Acuerdos. Por eso
se azuza ininterrumpidamente lo uno y lo otro, y lo hacen los “dueños” del
país, a través de algunas de sus empresas: Los medios de comunicación.
¿Hay libertad de expresión en el país?
Creo que en Colombia hay censura a la
expresión por exceso de ruido. Suena raro, pero se puede entender en que aquí
todo el que quiere dice lo que quiere, sin tomarse más molestias que hablar o
escribir. Y ello genera una “Torre de Babel” en la que nadie puede comunicarse
con nadie, ni entender nada, porque todos se expresan a la vez y terminan
imponiéndose por la ley del más fuerte, es decir, del que más grita. Es una
estrategia exitosa de atomización de la sociedad, que impide que nos
encontremos en un diálogo constructivo, que nos acerquemos quienes deberíamos
hacerlo y que mantengamos en sus madrigueras a quienes nunca debieron haberlas
abandonado. Ha sido la clave del éxito de una candidata actual, que grita
porque eso le redime aplausos, aunque no diga nada. Grita respuestas sin dejar
que le hagan las preguntas. A la gente le gusta eso, porque es lo que vive
desde la escuela primaria y cree que goza de libertad de expresión y que quien
más grita, más capital expresivo tiene. Pero no, no es cierto. La libertad de
expresión se estrella contra la sordera crónica a la que han arrastrado a todo
el país y posiblemente, como mecanismo de defensa, el cerebro se niega a
procesar. Hay ruido proveniente de todas partes, de los ofensivos locutores, de
los indecentes presentadores, de los pastores de todas las Iglesias, de los
políticos, de los periódicos, de las redes sociales, pero no hay libertad de
expresión. El exceso de ruido impide la expresión libre que, si existiera,
conduciría a la construcción de una mejor sociedad.
Esperanza
¿A qué le llamas esperanza?
¿Al verde reemplazado de los bosques,
por un marrón ajeno y doloroso?
¿A la sonrisa triste que se escapa del
rostro en desaliento?
¿A la mano mendicante,
que desde su miseria se levanta hacia la
caridad cristiana?
¿A qué osas llamarle tú, esperanza?
¿A tu sonrisa mediática perfecta?
¿Al proyecto medieval que ahora es tu vida?
¿A tu silencio cómplice asesino,
a tu mordaza de estupidez moderna,
a tus sueños vacíos y a tu agua envenenada?
De qué esperanza hablas cuando gimes al
viento
tu pequeño mundo miserable,
el que te da de todo, mientras sirvas
y que te expulsará si abres tu cerebro.
De qué esperanza hablas, lisonjero,
mentiroso, falaz y patrañero.
Si tú no tienes esperanza,
tú la mataste en el Congreso, ayer, de
nuevo.
Geoerótico
Irrumpes con tus olas en mis playas,
asciendes sin demora mis montañas,
rebasas con ímpetu estos altiplanos
que te esperan con sus valles y sus lagos.
Me miras con pasión por las alturas,
me tomas sin prudencia, sin mesura,
traspasas con tu fuerza mis llanuras
y te sitúas en mis macizas cordilleras.
Erosionas sin piedad mis continentes
y arrastras a tu paso mis cañones,
me llevas sin que pueda detenerte
a la zona abisal de mis pasiones.
Te hundes buceando en mis océanos,
embistes mis cavernas y mis fosas,
arremetes con fuerzas en mi entraña,
y precipitas mi actividad volcánica.
Caldea ardiente mi cinturón de fuego
se avivan en mí, cráter, domo y magma,
y mi lava imparable enfrente de tus ojos
en tu cuerpo estruendosa se derrama.
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