Por Edmundo Zárate
PhD en economía, profesor universitario
La “posverdad” no es nueva
Bajo cualquiera de las acepciones que está
adquiriendo la palabra “posverdad”, no deja de ser un eufemismo para hechos más
viejos tales como engaño, trampa, mentira, falsedad, invención, fingimiento.
Que el neologismo haya sido acuñado hasta
hace un par de décadas no significa que su materialización no se haya visto
desde tiempos inmemoriales, en mayor o menor escala.
El diccionario Oxford incluyó el término
recientemente, así: Posverdad (post-truth): “Relativo o referido a
circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la
opinión pública que las emociones y las creencias personales”.
Para el caso colombiano el ejemplo típico
de posverdad es el montón de mentiras que el uribismo empleó para “emberracar a
la gente” según dijo su campaña, y hacer ganar al No sobre el Sí en el
referendo de octubre pasado. Y en el mundo se muestran como prototipos lo dicho
por los del brexit en la votación por la salida de la Unión Europea y la
campaña presidencial de Trump.
Pero que la historia vieja está llena de
posverdades es indudable. Obviando en esta discusión un texto tan difundido y
reñido como la Biblia, ejemplos flagrantes de posverdades son la cacería de
brujas tan frecuente y sangrienta en la Edad Media, la persecución y asesinato
de judíos en el mundo mucho antes de Hitler, los incidentes fabricados por los
organismos de inteligencia gringa en 1898 para declararle la guerra a España,
los argumentos de la civilizada Europa para cazar negros y matar indios, etc.,
etc. En todos los casos se mintió, se crearon ideas fantásticas y se amotinó a
la población para poder ejecutar la tarea disimulada en la posverdad.
Ahora que se celebran los 100 años de la
Revolución de Octubre vale la pena echarles una leída a dos libros, El libro
negro del comunismo: crímenes, terror y represión, de 1997, especie de
compendio de falsos positivos contra el proletariado en el poder, y El libro negro
del capitalismo, publicado en respuesta en 1998. Este desenmascara y recuerda
muchas de las posverdades del capitalismo desde su cuna, hace unos quinientos
años, para ocultar sus masacres y locuras.
En Colombia, posverdades fueron las excusas
de los regeneradores en la década de 1880 para hacerle la guerra a los
liberales hasta derrotarlos en cruentas guerras y masacres, la tramoya montada
por los gringos para robarse el Canal de Panamá y las muy elaboradas mentiras
construidas por la Iglesia católica para justificar el asesinato de liberales o
comunistas, o las elucubraciones de un ministro de educación, Luis López de
Mesa, quien demostraba que los indios eran una raza inferior.
Fractura en la élite
En los ejemplos mencionados hay una serie
de elemento comunes. Ante todo, se formó
a la opinión pública a punta de emociones mentirosas, nunca de razones
científicas. Se crearon mentiras monumentales y con ellas se movió a la
población, aun en contra de sus propios intereses, como cuando se le convence
de que los sindicatos son su enemigo. El objetivo es mantener en el poder a un
grupo o una clase social. De igual manera, se buscaba mantener al grueso de la
población dominada o enfilar baterías contra un grupo minoritario o de
oposición.
¿Cuál es entonces la novedad del hecho y la
necesidad de acuñar la expresión posverdad para referirse a un comportamiento
común y antiquísimo entre las clases dominantes para oprimir a la sociedad?
La diferencia que se puede percibir es
simple, pero de hondo contenido. El lío de las engañifas o posverdades de este
siglo es que en vez de consolidar el poder de los opresores se ha convertido en
una forma de dirimir luchas internas entre los sectores dominantes, con el
consiguiente debilitamiento mutuo.
El problema, volviendo a los ejemplos, no
es que se diga una mentira colosal como que los ingleses están manteniendo a
los vagos griegos. Eso siempre lo ha dicho la clase dominante europea. El
problema es que esa mentira ahora significa que un sector de la burguesía
europea salió perdiendo muy fuerte con la salida de la Gran Bretaña, por cuenta
de esa mendacidad. Descontado está que la clase obrera europea es engañada por
los globalizadores y los antiglobalizadores.
Otro tanto puede decirse de Trump. El
problema no es que diga que los mexicanos son perezosos al igual que los negros
y que por tanto hay que cerrar fronteras y acabar con el Estado de bienestar.
Esa mentira la ha dicho hasta el cansancio la élite gringa de ambos partidos.
El inconveniente es que ahora significa un duro golpe económico para un sector
de esa burguesía gringa que ve enredados sus negocios. De nuevo, descontado
está que a los obreros gringos los han engañado republicanos y demócratas.
Se arrecia la disputa de la élite
No se puede concluir tampoco que la disputa
entre sectores de la élite sea nueva, y que por tanto no se haya recurrido a
las posverdades para dirimir sus disputas intestinas desde hace mucho tiempo.
Dos ejemplos: En el caso mundial, la querella entre la alta burguesía europea y
gringa en torno a la posición frente a Hitler llevó situaciones como la
francesa cuyo país fue divido, físicamente, entre los dos bandos o, en Estados
Unidos, uno de cuyos bandos estaba por el aislacionismo y el otro por el apoyo
a alguno de los grupos en combate en Europa (no todos, hay que recordarlo, en
contra de Hitler).
En Colombia una descarada posverdad fue el
invento de Laureano Gómez en torno a la supuesta votación de un millón de
muertos, para alzarse contra la institucionalidad del momento.
Lo novedoso del acontecimiento no es que
haya aparecido la palabreja posverdad ni mucho menos las conductas que busca
etiquetar. Lo novedoso es que las peleas entre las élites en el mundo están
atravesadas por problemas económicos de gran magnitud, empezando por la
estrepitosa caída en la tasa de ganancia, lo que ha desatado una rebatiña ya no
solo contra la clase obrera, sino entre los diferentes sectores de la élite,
que se están aplicando su propia medicina de engaños y mentiras.
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