La redacción
La visita del papa Francisco revivió la paz como tema
de interés público. No hay exageración alguna en la afirmación. Antes de su
venida a Colombia, la paz, como asunto de atención nacional, venía siendo
sepultada bajo toneladas de escándalos de la gran
corrupción del Estado y de grandes intereses privados, nacionales y
transnacionales. Él la desenterró.
La visita del pontífice de la Iglesia
católica ocurrió acaso en el momento que más demandaba su valioso apoyo el
proceso de paz colombiano. Esta evidencia no solo alborotó el cotarro
ultraderechista ─antes y durante la visita─, sacando de casillas tanto a Uribe
como a Ordóñez, al vocerío que considera al papa “criptocomunista”, sino que
hizo saltar de nuevo el vital asunto al primer plano. Por fin un inmenso
despliegue mediático, único por su carácter, tuvo lugar en pro de la causa más
progresiva del país en la actualidad: la paz. Concentraciones que en conjunto
sumaron millones de personas, se agolparon para verlo de cerca y escuchar sus
homilías. Su muy grande impacto conmocionó la conciencia y el corazón de los
colombianos. La magnitud de su repercusión política y social, profunda y
duradera o leve y fugaz, la revelará el tiempo. En cualquier caso, los
colombianos tenemos muchísimo que agradecer a este papa.
No hay duda que serán memorables los mensajes que dejó.
Sobre todo aquellos dirigidos a los jóvenes: “No se dejen engañar”, “No se
dejen vencer”. Están destinados a ser difundidos, profusa, masivamente. Como
aquel otro apelativo certero que dedicó en Villavicencio a las corrientes
enemigas de la paz: la cizaña. La
escogencia de esa gramínea de semilla venenosa que crece entremezclada con
plantas benéficas a la especie humana no podía expresarse con más atinado calificativo.
En adelante, contamos con el sinónimo adecuado para designar al uribismo, al
vargasllerismo, a la extrema derecha: la cizaña.
1 comentarios:
Write comentariosEs que, de verdad, ¡no hay comentarios!
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