Los patrones gringos de hoy del uribismo, los neoconservadores militaristas y racistas que cierran filas detrás de Trump, declaman pomposas formulaciones democráticas, pero apoyan a pie juntillas a regímenes como los de Arabia Saudita, Pakistán e Indonesia, los más antidemocráticos y regresivos del mundo. Al igual que Duque, el candidato uribista, que en materia de la edad de pensión de los trabajadores, y hasta en materia de los acuerdos de paz, jura que no los hará “trizas”, que no procederá contra la diversidad sexual, y que, con pose de candidato independiente, llama a un “acuerdo” nacional. Vana palabrería electoral ─consciente el uribismo del vigor y la fuerza que han cobrado las corrientes democráticas─ que, habida cuenta de que el mentor de esa candidatura y de la fuerza electoral de la misma, Álvaro Uribe, sigue dirigiendo los hilos del tinglado centrodemocrático, tiene que tomarse como lo que es: anzuelo para pescar incautos.
Por
Marcelo Torres
La polarización
· La primera falacia derribada por los resultados de la primera vuelta
presidencial fue la mendaz apreciación de que la polarización en Colombia era
mero fruto de una posición extremista de izquierda y su portavoz Gustavo Petro.
El grueso de los medios no sólo se comprometió con la torcida tesis, sino que
arreciaron su difusión en los últimos días de la víspera de la primera vuelta. Si
se tiene en cuenta la precaria votación obtenida por el aspirante Germán Vargas
Lleras, en relación con sus agresivas cuñas televisivas contra Petro, pone de
manifiesto que la viperina especie no se conectó con la corriente mayoritaria
de la democracia colombiana. Porque una cosa es que lo deseable habría sido que
los antagonistas que protagonizaron el conflicto armado ─fuerzas armadas del
Estado, guerrillas y paramilitares─ hubiesen llegado todos a un acuerdo
definitivo sobre el cese de la violencia y otra, muy distinta, achacar a la
izquierda y al candidato presidencial de Colombia Humana la responsabilidad
porque no haya resultado así y que, en consecuencia, la polarización se haya
intensificado.
· Es verdad que actuaciones de vertientes diversas del espectro político pueden
contribuir activamente a agudizar la polarización, pero en su origen esta no es
principalmente resultado de una particular maquinación o campaña
propagandística alguna. De hecho, que la sociedad colombiana se haya polarizado
obedece, simple y llanamente, al encontrón real de intereses contrapuestos. La
posición que adoptaron y las acciones desplegadas por las fuerzas de la
confrontación opuestas a los acuerdos de paz ha sido lo que realmente generó y ha
intensificado la polarización consecuente. Pues con las negociaciones de La Habana
hubo oportunidad de que los antagonistas enfrentados, como las fuerzas
políticas y sociales involucradas, incluyendo la extrema derecha, hubiesen
podido llegar a los acuerdos que garantizaran una paz que permitiera las
condiciones para civilizar la lucha política, y con ello, junto con el apoyo
del conjunto del pueblo colombiano para respaldar esa paz, de abrazar y poner
en marcha opciones de transformaciones democráticas. En efecto, tal como lo
reafirma el candidato de Colombia Humana, el “acuerdo sobre lo fundamental” ─la
expresión que tomó del líder conservador Álvaro Gómez Hurtado─ es la
negociación posible que Colombia necesita, en la cual se propone que participen
todas las fuerzas políticas y
sociales, para poner fin a la violencia y emprender negociaciones sobre las
reformas requeridas frente a los problemas sustanciales del país. Por
desgracia, las facciones de extrema derecha, que todo el mundo sabe jalona el
expresidente Álvaro Uribe, no se avinieron a ello. Ni ante los acuerdos
pactados en La Habana ni en el actual proceso eleccionario para presidente de
la república.
· La verdadera raíz del asunto estriba entonces en que estas fuerzas muy
definidas capitaneadas por el uribismo, encarnación del atraso y de lo más
retrógrado del país, desplegaron una campaña de rechazo a toda salida negociada
frente a la insurgencia. Con la divisa de que la única solución satisfactoria
del conflicto armado es la aniquilación y la rendición incondicional del adversario,
desataron una operación política y propagandística de vasto alcance en pro de implacables
retaliaciones contra los insurgentes que depusieron las armas ─cuya lógica es
extensiva a la izquierda y los demócratas en general─, y de una furiosa
negativa a la reincorporación a la vida civil y política de los exguerrilleros
─so capa de la no impunidad─. En cambio, en medio de su estrategia de
tergiversaciones y mentiras deliberadas, verdadero diluvio de “posverdades” y “fake news”, se concentraron en sabotear
la reparación a las casi 8 millones de víctimas, y en especial uno de los capítulos
sustanciales de esa reparación: la restitución de 7,5 millones de hectáreas a
los labriegos que, durante las más de tres décadas precedentes, fueron desalojados
por la violencia de sus tierras y desplazados de sus lugares de vida. Y que, al
tiempo que pretenden mantener en manos de los usurpadores tales tierras del
despojo, cual auténtico botín de guerra, repudian la más elemental reforma del
catastro rural que grave las inmensas propiedades territoriales improductivas
existentes hoy en el país. Razón plena tiene el candidato Petro al apuntar que con
tal reforma, muy lejos de ser socialista, se trata simplemente de hacer
realidad una medida democrática formulada en la ley desde 1936 por López
Pumarejo, que nunca se aplicó. Medida que buscaba presionar fiscalmente al
latifundismo parasitario para que la inversión productiva llegase a las tierras
cultivables; aplicación necesarísima hoy en esta Colombia de transformación
agraria democrático-burguesa inconclusa, con más de 70 años de retraso, pero
progresiva al fin y al cabo.
· Por interés electoral, pero al mismo tiempo por su íntimo parentesco
ideológico y su añoranza por las anacrónicas prácticas del oscurantismo, contra
el plebiscito por la paz y ahora contra la opción real de un cambio de fondo, las
fuerzas de ultraderecha en mención invocaron en su ayuda los espectros
político-culturales del pasado colombiano. Al conjuro uribista respondieron los
círculos dirigentes más regresivos del fanatismo religioso, la sociedad
patriarcal y machista, para reafirmar siglos de prejuicios y vestigios
milenarios de discriminación contra la mujer, junto al rechazo de las preferencias
sexuales diversas y del criterio laico y no religioso en la dirección del
Estado. Basándose en los resentimientos y percepciones negativas que los actos pasados
de la guerrilla contra la población civil han dejado en muy amplias zonas
territoriales y de la opinión nacional, en lugar de registrar positivamente los
pedidos públicos de perdón de los exalzados en armas y su dejación de los
fusiles, atizaron en estos segmentos lesionados de la población colombiana una
política de odio y venganza sin apelación. Acicateándola con mentiras
deliberadas sobre los efectos de los acuerdos de paz y la eventualidad de un
gobierno progresista, para juntar a la motivación de retaliación la del miedo a
fantasmas de alcance nacional, regional o continental, como el “castrochavismo”,
la supresión de la propiedad privada y la destrucción de la familia…
· Por supuesto que la premisa democrática de la libertad de cultos conlleva
el respeto riguroso de toda creencia religiosa, incluida la católica, habida
cuenta de su prolongada profesión en el país. Al igual que el problema que
constituyen las derivaciones políticas y sociales de concepciones, viejas y
recientes, de cuño supersticioso y/o regresivo, no debe dar lugar a una
política de solución por decreto, ni que implique métodos de fuerza o
restrictivos, sino que, en la abrumadora mayoría de los casos, debe corresponder
antes de cualquier medida, al adelantamiento de masivas campañas sociales
educativas de demostración, reflexión y persuasión, basadas en la ciencia y en
los genuinos criterios democráticos. Es decir, una política contraria tanto a
la que ha conducido a la yihad islámica
─la guerra santa de los fundamentalistas musulmanes, practicada también siglos
atrás por las religiones de Occidente─ o a la “guerra contra Darwin” que ha
infestado, ayer y hoy, muchas escuelas norteamericanas.
· Los patrones gringos de hoy del uribismo, los neoconservadores
militaristas y racistas que cierran filas detrás de Trump, declaman pomposas formulaciones
democráticas, pero apoyan a pie juntillas a regímenes como los de Arabia
Saudita, Pakistán e Indonesia, los más antidemocráticos y regresivos del mundo.
Al igual que Duque, el candidato uribista, que en materia de la edad de pensión
de los trabajadores, y hasta en materia de los acuerdos de paz, jura que no los
hará “trizas”, que no procederá contra la diversidad sexual, y que, con pose de
candidato independiente, llama a un “acuerdo” nacional. Vana palabrería
electoral ─consciente el uribismo del vigor y la fuerza que han cobrado las
corrientes democráticas─ que, habida cuenta de que el mentor de esa candidatura
y de la fuerza electoral de la misma, Álvaro Uribe, sigue dirigiendo los hilos
del tinglado centrodemocrático, tiene que tomarse como lo que es: anzuelo para
pescar incautos.
· Esas mismas fuerzas, en una palabra, cuya poco disimulada inclinación por
el fascismo, ahora pugnan por el retorno del régimen uribista que, primero
desde la gobernación de Antioquia y después durante dos interminables períodos
desde la jefatura del Estado, extendió la sombra de las Convivir sobre todo el
territorio nacional, colocó un agente de los paramilitares al frente de la
agencia de seguridad estatal, compró votos parlamentarios con sinecuras oficiales
para una reelección espuria, descalificaba fallos de las cortes cuando le
contrariaban, forzó la huida del país de periodistas y magistrados, “chuzó” las
comunicaciones de la Corte constitucional y de opositores políticos, impuso su
ley de declarar terroristas a críticos y disidentes, realizó incursiones de
fuerza ilegales en Ecuador y Venezuela, y tiene en su haber execrables crímenes
como los “falsos positivos”.
· El retorno del uribismo al poder, a través de su candidato presidencial
Duque, lo sabe todo el país, persigue prolongar hacia el futuro el peor de los
males padecido por Colombia en el pasado reciente: el de resolver los
conflictos políticos y sociales mediante la fuerza y la negación del Estado de
derecho, de las garantías y libertades públicas, con el desconocimiento de las
reivindicaciones de las minorías y nuevas ciudadanías, y con la intolerancia,
la discriminación y el fanatismo religioso. Aquellos intereses, en suma, que
pretenden eternizar el statu quo que protege sus privilegios de clase. Y que
por lustros han impedido que salga a flote la verdad de las atrocidades
perpetradas contra la población civil, y la identidad de sus responsables
principales, durante el largo período de cruento conflicto sufrido por el país.
· Los mismos intereses, en fin, que amén de opuestos a la paz, tomaron
partido, al igual que el conjunto del establecimiento colombiano, por el TLC
con Estados Unidos que arruinó nuestra industria y agricultura, por el
extractivismo de energías fósiles que destruyen el medio ambiente, y por
mantener el antisocial esquema neoliberal. Que emprendieron una arremetida que
dura hasta hoy contra los derechos laborales y las reivindicaciones sociales de
la población, que hicieron de la privatización de la salud, la seguridad
social, la educación, y de los servicios públicos, como de la ejecución por
contratistas privados del grueso de la inversión pública, su bandera
predilecta. Intereses que hacen causa común con los potentados del orbe, menos
del 1% de la población mundial, en la insensata política negacionista del
fenómeno del calentamiento global que amenaza con la extinción de la especie
humana y la vida del planeta.
· Colombia se ha polarizado, por lo tanto, como un inevitable resultado de
visiones e intereses opuestos. Atribuir al candidato de Colombia Humana esta
polarización del país, que soslaya o no repara en las acciones y la concepción
de las facciones de extrema derecha, que realmente constituyen su causa, no
pasa de una grotesca adulteración de la realidad nacional y expresa una
interesada falacia. La pretensión misma de que la polarización no es una
insoslayable realidad nacional, sino que se debe a la presencia de la
candidatura más progresista, corrobora, así no se registre en las conclusiones
de los medios, que la consolidación de la paz o el retorno de la violencia
siguen configurando la clave de la situación de Colombia y de su futuro
desenvolvimiento.
El centro y el “techo”
· La primera falsificación de la realidad ha consistido, entonces, en
atribuir la polarización del país no a la contradicción, real y antagónica,
entre fuerzas que aspiran a eternizar el esquema uribista y principalmente sus
métodos de fuerza, represivos, negadores de la democracia, y fuerzas que pugnan
por la paz, la democracia y el bienestar basado en el desarrollo. Y la segunda,
reside en la pretensión de elevar a la condición de axioma la tesis de que las
mayorías de Colombia tienden naturalmente al centro político y repudian los
extremos, tanto de la izquierda como de la derecha. Formulación general que
examinada con detenimiento revela que, en realidad, lo que se considera
“extremo” o “extremista” no son las posiciones de la derecha, así repliquen las
del fascismo con todos sus horrores y una aguda discriminación social, sino las
de la izquierda. Pues lo que efectivamente se quiere significar es que la
vocación irrenunciable del país es el repudio de la izquierda a secas.
· Así se evidenció a medida que se desarrollaba el actual debate
presidencial. De modo fugaz, en ciertos momentos del año pasado los medios
calificaban abiertamente la ubicación política de los aspirantes a la
presidencia de la república como de derecha, de izquierda, o de centro, a la manera
clásica que hace más de dos siglos la revolución francesa volvió universal.
Empero, bien pronto, como si un poder mayor hubiese trazado una orientación y
dado la señal, el lógico lenguaje común y corriente para distinguir las
posiciones en política se reemplazó por el que se adoptó para indicar e inducir
al público sobre cuáles de los candidatos resultaban “aceptables” y cuál no. El
santo y seña diferenciador de lo bueno y lo malo lanzado al electorado
consistió entonces en calificar de “polarizante” o “no polarizante” a cada
candidatura. Es obvio que el terrible calificativo de “castrochavista” jugó el
papel de definitiva excomunión. Y por supuesto, el grueso de las baterías
mediáticas se enfiló contra una, la de Gustavo Petro.
· En cambio, a la derecha y en especial a su segmento ultra se le cobija
bajo el calificativo de “centro-derecha”. En la jerga al uso de los medios
“políticamente correctos”, a Uribe, Ordóñez, Londoño, F. Lafaurie y J. Amín, se
les identifica, con el mismo piadoso apelativo, como exponentes de la centro-derecha.
De tomar en serio tan deliberada inclinación por el lenguaje eufemístico
tendríamos que concluir… ¡que en Colombia no hay extrema derecha! En esencia,
se considera indebido denominar con exactitud tal corriente política porque de
hacerlo se “polariza”. De tal modo que en un ambiente semejante lo extremista
no es el desempeño de una fuerza política de ultraderecha sino quienes llaman a
la misma por su nombre. Es en ese entorno ideológico que encubre y confunde,
que el uribismo ha dado en autodenominarse “centro” y calificarse como
democrático. En contraste, por regla general, las referencias a criterios de dirigentes
de izquierda por parte de los medios no se califican como tal sino de “extrema
izquierda”. La compra de tierras con indemnización, por ejemplo, prevista en la
normatividad colombiana por motivos de utilidad pública, se convierte en expropiación,
en piedra de escándalo, si a ella alude el candidato de Colombia Humana,
automáticamente se convierte en “atentado contra la propiedad privada”.
· Pasada la primera vuelta, alrededor de la candidatura de Iván Duque, “el
que dijo Uribe”, ha quedado claro que la apoya prácticamente el conjunto o
totalidad del establecimiento colombiano. Las fuerzas políticas dirigentes del
Estado y la sociedad, tradicionales y más recientes, se congregan alrededor del
uribismo: el conservatismo y el liberalismo, Cambio Radical y la U, como el
Consejo Gremial, los más poderosos grupos financieros del país, la jerarquía
católica, iglesias cristianas y los más exclusivos clubes sociales. Las añejas
y más tradicionales fuerzas políticas y económico-sociales, por encima de sus
discrepancias ─tan virulentas como es sabido que fueron entre Uribe y Santos─ han
dejado también muy claro cuál es su verdadero “centro” político, y sobre todo
que, para impedir la llegada de una fuerza avanzada y progresista a la jefatura
del Estado han preferido marchar jalonadas por la más retrógrada y regresiva
facción ultraderechista del país.
· En estas elecciones presidenciales, sabedores como el que más los medios
masivos de comunicación de que las encuestas no sólo brindan una instantánea
del momento registrado en el curso del proceso eleccionario sino que,
interpretados sus resultados de intencionada manera, también pueden influir de
manera decisiva en la dirección hacia la cual se quiera inclinar la opinión
pública, así han procedido en consecuencia. No se ha tratado únicamente de la
aplicación rigurosa o acomodaticia de los parámetros técnicos con los cuales se
determina la amplitud de las muestras, su ámbito geográfico, el rango social de
los encuestados y su proporción en dichas porciones de población a encuestar,
el peso que se otorgue en las mismas a las regiones y ciudades y hasta el hecho
de que se realicen cara a cara o por teléfono, aplicación que de por sí desde
el mismo punto de partida pueden garantizar la objetividad de la encuesta o
afectarla seriamente en pro o en contra de unos u otros candidatos.
· Es que los intereses en nombre de los cuales actúan o representan los
grandes medios ─sus propietarios, grandes anunciantes, el gobierno, poderosos
grupos económico-sociales y políticos─ exigen una utilización intensiva de este
formidable instrumento de manipulación de la opinión ciudadana. Inducen así, o
se esfuerzan por conseguirlo, un rumbo favorable en los electores hacia
determinadas candidaturas y abiertamente en contra de otras. Y sobre todo, en
contra de Gustavo Petro. Presentadores, directores de espacios televisivos o
radiales ─noticiosos o no─, editorialistas, y columnistas, de entre la miríada
de opinadores, refuerzan tal propósito con comentarios y seudoanálisis y un
supuesto conocimiento del entorno político. Algunas firmas encuestadoras
incluso incursionaron con “novedosos” intentos de pretendidos modelos de pronóstico…,
por fortuna aparatosamente desmentidos por los resultados de la primera vuelta.
Es decir, que en ocasiones ─léase, el fiasco vargasllerista─ el tiro les sale
culatero. Y ello a pesar de que esa forma de manifestación de la dictadura de
las minorías de potentados y magnates, la
de la manipulación masiva y permanente de la opinión pública, la del cautiverio
ideológico del horizonte de vida de la gente, ejercida sobre las inmensas
mayorías o sobre segmentos muy considerables de esas mayorías, tanto en las
democracias burguesas occidentales como en nuestros países de la periferia, sigue
siendo hoy la forma principal del dominio político.
· Pero el fiasco mayor de gurúes mediáticos y ciertos encuestadores es el
hecho de que finalmente, contra todos sus vaticinios, Gustavo Petro pasara a
segunda vuelta. El pronóstico hecho por los analistas políticos de los medios
desde diciembre ─mortificados porque el nivel de intención de voto mantuvo a
Petro durante el año pasado entre los punteros─, fue el de que ese ascenso ya
había alcanzado su “techo” y por consiguiente en adelante quedaría estancado.
Mas he aquí que sin hacer el menor caso de los arúspices de los grandes medios,
la gente, encuesta tras encuesta, desde el comienzo de 2018, mantuvo la
candidatura de la Colombia Humana entre los punteros. Una irrefrenable
corriente popular democrática hacía añicos repetidamente el mentado “techo.” Por
doquier, multitudes en su apoyo abarrotaron plazas y calles, constituyéndose
esta tónica sostenida del rescate callejero de la política en aventajado
distintivo de los eventos de Colombia Humana entre todas las campañas.
· No hay duda que en la antesala de la primera gran medición de fuerzas por
la presidencia, la del 17 de mayo, este fue el elemento central de la
situación. El “fenómeno Petro”, como se llamó el crecimiento de su extendido
apoyo popular de masas, impuso en los medios masivos un mayor y obligado
registro de su puja por la presidencia. Aquel empuje de masas en torno a una
candidatura presidencial, que acaso no se veía en el país desde los tiempos de
Gaitán o por lo menos desde los días del auge de la Anapo, como lo corroboraron
los resultados de la primera vuelta, llevó la de Colombia Humana al primer
lugar entre las candidaturas democráticas. Si bien ya desde abril podía
afirmarse, habida cuenta de que la batalla política que se libraba enfrentaba al
conjunto del aparato mediático del régimen, que la hazaña había cobrado un
impulso irreversible.
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