No hay duda de que pese a las dificultades presentes, las presidenciales del domingo ofrecen la mayor opción de que, por primera vez en la Colombia contemporánea, la Casa de Nariño sea la sede de un gobernante genuinamente representante del pueblo. El gobierno de Petro significaría la continuación de la batalla por el sueño de una Colombia más justa, más democrática, y con opción de superar la pobreza. Sin duda que en la eventualidad de esa victoria, la lucha aumentará su intensidad, sólo que en mejores condiciones para el pueblo.
Por Marcelo Torres
La política de frente único
• Llámese “coalición enorme” como la denominó Humberto de La
Calle, o un “acuerdo sobre lo fundamental” como ha rememorado Petro que la
designó Álvaro Gómez Hurtado, los hechos han terminado por corroborar que la
posibilidad de disputar seriamente y de vencer a los adversarios del progreso y
de la paz en Colombia requiere que las fuerzas democráticas se aúnen en una
amplísima coalición alrededor de un programa mínimo de transformaciones
progresivas. Hoy está claro que de haberse sumado las fuerzas de los candidatos
de Colombia Humana, de la alianza Verdes-Polo-Fajardo, y del liberalismo, en
una coalición que hubiese escogido un candidato único en una consulta conjunta
sobre la base de un programa acordado, es muy probable que las fuerzas
democráticas ganaran en la primera vuelta presidencial. La sumatoria de sus
resultados parciales, que rebasó la votación del candidato Duque, “el que Uribe
dijo”, no deja lugar a dudas. Mucho menos si se tiene en cuenta la sinergia que
habría despertado la deseable y necesaria unidad.
• También queda clara la persistencia de esa tradición
latinoamericana que se remonta al período independentista, la de las “patrias
bobas”, como se registra aquella fatal dolencia política, pueril, esa
incapacidad de las filas patriotas de pactar acuerdos en aras del interés
nacional pese a las discrepancias reales, o peor aún, de unirse frente al
mortal peligro de una decisiva ofensiva enemiga, hija de horizontes mezquinos,
de insuperables particularismos y estrechez de miras, que parece más acusada en
nuestro suelo que en el vecindario. Que el grueso de la izquierda colombiana y
de las fuerzas democráticas en general vienen arrastrando, cual insuperable
dificultad de aprender y asimilar la experiencia ─en nuestra historia
reciente─, desde fines de los años 90, y reeditada desde entonces. Con la
excepción de las presidenciales de 2014, en las que aún a pesar de la defección
del actual mandatario de la coalición que entonces lo eligió, en la cual
participó la casi totalidad de la izquierda, tuvo la invaluable importancia de
impedir ese intento de retorno del uribismo al poder y de lograr los acuerdos
de paz.
• Nadie podrá negar, sin faltar a la verdad, que el fundador y
dirigente del PTC, Francisco Mosquera, fue quien planteó en Colombia esta
necesidad de una inmensa alianza de todos los sectores que aglutinara más del
90 por ciento de los colombianos ni que, con ocasión de aquellos días distantes
en que a la Anapo le escamotearon la elección de su aspirante a la presidencia
en las urnas, fuese él quien llamara a la formación de una gran coalición que
respaldara el triunfo del general Rojas, que era el del pueblo, en las urnas.
Sin cejar porque en ocasiones nuestra voz haya semejado una nota perdida, el
PTC se ha mantenido en esa línea estratégica desde entonces y hoy sigue fiel a
ella porque las condiciones del país así lo reclaman. Desde el inicio del
actual debate presidencial así lo pregonamos una y otra vez. Los hechos, lejos
de descartarlo, hoy comprueban la absoluta necesidad de esta gran unión de
todas las fuerzas democráticas para derrotar los enemigos del progreso y
alcanzar un cambio de fondo en Colombia. Con el tino exigido por el momento,
Gustavo Petro invitó a los demás candidatos democráticos a una consulta
conjunta para escoger un candidato único que, desafortunadamente, con
argumentos mil, no fue acogida por la mayoría de estos, ni siquiera por quien
planteara, acertadamente, la necesidad de una “enorme coalición”.
• Tampoco podrá negarse que el sector que encabeza en el Polo el
senador Robledo, viene actuando, ha tiempos, en materia de línea táctica
nacional y particularmente en el candente asunto de la unidad democrática
nacional, como una corriente de puercoespines, ultrasectaria ─que no alcanza a
enmendarse por importantes denuncias y debates parlamentarios significativos
por él realizados─, al tiempo que incurre en flagrantes bandazos que van del extremoizquierdismo
a la derecha. En el PDA, cuando de aclararle a la opinión pública se trataba,
que el Polo no sólo no acolitaba el secuestro y otros actos similares de las
guerrillas sino que los condenaba categóricamente, posición que sostuvo Gustavo
Petro y, por su propia iniciativa, el PTC, el sector de Robledo siempre se
mantuvo en contra, en la orilla extremoizquierdista. Por ejemplo, cuando fue
convocada una manifestación que resultó multitudinaria, contra la práctica del
secuestro por las Farc, Robledo votó en contra de la presencia del Polo en esa
marcha. En cambio, cuando Petro abrió el debate en el PDA sobre las
irregularidades en la alcaldía de Samuel Moreno, Robledo obstruyó cuanto pudo
dicho debate y el pronunciamiento del PDA sobre el asunto, hasta que el
derrumbe de esa administración fue un hecho. Las invectivas del grupo de
Robledo contra la administración de Petro en la alcaldía de Bogotá, entonces y
hoy, lo ubican objetivamente al lado de los intereses de la contratocracia del
país enfurecida por las ejecutorias petristas de naturaleza social, en pro de
los bogotanos pobres y de las capas medias como del patrimonio público. No son
aisladas las voces que resaltan la tibia actitud de Robledo frente al uribismo;
ni su ambigüedad frente a la cuestión de fondo sobre si esta facción de la
ultraderecha es o no el peligro principal para la consolidación de la paz y la
supervivencia del Estado de derecho colombiano.
• Me refiero al sector en mención, primero por su inexcusable
responsabilidad en la eventualidad de un retorno del uribismo al poder, y
segundo, porque hasta donde sabemos, el sector de Robledo sigue apedillándose
moirista. Y lo que se ve es que en lugar de perseverar en el espíritu de la
sigla ha renegado de ella. En ninguna circunstancia nacional Mosquera consideró
que los sectores de izquierda, por sí solos, pudieran ganar unas elecciones
presidenciales y menos alcanzar el poder en Colombia. Siempre sostuvo que para
hacer realidad las grandes transformaciones del país era imprescindible “la más
vasta unión” de clases y sectores distintos y “hasta de militares patriotas”.
Lejos de poder considerarse una antigualla, y esto es lo que en verdad importa,
esta táctica general tiene la más candente vigencia en nuestros días. Se
requiere la más amplia alianza, tal como invitó a realizarla Petro en su
discurso de la noche del 27 de mayo, ante los resultados de la primera vuelta.
• Para la segunda vuelta presidencial, el apremio de la cercanía
al resultado definitivo tuvo la virtud de provocar de modo más generalizado las
reflexiones de fondo y, en buena parte, las definiciones requeridas por la
lucha. Hasta el más importante yerro táctico de las filas revolucionarias y
democráticas en el siglo XX, la negativa recíproca de comunistas y socialdemócratas
a unirse para atajar a Hitler, salió a relucir en varias ocasiones. Antanas
Mockus, Claudia López, Antonio Navarro y la gran mayoría de los Verdes, al
igual que Iván Cepeda, Alexander López, y otros destacados parlamentarios del
Polo, como en forma abrumadoramente mayoritaria los integrantes de esta
colectividad, decidieron respaldar la candidatura de Colombia Humana. Petro
hizo concesiones positivas como la de renunciar a la eventualidad de la
convocatoria de una asamblea constituyente. Personalidades como Ingrid
Betancur, sectores liberales, conservadores, las centrales obreras y
organizaciones sindicales más avanzadas de los trabajadores, de policías
retirados, indígenas, académicos, y celebridades mundiales como el Nobel de
literatura Coetzee y el autor de una de las más renombradas obras
contemporáneas de economía, Picketty, entre varios otros, han expresado su
apoyo a Petro. Pero principalmente, los jóvenes de Colombia, en entusiastas
oleadas portadoras de la fuerza del porvenir, constituyen el sector de la
población que más resueltamente ha visto reflejadas su visión y aspiraciones en
la candidatura de Petro. Lamentablemente Sergio Fajardo y algunos otros líderes
del campo democrático, como también figuras rebeldes del liberalismo y de
Cambio Radical, que rechazaron votar por el candidato de Uribe, prefirieron el
voto en blanco. Es decir, que lo que no pudo efectuarse en primera vuelta en lo
tocante a la concentración de fuerzas, gracias a la imperiosa fuerza de la
necesidad y al instinto de conservación de la democracia colombiana, se
traducirá en un avance sustancial para la segunda.
El “castrochavismo” y el fraude
• La grata y esperanzadora novedad de que la candidatura de Petro
se coloque a la cabeza de las preferencias de gran parte del pueblo y de sus
fuerzas democráticas más avanzadas, no ocurre por azar. Obedece a corrientes
tan profundas como determinantes de la dinámica nacional. En realidad puede
aventurarse que asistimos a las condiciones del comienzo de un viraje nacional.
Los escándalos de la gran corrupción ─Odebrecht, los negociados de Córdoba, las
revelaciones de los manejos de integrantes de la cúspide de la justicia, y el
mayor descalabro de los recursos públicos, el de Reficar─, actúan como
detonantes de una inconformidad popular acumulada y represada durante varios
lustros de inmisericorde neoliberalismo. Que se acentuó bajo el actual gobierno
─pese al gran logro de los acuerdos de paz─, por el deterioro a ojos vista de
la situación económica y social y con la deserción del presidente Santos de la
amplia alianza democrática configurada para derrotar la candidatura
presidencial uribista en el 2014. Descontento que ahora empieza a emerger de
modo general tras casi tres décadas de neoliberalismo y sus estragos. Tanto ha
encendido el ánimo de más de medio país que este parece empezar a virar a una
salida no tradicional. Las presidenciales del 2018 darán la medida de su real
alcance.
• Persisten, empero, densos nubarrones. El complejo mediático
global, en el contexto del viento de derecha que sopla a nivel mundial, ha
conseguido convertir el “castrochavismo” en una especie de estigma inapelable
cuya raíz no alcanza a descifrar la gran mayoría de la población, ni hay
condiciones de que ocurra en el corto plazo. Puede estimarse que constituye el
mayor obstáculo ideológico, intensamente explotado por la ultraderecha, para
que los sectores indecisos o confundidos se decidan a apoyar la candidatura
democrática en estas presidenciales, y para reafirmar los que siguen al
uribismo. No puede ignorarse que, debido a las enormes dificultades
económico-sociales y políticas del gobierno venezolano, y de no pocos de sus
errores, la ofensiva mediática, diplomática, financiera y comercial batuteada
por el imperio gringo bajo el gobierno Trump, ha surtido notables efectos. Como
duras lecciones para los destacamentos de lucha del mundo (no por advertidas
menos necesarias de asimilar) se pone de relieve : 1) la capacidad del
imperialismo para sabotear las posibilidades de desarrollo independiente de
cualquier país del Tercer Mundo, sobre la base de la desventaja histórica
fundamental que ha entrañado la carencia o insuficiencia de acumulación de
capital de nuestros países periféricos, para proceder, a partir del control
sobre los centros financieros, bancos y agencias monetarias y de crédito
mundiales, y aprovechando los errores de gobierno de dichos países, a
aislarlos, cercarlos y precipitarlos a una situación de crisis, como ha
ocurrido en Venezuela y antes, en otras naciones similares; y 2) la absoluta
necesidad de una estrategia de desarrollo basada en el crecimiento de la
industrialización y la agricultura, en la no dependencia de una economía
extractiva y en la preparación para la transición a fuentes limpias de energía.
• El espectro del fraude ya sea en proceso de votación o desde la
Registraduría gravita como ave agorera sobre la votación del 17 de junio.
Oficialmente se admitió, ya desde antes de la primera vuelta, que efectivamente
no hubo ninguna auditoría al software que empleará la Registraduría en estas
elecciones. La supresión del formulario E-14 en las pasadas consultas de
candidaturas presidenciales y la omisión de la modificación del logo de
Colombia Humana solicitada por esta campaña, no constituyeron buenos augurios.
Ha sido público el consenso de las campañas de las facciones de ultraderecha
para atajar la emergencia de un nuevo gobierno democrático.
• Si el 17 de junio se repitiera un 19 de abril, de seguro el
pueblo responderá. Y es seguro también que el PTC se hallará en su puesto de
lucha.
Las dificultades de la paz, la elección de Petro
• Es claro que el destino de la paz o la continuación de la
violencia en Colombia depende de quien resulte elegido en las elecciones del
próximo domingo. Padecemos el definido factor desfavorable consistente en que,
debido a la persistencia del gobierno Santos en el ruinoso esquema neoliberal
implantado, el entusiasmo inicial del pueblo por los acuerdos de paz terminó
enfriándose y siendo relegado en la escala de sus apremios cotidianos. Lo cual,
por supuesto, no significa que el peso real de la suerte que corra la
implementación de los acuerdos pactados en La Habana haya dejado de jugar de
modo decisivo en el rumbo del país, pero ha dificultado considerablemente la
lucha por una de las premisas cruciales a consolidar en el camino de las
transformaciones democráticas. Especialmente cuando el influjo de derecha sobre
una parte considerable del pueblo se ha mantenido y le ha permitido a los
cabecillas de la extrema facción reagrupar en torno suyo al establecimiento en
su conjunto.
• La consolidación de los acuerdos de paz atraviesa serias
dificultades. El mayor, por supuesto, es la posibilidad de que, por cualquier
medio, el candidato del uribismo pueda ganar las elecciones presidenciales. Hoy
el proceso afronta la muy grave sucesión de atentados y muertes padecidos por
el gran número de líderes sociales en diferentes regiones. Las irregularidades
registradas en el manejo de los recursos para la paz provenientes del apoyo
internacional, como la acusación de una corte norteamericana a Santrich de la
comisión de delitos de narcotráfico hacia Estados Unidos ha ofrecido a los
voceros de la ultraderecha y a sus candidatos sucesivas ocasiones de recrudecer
su ofensiva contra los acuerdos de paz y su implementación. El Congreso, dado
el hecho de la lánguida finalización de un gobierno sin fuerzas y sin voluntad
real para persistir en la implementación efectiva de los acuerdos de paz,
empantana más y más, y deforma y contraviene los desarrollos legislativos de
los mismos.
• Al margen de que el exdirigente de las Farc resulte o no
responsable de la sindicación, es tan evidente como repugnante la oleada de
servilismo progringo en marcha en el país. Manifiesta en la descarada intrusión
del embajador norteamericano en un asunto interno como es la actuación de la
JEP y en órdenes impartidas al respecto, sin que se oiga chistar siquiera a
autoridad nacional alguna, incluido el gobierno. Se da por comprobada la
culpabilidad de Santrich, considerándosele ya condenado, llevándose de calle
elementales preceptos del debido proceso porque así se afirma desde Estados
Unidos, sin que ese gobierno haya enviado los elementos probatorios, sin que la
JEP haya tenido oportunidad, con base en ellos, de evaluar la conducta punible
señalada, como reza el acto legislativo de los acuerdos de paz, y sin que por
tanto, pueda pronunciarse en torno a la real ocurrencia de los hechos y fecha
que se predica del presunto delito. En semejante escenario, el blanco obvio
ahora es la Jurisdicción Especial para la Paz que soporta una declarada campaña
encaminada a desmantelarla. Un factor de inquietante expectativa reside, es
bien sabido, en la actitud que asumirían, los sectores de las Fuerzas Armadas,
más comprometidos con las ejecutorias de la cúpula uribista, incluyendo sus
efectivos en retiro, ante una victoria de la candidatura de la Colombia Humana.
• No hay duda que en la
antesala de la primera gran medición de fuerzas por la presidencia, la del 17
de mayo, este fue el elemento central de la situación. El “fenómeno Petro”,
como se llamó el crecimiento de su extendido apoyo popular de masas, impuso en
los medios masivos un mayor y obligado registro de su puja por la presidencia. Aquel
empuje de masas en torno a una candidatura presidencial, que acaso no se veía
en el país desde los tiempos de Gaitán o por lo menos desde los días del auge
de la Anapo, como lo corroboraron los resultados de la primera vuelta, llevó la
de Colombia Humana al primer lugar entre las candidaturas democráticas. Si bien
ya desde abril podía afirmarse, habida cuenta de que la batalla política que se
libraba enfrentaba al conjunto del aparato mediático del régimen, que la hazaña
había cobrado un impulso irreversible.
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