Tanto la crisis económica y social del país como el escándalo de corrupción y su manejo mediático y acomodaticio fueron el terreno propicio para que el proyecto de la extrema derecha avanzara y ganara las elecciones presidenciales. Por supuesto que el PT y sus gobiernos no estuvieron exentos de errores, tanto en el manejo del poder central y en los gobiernos locales, como en sus relaciones con los sectores populares, tal como lo ha reconocido el mismo PT y su máximo dirigente. Pero ya habrá tiempo de hacer ese balance con seriedad y honestidad.
Por Consuelo
Ahumada
Profesora Universidad Externado de Colombia. Tesorera de la
Mesa Directiva de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas (Acce).
Integrante del Comité Ejecutivo del Partido de Trabajo de Colombia, PTC.
El triunfo
de Jair Messias Bolsonaro, pronosticado por todas las encuestas y recibido con
angustia e incertidumbre en el mundo entero, representa un enorme retroceso, no
solo para Brasil, sino para América Latina. El gigante de la región, que con el
primer gobierno del PT les trazó a estos países el rumbo para el cambio social
y político, les devolvió la esperanza a sus pueblos a comienzos del siglo XXI
sobre “otro mundo posible”, y sepultó el proyecto del ALCA que quería imponer
Washington a la región, se convierte ahora en un nuevo bastión de la extrema
derecha y su proyecto para estos tiempos. Se impone una agenda marcada por racismo,
xenofobia, machismo, odio a los pobres, defensa de las armas y la guerra, violación
de los derechos fundamentales, destrucción de la naturaleza, desmonte de la
inversión pública y social y entrega de la riqueza nacional a la voracidad de
los grandes negocios y capitales.
Es decir,
es el regreso de una concepción típicamente fascista que en estos tiempos de
desazón recurre a todo tipo de exclusión social, atentando contra los
principios democráticos básicos y contra la irrupción de las llamadas nuevas
ciudadanías, al tiempo que profundiza políticas económicas fracasadas en todas
las latitudes, que incrementan la concentración de la riqueza y la magnitud de
la pobreza.
Tales
fueron los anuncios que hizo sin ningún reato Bolsonaro durante su campaña electoral,
centrada en atacar a los “rojos” del PT, a quienes prometió la cárcel o el
exilio. Pronunció frases contundentes con las que pretendía ser más ofensivo y
violento que el mismo Donald Trump, cuya llegada a la Casa Blanca le ha dado
mucho ímpetu y alas a esta tendencia en todo el orbe.
Como
admirador de la dictadura de su país y defensor de la tortura y de los
torturadores, el Messias, como lo dice el segundo nombre que adoptó, llamó al orden
y la limpieza en Brasil. Se negó a participar en los debates de los candidatos,
por cuanto no tenía nada que decir. Su publicidad se centró en una portentosa
campaña de fake news o noticias falsas, en los grupos de whatsapp, en contra de
la izquierda, el modelo chavista y la llamada ideología de género. En últimas,
una campaña contra todos los “diferentes”, representados en el progresismo. Como
en otros países, esta aplicación se ha convertido en principal medio de
difusión de noticias entre amplios sectores de la población, en especial los
jóvenes.
Fue una
campaña muy bien orientada por Steven Bannon, el exasesor ultraconservador de
Trump, en la que las grandes empresas invirtieron cuantiosos recursos
económicos. El crecimiento exponencial de las iglesias evangélicas entre los
sectores populares en Brasil también trabajó a favor de la extrema derecha. Fue
una tendencia que apenas pudieron revertir un poco las enormes movilizaciones
de mujeres en todo el país en contra del candidato.
Varios factores
ayudan a explicar el resultado de las presidenciales de Brasil. En primer
lugar, las graves dificultades económicas del país y de la región a partir de
2014, por efecto de la crisis mundial y de la caída de los precios del petróleo.
Esto se produjo cuando todavía estaba Dilma Rosseff en la presidencia y provocó
una reducción de la inversión pública y un incremento notorio del desempleo. La
tendencia se profundizó mucho más y de manera deliberada con el gobierno de
Michel Temer, quien ocupó el poder después de la destitución de la primera
mujer presidente de Brasil en el 2016. Medidas como el congelamiento del gasto
social por 20 años y una regresiva reforma laboral, adoptadas por el gobierno
golpista, agravaron todavía más la crisis y el desencanto de la población. A la
pobreza, reducción de oportunidades, desesperanza y frustración, habría que
sumarle el incremento de los niveles de violencia y criminalidad en las calles
de las ciudades, grandes y pequeñas.
Un
segundo factor determinante del resultado electoral adverso fueron los escándalos
de corrupción, en particular el de Odebrecht, que se destapó durante los
últimos años en Brasil y extendió sus tentáculos en toda la región. Aunque esta
situación comprometió a todos los partidos, afectó de manera especial al PT,
por ser el partido gobernante. Sin duda, estos hechos de corrupción resultan
injustificables, máxime si las fuerzas alternativas son las que ejercen el poder
del Estado y proclaman distanciarse de las prácticas cuestionadas de las viejas
clases dominantes.
Sin embargo, lo más grave es que este
escándalo se convirtió en un arma política contundente de la derecha corrupta
contra el gobierno de izquierda. Primero, se le dio un golpe de Estado a Dilma
Rousseff, a quien no se le acusó de corrupción sino maquillar las cuentas
públicas, una práctica utilizada por todos los gobiernos anteriores, que al
decir de diversos analistas, podría haberse resuelto con una sanción disciplinaria.
De hecho, ella fue destituida por un senado, ese sí mayoritariamente corrupto, lo
mismo que Michel Temer, el presidente golpista, como quedó en evidencia en el desarrollo
del proceso.
El
segundo golpe en contra de la izquierda fue el juicio, condena por 12 años y
encarcelamiento de Lula, en un proceso en el que se atropellaron todos sus
derechos y se le negaron todas las garantías, previstas en la Constitución de
la República. Fue un proceso penal mediático, adelantado por un juez parcializado,
en que no se presentaron pruebas serias de la acusación. El expresidente era favorito
en todas las encuestas electorales, por lo que había que frenarlo como fuera. Por
el contrario, la figura de Fernando Haddad, quien finalmente fue el candidato
del PT, era poco conocida entre la población.
Tanto la
crisis económica y social del país como el escándalo de corrupción y su manejo
mediático y acomodaticio fueron el terreno propicio para que el proyecto de la
extrema derecha avanzara y ganara las elecciones presidenciales. Por supuesto
que el PT y sus gobiernos no estuvieron exentos de errores, tanto en el manejo
del poder central y en los gobiernos locales, como en sus relaciones con los sectores
populares, tal como lo ha reconocido el mismo PT y su máximo dirigente. Pero ya
habrá tiempo de hacer ese balance con seriedad y honestidad.
Se vienen
tiempos todavía más difíciles para Brasil y América Latina. Es la hora de la
resistencia y la unidad contra estos avances de la extrema derecha en la región
y en todo el mundo.
7 comentarios
Write comentariosConsuelito gracias por compartir tus valiosos argumentos sobre el nuevo presidente del Brasil 🇧🇷. Los comparto integralmente
ReplySoy Luis Antonio González Cifuentes abogado penalista de la U Nacional de Colombia 🇨🇴
ReplyGracias por tu comentario
ReplyGracias por tu comentario
ReplyGracias por compartir. Y hay que resaltar que a pesar de haber "ganado" en las urnas
ReplyNO lo hace un presidente democratico debido a que se proscribió al principal opositor, eso como primera medida, luego hubo inconsistencias con varias urnas prohibiendo votar a gente de la zona donde Lula era más fuerte...yo no soy nadie, pero así como no reconozco a Macri como presidente, por habernos estafado, tampoco reconozco a Bolsonaro como presidente del Brasil...Siento mucho pesar por los hermanos brasileños como por nosotros los argentinos...abrazo.
Gracias consuelo
ReplyGracias por tu comentario
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