No logra cuajar la maniobra ilegal del video sobre Petro para desplazar hacia este la indignación pública que gravita sobre el fiscal y el Grupo Aval
La
cúpula bancaria del país, con la anuencia de su gobierno recién estrenado, y a
través de sus agentes en el Congreso, entre los cuales descuella el uribismo, ha
pugnado de modo frenético por convertir el debate del 27 de noviembre en el
Senado, contra el fiscal Néstor Humberto Martínez, en un contragolpe que ponga a
la reacción colombiana a la ofensiva contra las fuerzas democráticas. Tal como
el país observó, el elemento que hizo de palanca para empujar ese tramposo desplazamiento
fue la presentación del video hecho por la senadora del Centro Democrático,
Paloma Valencia, en el mencionado debate. Una vez que Robledo, Petro y Angélica
Lozano plantearan los irrefutables cuestionamientos que implican a fondo la
responsabilidad del fiscal general en varias irregularidades del escándalo Odebrecht,
en artera y sucia maniobra, el video de marras fue lanzado como deliberado
petardo para impedir que el debate alcanzara su pleno desarrollo y
profundización. Era lo que querían evitar a como diera lugar, y fue lo que
hicieron.
La
maniobra revela el serio aprieto en que las revelaciones del fallecido Jorge Pizano,
soportadas en documentos y grabaciones, colocaron al fiscal general y a sus
patrones. Confirma que los límites de la democracia parlamentaria llegan hasta
donde empiecen a poner en riesgo los intereses de la gran burguesía y del
régimen político hecho a su imagen y semejanza. Y constatan cuando esto ocurre,
cómo proceden la alta burguesía, su gobierno y sus agentes dentro y fuera del
Congreso. Sin el más mínimo escrúpulo, se llevan de calle, barren sin
contemplaciones figuras político-legales a las cuales normalmente prodigan
reverencias y elaborada prosopopeya, verbigracia, el control político, el Congreso
como escenario de la democracia, el derecho de réplica y ─a juicio de
estrategas y ejecutores de la maniobra─ otras nimiedades similares. Severa
lección de la lucha política sobre las realidades de la desflecada república
colombiana.
El
resto consistió en difundir de inmediato el video sobre Petro e impedir que los
citantes pudieran hacer uso de su derecho de réplica para desmenuzar la
intervención del fiscal, truncando el debate para que lo que quedara en la
retina del público fuese la “denuncia” de la senadora uribista. Quedó claro que
de lo que se trataba en realidad era de conjurar el indudable impacto que
causaría en el país el hecho de que, sin cortapisas, el debate tocara fondo y
expusiera a plena luz la raíz oligárquica, estatal-privada, de la gran
corrupción. Que podría generar una toma de conciencia tal que bordearía lo
subversivo, capaz, no sólo de barrer del escenario la oscura figura del fiscal,
cual espantapájaros arrastrado por un huracán, sino suficiente para hacer
retemblar los cimientos mismos de la institucionalidad vigente, expoliadora,
opresiva y corrupta.
No
exageramos. Lo prueba la respuesta popular a la serie de explosivas revelaciones
y escándalos de los últimos tiempos. Las protestas ante la indignante situación
económica y social producto de décadas de neoliberalismo, a las descaradas medidas
y proyectos legislativos del mismo corte anunciados por el gobierno Duque, como
las reformas tributaria y de la justicia, la pretensión de “regular” la
protesta social y mutilar el alcance de la tutela. Aunque el ambiente general
registra los palos de ciego y la incompetencia del novato mandatario, en medio
de la chambonería y la frívola ronda diaria de la Casa de Nariño, sobresale el
acatamiento a los puntos más gruesos de la agenda uribista, como el agresivo
servilismo progringo frente a Venezuela, la actitud de desconocer e incumplir
los acuerdos de paz, al igual que la definida orientación de afianzar todavía
más el regresivo modelo neoliberal e implantar un régimen ultrarreaccionario que
extirpe derechos y libertades.
Tamañas
y elocuentes como han sido, las numerosas manifestaciones de esta fuerte
tendencia hacia un cambio están a la vista. La gran votación sin precedentes,
más de 8 millones de votos, por una candidatura presidencial, la de Gustavo
Petro, claramente orientada hacia cambios sustanciales del orden económico y
social del país. La votación de más de 11 millones de votos en favor de la
consulta anticorrupción, superior a la obtenida por Duque para su elección como
presidente. La abrupta caída de la influencia pública del presidente Duque en
el breve lapso de sus primeros 100 días, expresada en más del 60% de su imagen
desfavorable. Otro tanto indica el pronunciado descenso del influjo público de
Álvaro Uribe, el caudillo de la ultraderecha, mayor que en todo tiempo
anterior, también registrado en las encuestas. Y sobre todo, el notable aumento
de la protesta social y de sus movilizaciones, cuya curva en alza desde 2014 se
ha triplicado, contándose en el presente año cada mes por más de un centenar y acercándose
al millar anual. Pero fuera de serie, la gran protesta estudiantil en defensa
de la universidad pública, y las de los trabajadores y maestros contra los
anuncios de nueva alza del detestado IVA y en pro de los recursos públicos para
la educación. Potente, prolongada y aglutinadora de todos sus estamentos como
hace mucho no se veía, la tumultuosa movilización de los universitarios ha
desenmascarado el rancio continuismo privatizador del gobierno Duque en este
terreno, colocado el asunto en el centro del debate público y despertando un
respaldo tan extendido como entusiasta. Los modestos logros preliminares en
materia de recursos públicos obtenidos, insuficientes como se señala para
conjurar el enorme déficit de la educación pública superior, muestran que la
batalla no ha terminado pero sirven para demostrar que, desde la calle, el
ímpetu juvenil masivo, se revela eficaz y cobra sus frutos tempranos.
Lo
de registrar como muy positivo es el encendido repudio al proyecto de aumento
del IVA en la canasta familiar, el repetido señalamiento de que el esquema
tributario se basa en la exacción masiva de las clases trabajadoras y las capas
medias en tanto que exonera, llena de estímulos e, incluso, subsidia la minoría
plutocrática de las finanzas. Que todo ello esté siendo materia del debate público,
así no se indique con claridad que el IVA, esa suerte de remembranza de la
alcabala colonial española en plena época de la globalización, tenga como
fuente la institución financiera global del imperio y sus aliados, el FMI, ni
tampoco se concluya todavía que la solución democrática es darle un consecuente
carácter progresivo a la tabla de impuestos que grave más la riqueza acumulada,
es de por sí un avance en la dirección correcta. Que haya salido a relucir en
esta controversia que debe gravarse el capital financiero y otro tanto a
conglomerados como Postobón y Bavaria, debe haber hecho rechinar los dientes de
la dorada aristocracia dominante y señala que, al fin, la vetusta fortaleza
conceptual de los antiguos Chicago boys, con todos sus hechizos y conjuros,
se encuentra bajo asedio, aquí, en Colombia, uno de los países cuyas élites han
sido de las más obsecuentes al Consenso de Washington.
Que
algo de este estado de ánimo creciente entre el pueblo, alarmante para el statu
quo, ha sido captado por las filas de la reacción ─así sea con vista a las
próximas elecciones─ lo indican algunas de las propuestas y voces, con claros
visos demagógicos e incomprensibles en otras circunstancias, del expresidente
Uribe. Quien, consciente de las ostensibles limitaciones de su pupilo
presidente, le ha ordenado que “enderece” la marcha. Es decir, que deje de
esforzarse por aparecer original en su descomunal trivialidad y se concentre
más en los asuntos propios del programa uribista. Es el costo que ha debido
pagar la corriente que jalona la extrema derecha colombiana, el uribismo,
haciendo elegir presidente “al que Uribe dijo” para asegurarse la docilidad de
un improvisado gobernante que cada vez más va siendo percibido por el grueso
público como poco más que un papanatas.
Pero
además del objetivo inmediato de escamotear el juicio político de
responsabilidades al fiscal y sentar en su lugar, en el banquillo de los
acusados, a Gustavo Petro, se trataba con ello de coronar un acariciado
cometido del uribismo y de la oligarquía colombiana: decapitar de su liderazgo
el ascendente movimiento de masas del país. Dado que ha sido Petro quien ha
logrado movilizar el mayor volumen de colombianos en pos de un cambio social de
fondo, el asunto es atajarlo mediante el recurso previsto como más eficaz. El
recurso escogido para lograr este oscuro propósito es el descrédito de la
persona. Precisamente el descrédito de quien ha abanderado en Colombia la
batalla contra el paramilitarismo, la antidemocracia uribista, la gran
corrupción, y el esquema neoliberal aplicado por todos los gobiernos desde
1990. Calculan los urdidores y ejecutores de la encerrona en que se convirtió
el debate al fiscal en el Senado, que para evitar que el alza de la gran
corriente democrática desemboque en una gigantesca pleamar de rebeldía social
contra la injusticia y la opresión, precisan la destrucción del liderazgo del
candidato de Colombia Humana que, como todos los de su alcance, no se gesta ni
forja en un parpadeo porque requiere un laborioso y complejo proceso, no de
años sino de lustros e incluso décadas. Con el enlodamiento de Petro se busca
provocar el desánimo y una desmoralización y escepticismo prolongados en las
filas del pueblo. De nuevo se intenta sacarlo del camino por la vía judicial,
un expediente común en Colombia y América Latina adoptado por las fuerzas de
derecha en su persecución de los líderes progresistas y de izquierda. Se trata,
en suma, nada menos que de truncar de modo indefinido el poderoso ascenso
democrático de masas que viene experimentando Colombia. Una cuestión crítica, a
la cual no puede sustraerse ni verse con indiferencia por ningún genuino
demócrata colombiano.
Porque
tanto el potencial inherente al actual movimiento democrático, como la
contracorriente regresiva al mando del Estado, acercan a Colombia a una
situación de crisis definitoria de su rumbo. Que puede desembocar,
definidamente hacia un desatado torrente de inconformidad popular, capaz de adquirir
magnitud y contornos de ola de tsunami, de iniciar el vuelco de reformas de
fondo, empezando por el cumplimiento cabal de los acuerdos de paz, y
transformaciones que desatasquen el país del atraso económico, la desigualdad
social y la opresión foránea. Este desenlace presupone un movimiento
democrático con la fuerza necesaria para contrarrestar y hacer retroceder lo
que implica el retorno del uribismo al poder. De lo contrario, otro eventual y
ominoso resultado del desenvolvimiento de la situación de Colombia podría
consistir en la consolidación del actual régimen de extrema derecha, que abra
la puerta a un prolongado y tenebroso período de reacción. Cuya gravedad podría
centuplicarse con la absurda política uribista, aventurera y guerrerista, de la
administración Duque frente a Venezuela. Su negativa a ventilar los asuntos
entre los dos países por la vía diplomática, pese a los reiterados llamados de
Venezuela, como las agresivas declaraciones del lenguaraz embajador colombiano
en Washington, dan bélica fe de ello. Muy propias del peón progringo al que con
pompa y sorna llama el imperio “socio estratégico” de Estados Unidos en
Surámérica, pues es el que debe suministrar la carne de cañón ─nuestro pueblo─
para que las multinacionales norteamericanas intenten volver a echarle mano al
petróleo venezolano.
Es
cierto que la maniobra desatada en la plenaria del Senado del 27 de noviembre
con la presentación del video aludido y el levantamiento intempestivo de dicha
sesión, ha implicado dificultades y complicaciones que hay que afrontar y
sortear. Petro ha tenido que presentar una y otra vez las debidas explicaciones
ante el país sobre los elementos de fondo del video divulgado, y ofrecido
disculpas al pueblo colombiano por no haber mantenido la suficiente vigilancia
en aspectos ultrasensibles para la opinión pública, que si bien no configuran tacha
alguna en la trayectoria del más destacado líder de la oposición, sí son
susceptibles de aprovechamiento ─como ha sucedido─ por los enemigos de la paz y
los verdaderos artífices de la gran corrupción. Que si le brindaron un momentáneo
respiro al fiscal ha sido muy fugaz y ya puede conjugarse en pasado, porque la
crítica y el cuestionamiento públicos a Néstor Humberto Martínez, lejos de
atemperarse y amainar, se profundizan. Según información de la agencia Bloomberg,
la caída de la acción del Grupo Aval en la Bolsa neoyorkina ha significado mil
millones de dólares menos para el supermagnate financiero. El volcánico
escándalo Odebrecht sigue arrojando lava al rojo vivo sobre todo el hemisferio y
no está hoy nada claro que el enredador fiscal vaya a permanecer a salvo de la
incandescencia. Si la apertura de caso al fiscal en la Comisión de Acusación de
la Cámara sólo provoca sarcasmos por su innocuidad y descrédito, lo cierto es
que la multinacional del escándalo ha afirmado que el Grupo Aval sí estaba
enterado de los manejos que hoy se cuestionan, y eso que aún no se conocen las
nuevas revelaciones que altos exdirectivos de Odebrecht anuncian desde Brasil y
cuya pronta recepción por la justicia colombiana la fiscalía sigue inexplicablemente
posponiendo.
Nunca
se insistirá lo suficiente en que lo principal de la situación nacional
presente, lo central de la reñida lucha política entablada, lejos de ser el
asunto del video de Petro, consiste en el señalamiento de la responsabilidad
del fiscal y del Grupo Aval en el caso Odebrecht. Rechazar la maniobra contra
Petro, el principal líder de la resistencia democrática, es lo que procede en
todas las vocerías del bando de los demócratas, como subrayar que la misma es
un desesperado esfuerzo para desplazar el foco de atención de la indignación
pública de quienes deben al país explicaciones de fondo. Es normal admitir que
el excandidato de la Colombia Humana aclare completamente los pormenores del incidente
que ha sido pérfidamente explotado. Pero no lo es la pretendida equidistancia y
el supuesto equilibrio que coloca, explícita o tácitamente, en aras de una
inadmisible imparcialidad, en un mismo plano las responsabilidades de Néstor
Humberto Martínez y del grupo financiero de Sarmiento Angulo en el caso
Odebrecht frente al acorralamiento y juicio público que se le quiere adelantar
a Petro. El cálculo de lo ventajoso que resultaría la eliminación política del
liderazgo democrático de mayor arrastre masivo, para otras aspiraciones
distintas al establecimiento, amén de lo mezquino, parte de la cegatona premisa
que no percibe ni quiere comprender que, de tener éxito, la arremetida de la
ultraderecha debilitaría a las fuerzas democráticas en su conjunto y podría incluso
preparar su barrida del escenario nacional.
La
hora no admite cavilaciones ni actuaciones inspiradas por intereses menores a
los de largo aliento, cifrados en el ascenso del movimiento democrático y en la
persistencia de su avance. La defensa de Petro pone a prueba la consistencia y la
lucidez de la gran corriente que clama y se moviliza por el cambio. No nos
rezaguemos a su vagón de cola; mantengámonos a su altura y preservemos su visión
del porvenir.
Bogotá, 10 de
diciembre de 2018
1 comentarios:
Write comentariosEs tanta la publicidad hablada y escrita sobre este tema, que ya todo ciudadano cree que toda esta orquestación no va a tener ningún resultado y no va a pasar NADA, al igual que el caso Santrich.
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