La línea que la revista
Semana, vocera de un sector de la
alta burguesía, traza frente al gobierno en la compleja situación de Colombia
A pretexto del artículo “El grito de la juventud” de la revista Semana del fin de año sobre la movilización que sacude al país
Por Marcelo Torres
Bogotá, 22 de enero de
2019
En cuanto los acuerdos
de La Habana posibilitaban la percepción de que Colombia iba a entrar en la
fase final de la violencia –y esta disminuyó efectivamente y mucho en 2017 y
2018–, es cierto que mucha más gente pudo poner un mayor acento en la
democratización efectiva, la defensa y el mejoramiento de su nivel de vida, el calentamiento
global, y en las transformaciones sociales fundamentales. Pero el autor pasa
por alto que las grandes movilizaciones sociales de los últimos años,
especialmente de la juventud, ocurrieron como expresión del gran apoyo y presión
por la pronta firma de los acuerdos de paz. Con la formulación de que “a los
colombianos ya no les preocupan las Farc”, no puede ignorarse que esa gran
presión social de masas por el cumplimiento de los mismos acuerdos ha
continuado, y que una de sus principales manifestaciones ha sido la indignación
y el repudio a la indolencia oficial ante la sistemática sangría de líderes
sociales y de reincorporados a la vida civil. Y sobre “el rechazo a la
polarización encarnada por Uribe y Petro”, es de advertir que, haciéndose eco
de la idea difundida por los medios, el articulista atribuye a la opinión
pública un supuesto rechazo a la polarización en cuanto que de esta se
derivaría el ambiente de violencia. En realidad, esta interesada elaboración
mediática persigue que el grueso de los colombianos crea que la polémica
pública genera violencia, cuando sucede exactamente lo contrario: es la
violencia la que genera el inevitable debate público. La deliberada confusión
entre el efecto y la causa, amén de que implica una presión para obstruir la
discusión que pueda conducir al esclarecimiento de la causa y las
responsabilidades de la violencia, también busca estigmatizar así y excluir del
escenario político a uno de los personajes que más ha contribuido a revelar las
raíces del cruento flagelo en Colombia, Gustavo Petro.
Fue la presencia
multitudinaria de los colombianos en calles y plazas en todo el país lo que
hizo de potente catalizador para que esta contradicción aflorara explícita y
sin ambages. Que la grieta existente entre las clases dominantes colombianas se
ensanche y se ponga al rojo vivo puede arrojar algún efecto positivo para el
país. Sobre todo si implica el aislamiento y la pérdida de influencia política
de Uribe y sus ultras. Puesto que tan trascendente alteración del contexto
político colombiano podría librarnos de la mayor y más inmediata amenaza que se
cierne sobre la vida nacional: la realización completa del proyecto fascista
del uribismo a través del gobierno Duque. Tal proyecto está en marcha y
manifiesto con signos inequívocos –los múltiples actos de gobierno que
suprimen, restringen o auspician la fractura de las bases legales del Estado de
derecho–, con la desembozada represión ante la protesta social y la sistemática
sucesión de atentados contra los líderes sociales y reincorporados a la vida
civil como sus expresiones más alarmantes.
El artículo “El grito de los jóvenes”, del
director de Semana, Alejandro Santos
Rubino, está dedicado a la participación sobresaliente de la juventud en la
rebelión social que sacude al país. Y si bien este tema parece central, en
realidad ventila otro aspecto, que acaso constituya la carga de profundidad
mayor del escrito: el que concierne a su postura sobre el gobierno Duque. Sin
dorar la píldora, asevera: “El problema central de Iván Duque es que es un
hombre de centro y moderado en un partido de derecha con un ala extremista”[1]. Ubicada
así la posición política del presidente, incursiona luego en su trayectoria, con
este relato:
Había hecho la primera parte de su carrera con Juan Manuel
Santos. Junto con Juan Carlos Pinzón, Sergio Díaz Granados y Juan Carlos Mira
conformaba las juventudes santistas cuando Santos no tenía ninguna posibilidad
de llegar a la presidencia. Por cuenta de esa cercanía, trabajó en la Fundación
Buen Gobierno, fue asesor en el Ministerio de Hacienda y terminó en el BID, de
segundo de Luigi Echeverri.
Sigue diciendo que una vez Juan Manuel Santos
fue elegido presidente, lo lógico era que Duque hubiese retornado al país a
formar parte de ese gobierno.
Pero Duque –nos explica el articulista– siempre ha sido un
hombre seguro de sí mismo, ambicioso y los ofrecimientos que le hicieron no
llenaban sus expectativas. En ese momento conoció a Álvaro Uribe. El
expresidente necesitaba un asistente para una misión que le había encargado la
ONU y Luis Alberto Moreno le recomendó a Duque. Tuvieron una química inmediata.
Uribe detectó enseguida el talento y potencial del joven funcionario y lo
convirtió en su protegido. Por cuenta de esa amistad, Duque llegó a senador y
posteriormente a presidente.
En menos de tres párrafos, el autor de un texto
dedicado en principio a la protesta juvenil, nos resume los hitos principales
de la vida pública del actual presidente. O mejor dicho, le cobra: ¿cómo es
posible que siendo hechura del santismo haya ido a parar bajo el alar de Uribe?
“… si el expresidente se hubiera retirado de la política”
Santos Rubino nos
recuerda que la historia se remonta más atrás, alrededor de las últimas dos
décadas y media, durante las cuales el expresidente Álvaro Uribe ha tenido una
incidencia central en los asuntos del país. Sin rodeos, va directo al núcleo de
la cuestión cuando insiste en que “gran parte del éxito político de su carrera
se debió a que se posicionó como el gladiador contra las Farc. Desde su época
de gobernador y alcalde, hasta el final del gobierno de Juan Manuel Santos, las
Farc estaban en el centro de su agenda”. “Esta guerra –continúa explicándonos–
tuvo dos grande etapas. La primera, durante su gobierno, como el hombre que
lideró con éxito la confrontación militar contra ese grupo guerrillero…”. Luego:
La segunda etapa fue igual de confrontacional
pero no militar sino políticamente. Cuando supo que Santos y las Farc estaban
negociando un acuerdo de paz, el expresidente pasó de jefe militar a jefe de la
oposición. Su temor seguían siendo las Farc, pero esta vez ya no en condición
de adversario de guerra, sino de muro de contención para atajar una supuesta
tajada del Estado que Santos le habría ‘regalado’ a esa guerrilla en La Habana.
Añade que Uribe “se
opuso a Santos en una forma tan implacable que no solo le hizo daño al presidente sino al establecimiento en general
(cursivas nuestras)”. Es decir, que en lo que llama la primera fase jugó un
gran papel, prácticamente de héroe nacional al decir del articulista, pero en
la segunda cometió una grande equivocación al poner en riesgo la estabilidad
del sistema.
La razón de ello,
asegura el autor del artículo, reside en que Colombia cambió de preocupaciones.
La Colombia con la que Uribe se conectó, entre
2002 y 2010, es muy distinta a la Colombia del cacerolazo y la protesta social.
A los colombianos ya no les preocupan las Farc, sino nuevos temas como el
cambio climático, el aumento del desempleo, el acceso a la salud, la mala
calidad educativa y sobre todo el rechazo a la polarización encarnada por Uribe
y Petro.
En
la segunda etapa de “la guerra contra las Farc”, ya en el gobierno Santos, el
autor del artículo en comento registra que el expresidente Uribe pudo
aprovechar varias circunstancias para torpedear el proceso de paz:
El
gobierno de Santos concibió y ejecutó con seriedad el acuerdo de paz de La
Habana. Y el resultado final, si bien imperfecto, tenía mucho más de bueno que
de malo para el país. Tres hechos lo volvieron vulnerable a la crítica: 1) la derrota
del plebiscito, 2) las 200.000 hectáreas de coca, 3) la telenovela de Santrich.
Esos tres talones de Aquiles le sirvieron de munición a Uribe para montar una
ofensiva sin tregua que minó la credibilidad del proceso.
Sin
embargo, admite el articulista, en fin de cuentas las cosas no han ido nada
bien para el señor de El Ubérrimo. Y añade sentenciosamente: “… si el
expresidente se hubiera retirado de la política cuando salió de la Casa de
Nariño, hoy sería el personaje más popular de la historia reciente”. Pero no lo
hizo, y por ello Santos Rubino perfila una de sus conclusiones, a manera de
compendio sobre la parábola uribista, al decir que:
Había
llegado a la presidencia cuando la guerrilla estaba a las afueras de Bogotá y
no se podía transitar por el país. Ocho años después las Farc estaban
arrinconadas en la selva, los paramilitares aparentemente desmovilizados y la
economía creciendo al 4,3. En ese momento su imagen favorable bordeaba el 80
por ciento y la desfavorable el 16. Hoy su imagen favorable está en 26 por
ciento y la negativa en 66. Su presidente [Duque] está al mismo nivel, su
partido acaba de sufrir una estruendosa derrota y la justicia le tiene puesta
la lupa.
Como
en una novela de suspenso, plantea: “¿Cómo pasó Álvaro Uribe de ser el político
más popular de los últimos años a ser el más impopular hoy?” La respuesta que
ofrece la basa en que “… con las Farc desmovilizadas y
derrotadas estruendosamente en las urnas, el fantasma de que Santos les había
entregado el país quedó desvirtuado”. Respuesta que se complementa, según su
decir, citando un consultor político, con que “es curioso que a Uribe le haya
hecho más daño un año de gobierno de Duque, es decir de filosofía uribista, que
los ocho años de santismo”. Adentrándose en terreno cada vez más pedregoso, el
articulista reconoce que “… tal vez el desgaste más grande para la imagen de
Uribe viene del proceso penal que hoy enfrenta en la Corte Suprema de
Justicia”. Y, aunque se apresura a declarar que no la comparte como una de las
causas de la notable pérdida de influencia pública de Uribe, tiene que
registrar que “los jóvenes han recibido la narrativa de ‘Uribe paraco’”, así
adhiera con presteza a la tesis del mismo Uribe de que “los jóvenes no están
bien informados”. Es natural que, en su repaso de las circunstancias adversas a
la imagen e influencia de Uribe, al director de Semana se le hubiera escapado una que tiene el peso de la
cordillera de los Andes: en los tres años de los acuerdos de paz, se
revelaron más denuncias contra el expresidente de la Seguridad Democrática que
en los veinte años anteriores.
Luego de la enumeración
de factores sobre lo que denomina la “caída” de Uribe, el autor del artículo
reduce el balance sobre el declive del uribismo a un fenómeno inteligible básicamente
en términos mediáticos. “En el fondo –afirma– su principal problema puede no
ser la justicia, el populismo, ni la identificación con Duque, sino simplemente
la sobreexposición. Muchos colombianos no gustan de Uribe, pero muchos más
están cansados de él. Desde 2002 prácticamente no ha pasado un día en que no
haya protagonizado la vida nacional. Nadie aguanta ese nivel de presencia
pública”. Y remata con esa suerte de sabiduría convencional profesada entre los
círculos dominantes acerca de los exmandatarios: “Por lo general la gente
empieza a querer a los presidentes cuando se van, pero Uribe nunca se ha ido”.
Apreciación interesada y por demás superficial. Difícilmente se encuentra en el
siglo XX un personaje con más “sobreexposición” en las noticias, relatos,
libros, películas, etc., que Hitler, pero no es por esa característica, por
supuesto, que el personaje ha sido identificado con el horror y una insondable
malignidad, sino por su papel y responsabilidad de agresor y criminal de guerra
en la segunda conflagración mundial que causó 50 o 60 millones de muertos, que
es lo que importa a la humanidad.
“la necesidad de armar una coalición de gobierno”… no
uribista
La especie de balance
que hace del expresidente Uribe el artículo de Semana tiene un propósito político definido: demostrarle a Duque
que su acelerado desgaste obedece a su voluntad de permanecer bajo tan
problemática sombra.
El verdadero Duque –precisa– es el que está
manejando el paro y no el que se le ha atravesado al proceso de paz que heredó.
Como uno de los compromisos de campaña del Centro Democrático era hacerle
reformas estructurales a la justicia transicional, el presidente se embarcó en
la aventura de presentar las objeciones presidenciales a la ley estatutaria de
la JEP. Eso fue una pérdida de tiempo que no desembocó en nada y que tuvo un
costo político muy alto.
Ya en un artículo
anterior registramos cómo Santos Rubino respalda la política del gobierno
frente al paro nacional y las movilizaciones, y apoya la decisión de Duque de
seguir adelante con las repudiadas medidas neoliberales. Lo cual no le impide
enrostrarle que “la falta de gobernabilidad se ha debido en gran parte a la
terquedad del presidente. Aunque perdió los primeros 18 meses, que suelen ser
los más productivos de cualquier administración”. Tampoco el respaldo al
gobierno frente al paro es óbice para que le recuerde a Duque que “los partidos
que habían apoyado el proceso de paz, que hasta ese momento andaban cada uno
por su lado, formaron un bloque que hasta la actualidad se ha convertido en un
palo en la rueda del gobierno”. En el sentido de juzgar como un comienzo de
rectificación de la anómala situación, en cambio, va la aprobatoria apreciación
del director de Semana sobre el hecho
de que “en las últimas semanas [el presidente Duque] ha dado señales de
reconocer la necesidad de armar una coalición de gobierno”. Al igual que el
franco elogio de “los coqueteos con Germán Vargas”, que el articulista en
mención registra como “el primer paso que ha dado Duque para salir de ese
atolladero”, celebra con entusiasmo:
Esa mano tendida hacia los otros partidos [que]
ha comenzado a dar frutos. Aunque ninguna alianza ha sido concretada la nueva
actitud del presidente hizo posible que pasara la ley de crecimiento económico.
Es probable que al comienzo del año entrante vengan cambios en el gabinete que
logren la paz política y las mayorías en el Congreso.
Si la política de
mantenerse “atravesado al proceso de paz” por parte del gobierno “tuvo un costo
político muy alto”, y si hay “señales de reconocer la necesidad de armar una
coalición de gobierno”, va resultando claro que para el articulista lo nuevo de
este agrupamiento del gobierno Duque con los partidos del establecimiento es
que implicaría dejar de lado la hegemonía uribista.
Luego, el autor del
texto que examinamos, en una nada disimulada advertencia exclama: “En 2020
llegará la prueba de fuego para el presidente”. Porque “en el próximo año el
pulso político no va a tener lugar en el Capitolio sino en la calle. Y la calle
es dura”.
En suma, con el
artículo de Semana quedó planteada la
contradicción entre un sector de la alta burguesía y el gobierno o, más
precisamente, con el sello uribista que hasta ahora distingue sus ejecutorias. La
contradicción no reside, por supuesto, en diferencia alguna sobre el modelo
económico que aflige al país hace ya tres decenios. Tampoco en los métodos de
gobierno que desplegó Uribe como gobernador de Antioquia y luego como
presidente durante dos períodos. Por el contrario, Santos Rubino afirma categórico
que fue gracias al papel cumplido por Álvaro Uribe durante esa “primera etapa
de la guerra contra las Farc” que el expresidente cobró “dimensión histórica”.
Porque encabezó lo que había que hacer y que en efecto se hizo, parece ser, en
otras palabras, el balance de esta fracción de la élite granburguesa sobre ese
período de Colombia sembrado de Convivires y falsos positivos. En lo que sí estriba la contradicción es en que el
papel del Uribe celebrado en la fase precedente ahora pone en riesgo “al establecimiento en general”. Debe,
por tanto, en palabras de Santos Rubino, irse “al Ubérrimo a adiestrar a sus
caballos y a consentir a sus nietos”.
La derrota de objetivos
tan siniestros sólo puede asegurarla un poderoso movimiento de masas de definida
resistencia antifascista. Desde esa perspectiva, las fuertes discrepancias entre
fracciones de las clases dominantes, que vienen de atrás y ahora se recrudecen,
pueden jugar un rol favorable. Aunque, una vez conjurado el peligro fascista
–la salida del caudillaje uribista del escenario político–, deba proseguirse con
la mayor fuerza y resolución posibles la resistencia contra las normas legales
y situaciones generadas por el modelo neoliberal. Esa eventual ruta de la batalla
democrática y antineoliberal tendría la ventaja de que, no obstante lo
maltrecha y esmirriada que se halla la democracia colombiana, en principio se
contaría con el suficiente margen de la misma para que la resistencia política
y social no fuese declarada fuera de la ley, como sucedería en un régimen
abiertamente fascista. Desde luego, hoy aún no hay nada definido. Está por
verse qué decidirá Duque frente al dilema que enfrenta, o se aparta del
uribismo y gobierna con una coalición del establecimiento o se mantiene bajo el
influjo del jefe de la ultraderecha y resuelve proseguir su proyecto fascista
hasta su consumación. Como también está por verse la actitud definitiva de los
grandes grupos financieros que controlan y se lucran de la economía del país. Y
en especial del de Sarmiento Angulo.
Recapitulando: el
presidente Iván Duque, habiendo hecho carrera gracias a la frondosa estela
santista, fue a parar a un lugar equivocado: la ultraderecha uribista. Tal el
meollo de la reconvención del director de Semana
al actual presidente. El reclamo por la ingratitud va acompañado de las
reconvenciones por los efectos de la mala escogencia de los compañeros de
viaje, el “atolladero” en que se halla Duque. Sin dejar por ello de poner de
presente el respaldo extendido por sus antiguos auspiciadores, porque “el
verdadero Duque es el que está manejando el paro”. Sin importar tampoco la
contradicción que tal apoyo comporte, habida cuenta que ese “manejo” frente a
la protesta social –negativa a negociar, intentos de manipulación de la opinión
pública, desafío a esta al seguir adelante con la política neoliberal, y
represión rampante–, constituye la aplicación al pie de la letra del recetario
uribista. Como fuere, tanto las vueltas de tuerca como los elogios le sirven a
Santos Rubino para desembocar en la invitación de fondo plantada a Duque:
gobernar con todo el establecimiento pero sin “el presidente eterno”.
[1] Santos Rubino,
Alejandro, “El grito de la juventud”, www.semana.com,
21 de diciembre de 2019. Todas las citas del presente artículo proceden de la
referencia en mención.
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