Por Absalón Cabrera[1]
Texto presentado en la Universidad Nacional - Maestría en Estudios Literarios
El siguiente ensayo versa sobre los animales que aparecen en la novela Manuela de Eugenio Díaz (1858), en la que, sin lugar a dudas, el autor parece aprovechar literariamente sus características en forma metafórica para hablar sobre la sociedad que se ambienta. Sin olvidar lo que algunos teóricos han denominado como una novela de costumbres, el uso metafórico de los animales suscita la reflexión en cuanto a la intención satírico-reflexiva del autor. Unos chiribicos que comienzan una historia, que impiden el descanso de un viajero en una posada de mal abrigo; un marrano que comienza una revolución, y que pone en apuros a un pueblo que se siente preso por el manejo inescrupuloso de las instituciones por parte de algunos dirigentes; micos que se salvan de ser atacados por el hombre gracias a tener rasgos parecidos al ser humano; entre muchas otras metáforas de animales que usa el autor y llevan a pensar que hay una intención literaria para su uso, pero ¿cuál es esa intención y cómo contribuye el uso literario de los animales para articular la trama con el ambiente social que transmite la novela? Y también, ¿a qué reflexión invita el uso de esta variedad de animales como reflejo de la sociedad?
La intuición que me lleva a escribir estas líneas es que hay una sátira
social en el uso de los animales como recurso literario, pero ¿en qué consiste?
Y también, ¿qué nos dicen del autor y sus intenciones narrativas? Para dar
desarrollo a estas cuestiones comenzaré con un análisis de la relación entre
las características del animal y su semejanza con los personajes de la novela.
Intentaré indagar en cómo a través de una comparación literal el autor va
acercando al lector a lo que quiere dejar patente.
Los chiribicos, para entender el malestar
Para comenzar debo precisar que la novela Manuela se enmarca en un
momento de la historia de Colombia en la que existe un interés académico y
literario por el fortalecimiento de una cultura literaria propia, comienzos del
siglo XIX. En dicha época empiezan a proliferar artículos en prosa que se
destacaban por hablar de las costumbres regionales, modos de vida, ambientes y
aspectos tradicionales de la vida colombiana. La novela en cuestión recoge esta
tradición denominada costumbrista con una particularidad, el uso de los
animales como metáfora para hablar de lo que desde su perspectiva se está presentando
en el ámbito social y político.
En línea con lo anterior, desde el comienzo de la novela el personaje
Demóstenes llega a un pueblo que parece tener atrasos en cuanto a desarrollo
económico y social, las vías de acceso son difíciles de transitar y por tal
motivo se ve obligado a quedarse en una casa de mal abrigo. Luego de cenar y
compartir con la criada, decide acostarse y descansar, pero una plaga de
chiribicos le impide hacerlo. Le producen fiebre y sed, cosa que obliga al
personaje a levantarse y cambiar de cama. Mientras consulta a Rosa, la criada,
por el motivo de la picazón, esta le dice que se debe a los animales y ahí
viene nuestra primera referencia; Rosa le dice a Demóstenes que “con los
chiribicos y con don Tadeo el tinterillo no hay remedio que valga” (Díaz, 1858;
pág. 10).
Es una referencia directa a uno de los personajes más polémicos de la
novela que encarna un modelo de comportamiento alejado de los pensamientos
liberales y democráticos. Desde la manipulación y uso irresponsable del poder
éste personaje molesta y enferma a muchos de los integrantes del pueblo, al
punto que algunos tienen que ir a vivir lejos de sus familias. Como los
chiribicos, este personaje causa “fiebre” al funcionamiento normal de su
sociedad pues no permite que se ponga en práctica lo que la constitución
establece.
Problemas sociales como la corrupción de los servidores públicos y lo
molestos, e incluso enfermizos que resultan por su ineficacia e inoperancia, el
autor los hace reflejar en una picazón producida por estos animales. Más allá
de tratarse de un costumbrismo, el uso literario de los animales parece estar
planeado para llevar al lector a pensar que, al igual que la plaga de
chiribicos, dirigentes como don Tadeo enferman la sociedad, llevando a sus
habitantes a tener que esconderse y emigrar por temor a las represalias de no
corresponder con sus caprichos.
En una prueba clara del uso de las características animales con
intenciones satíricas, Eugenio Díaz nos presenta unos escenarios muy
particulares. En el marco de la celebración de la Octava de Corpus hay unas
representaciones animales que llaman la atención. Pareciera estar acercando al
lector a un cuadro de costumbres con bastante presencia de los animales que
comunican representaciones sociales. En uno de estos cuadros dice el autor “El
primer bosque representaba la hoyada de un páramo, en donde estaba cazando a
los cazadores un venado muy grande con una buena jauría de perros, y encima se
leía este letrero: Así está el mundo” (Díaz, 1858; pág. 690). Dicha alusión nos
permite preguntarnos entorno a su significado, ¿se han invertido los valores? O
acaso, ¿se cansaron los venados de ser cazados y ahora quieren conseguir
venganza? Y también ¿qué representa el hecho que los que otrora cazados, ahora
sean los cazadores? ¿Es una alusión a la sociedad que antes era oprimida, ahora
se sienta con la valentía y el respaldo para asumir el rol de defenderse,
inclusive hasta atacar a sus oponentes? Estas cuestiones permiten sostener la
idea que hay una pretensión, si por lo menos no satírica, sí es crítica frente
a los comportamientos sociales y políticos, y ello lo hace con un claro uso de
los animales para disfrazar su apuesta discursiva.
Animales que catalizan la revolución
La importancia de los animales en la novela es trascendental para
acercar al lector a las problemáticas sociales que aborda. Como lo mencioné, la
intuición que me lleva a escribir estas páginas es que el uso de los animales
corresponde a mirar de manera satírica la situación social, y por qué no, las
costumbres políticas que aún hoy persisten, por lo cual la actualidad de la
novela Manuela es indiscutible. Uno de los argumentos centrales es la
importancia que cobra en la revolución la “Ley de la Horqueta”. Ella consistió
en la prohibir la circulación en las calles de los marranos a no ser que se
cancelara un tributo. Para distinguir los que pagan tributo de los que no, se
les ponía una horqueta.
Encontramos la “Ley de la Horqueta” en el segundo capítulo de la
novela. El personaje Demóstenes se dispone a conocer la parroquia y el alcalde
le muestra uno de los documentos oficiales; este lee el acuerdo que dice lo
siguiente: “Artículo 1. Se matarán todos los marranos que anden por la calle,
con excepción de los que tengan horqueta” (Díaz, 1858; pág. 40). En ese mismo
capítulo se da una escena que me permite sustentar mi intuición. Hay un baile
en la casa contigua de donde se hospeda don Demóstenes que no le permite
conciliar el sueño y decide asistir. En el lugar conversa con una persona que
se encuentra en el corredor de la casa. Éste le comenta que está privado de la
posibilidad de bailar, porque está huyendo de la persecución de un señor
llamado Tadeo, pero ¿por qué lo persigue? Además, como ya se venía anotando en
los comentarios de Rosa, este señor representa un malestar, incluso para
efectuar una acción cultural como el baile.
Sin olvidar las dos escenas, permítame agregar otra que tiene lugar en
el capítulo que se llama La revolución. En este se comienza con un descuido de
uno de los personajes que deja el portillo abierto, cosa que aprovechó una
marrana para salir de la casa. Sin la horqueta legal, deambuló por la calle y
don Tadeo, el personaje molesto, que causa enfermedad, que no permitía el
ejercicio de la libertad, ordenó lo que correspondía de acuerdo con la Ley de
la Horqueta. En poco tiempo se traba una disputa entre un policía, el alcalde y
dos perros intentando acosar a la marrana para capturarla. A esto se sumó
Ayacucho, el perro de don Demóstenes, excitado por la algarabía ladrando a las personas
que discuten por motivo de la marrana. Una mujer llamada Resurrección intenta
pegarle a Ayacucho y sale Manuela en defensa del perro y también de la marrana.
Y así, poco a poco se fueron sumando personas a la disputa, unos junto con
Manuela en defensa de la marrana y otros en favor del cumplimiento de la Ley de
la horqueta junto con don Tadeo. (AC).
El saldo de la revolución fue muchos heridos, dos pollos muertos,
además de que “el juez y el alcalde prendieron a Simona y sus hermanas, a José,
a Paula, a la manca Estefanía, a ñor Dimas, a doña Patrocinio, a su hija y al
perro Ayacucho” (Díaz, 1858; pág. 343). Todos los que estaban en el apoyo de
Manuela terminaron judicializados. Todos con una causa común, el incumplimiento
de una Ley por parte de un marrano.
Así es, por culpa de un animal, un marrano, se desencadena una serie de
detenciones de manera grotesca dejando entrever la parcialidad con la que
actúan los jueces. Además, en lo político, pareciera dar a entender que se
generan leyes con una clara finalidad de encausar a los integrantes de
determinados sectores sociales o personas en específico. Un marrano que causa
el desplazamiento de dos ciudadanos reconocidos del pueblo. Con ello el autor
pareciera estar poniendo el acento en lo risible que resultan los argumentos de
quienes, amparados en el poder, se empeñan en causar molestia, en ser una enfermedad
para los que no cedan a sus pretensiones.
Si tenemos en cuenta que hay una motivación costumbrista en la novela,
no está fuera de contexto pensar en una sátira hacia la forma como se
desarrolla la política haciendo uso de animales como un marrano, y mucho menos
que este sea el determinante para la llamada “revolución”.
Aprecio por la vida
Frente a la cuestión del valor de la vida, que bien puede relacionarse
con una crítica del autor por el impacto de la Guerra civil de 1854 que en su
momento causó un considerable número de muertes, el autor parece estar
contrastando la apreciación de los animales y los humanos al respecto. En lo
que sigue intento mostrar, desde la lectura de Manuela, cómo el autor hace
uso de los animales para satirizar dicho comportamiento mostrando que los
animales son mucho más sensibles.
De esta manera, en el capítulo El angelito parece poner a conversar, en
clave del valor por la vida, la forma como reaccionan los animales y los
humanos frente a la muerte del semejante. Procedo a describir la escena y luego
sacaré algunas conclusiones de eso que he llamado una invitación a reflexionar
en la situación social.
Ha muerto un niño de cinco meses y, como costumbre, los vecinos
convocan a bailes para que no se dilate su entrada en el cielo. La creencia
consiste en que, si el muerto es un bebé, en lugar de llorar, debe ser
despedido con bailes, con alegría porque ha nacido para ser un ángel y no para
pasar trabajos en el mundo. Para don Demóstenes la muerte debía tener otro
trato puesto que es una pérdida considerable, y bailar por su muerte es una
profanación a la tumba del difunto. Por este motivo aprovecha las
conversaciones para criticar la forma como las costumbres pueden ir en contra
de algunas creencias fundadas.
Atónito frente a esta costumbre, y sintiendo que había cumplido su
misión, don Demóstenes abandona el lugar del baile y se devuelve para su casa.
En el camino sostiene, con un criado, una conversación con la que quiere
concederle valor especial a la comprensión de la muerte y su tratamiento de
manera solemne, contrario a los lugareños que desvirtúan su valor en tanto lo
toman de manera festiva. Su interlocutor pone sobre la mesa el impacto que
genera ese sentimiento de dolor frente a la muerte en los animales, y contando
una experiencia personal, narra lo siguiente “Vino un toro de los más ariscos,
olió la sangre, clavó el hocico contra la tierra y dio un bramido que parecía
que se había rebullido toda la sabana” (Díaz, 1858; pág. 735). Con ello muestra
el dolor profundo que le causó al animal la muerte de su semejante.
De esta manera se ponen en juego dos perspectivas: por un lado, la de
los lugareños que, para don Demóstenes no presenta ninguna muestra de dolor por
la partida de un hijo. Ninguna muestra de empatía por la pérdida o el duelo de
su semejante. En forma de recriminación dice “la pérdida es infinita porque
pudo haber sido el apoyo de tu vejez” (Díaz, 1858; pág. 723). Frente a la
pérdida no hay una muestra de dolor.
El contraste de la perspectiva de los animales y del ser humano permite
intuir una preocupación por la forma como socialmente se habría tomado el
impacto de la Guerra civil. Incluso, y puedo equivocarme, se puede intuir una
sátira al mostrar un mayor valor por la vida entre los animales que entre los
humanos. Las evidentes manifestaciones de dolor por la muerte de un semejante,
por parte de los animales, debieran servir de referente para evitar las
pérdidas humanas producto de la guerra.
Frente a lo anterior, me cuestiono ¿es solamente un recurso literario el
uso de estos animales, o querrá expresar que hay una paridad entre algunos
sentimientos humanos y no humanos? Si se piensa que el autor pretende invitar a
reflexionar en la situación social, la pregunta que me surge es ¿estará
pensando en las muertes que causó la revolución y el poco valor que le dieron a
la vida de sus semejantes en los enfrentamientos armados de la guerra?
Animales como humanos
La metáfora que presento a continuación tiene una participación
constante en diferentes partes de la obra. A don Demóstenes le gusta la caza,
pero hay unos animales a los que nunca les dispara puesto que tienen un
parecido con los seres humanos. Pareciera simple, pero es una cuestión
fundamental a la hora de pensar en poner fin a las guerras. Pensar en el otro
como un semejante que puede sentir, preocuparse, respirar igual.
Con esto no quiero forzar la interpretación, pero sí pretendo sostener
la intuición ya mencionada, tal que persiste en el texto una invitación a
pensar la situación social y política. Hablando sobre uno de estos animales,
don Demóstenes dice: “las manos se parecen exactamente a las manos enjutas de
los empleados, pero no diré nada de las uñas. Las narices son un poco
deprimidas; pero no las hay en Bogotá de este género, aunque la naturaleza por otra
parte haya tenido el cuidado de sustituir la falta, dándoles a otros picos de
yátaros por narices” (Díaz, 1858; pág. 714).
En este caso hay una comparación directa del humano con el animal, y
por tal motivo una apreciación diferente sobre los mismos. Además, quiero
agregar una escena en la que se hace patente la apreciación diferencial que
tiene el animal en cuestión y otros animales. Cuando está don Demóstenes
ayudando en la labor de caza a la guardiana, ésta le presiona para que les
dispare a unos micos. El cazador se opone porque va “contra sus principios”, y
luego afirma “es que yo no mato animales parecidos al hombre” (Díaz, 1858; pág.
557).
Si bien no es el interés forzar la interpretación como he sostenido en
todo el ensayo, con las anteriores anotaciones podemos intuir una intención del
autor en rechazar el asesinato de los semejantes. Si le es difícil dispararles
a los animales, solo por tener parecido con humanos, pues dispararle a otro
humano debía ser algo más rechazable.
Conclusiones
El uso de los animales como recurso literario parece tener una
intencionalidad satírica en la medida que los contrastes se dan de manera aguda
y constante. El hecho que se den así, repetidas veces, dan pie a pensar que hay
una intencionalidad en su uso y no obedece a casualidades descriptivas.
Pensando en las preguntas planteadas al comienzo sobre la contribución
que le hace a la novela el uso literario de los animales, me permito sostener
que, si bien es claro que la novela aborda problemáticas más amplias entorno a
la relación Estado e iglesia, bipartidismo, costumbrismo, entre otros, el uso
de los animales como recurso metafórico permite poner el acento en una
intención satírica y no meramente descriptiva de las problemáticas. En este
mismo sentido, me permito arriesgar la idea que el autor hace una invitación a
reflexionar en cuestiones que adolece la sociedad, a pensar que hay
comportamientos animales que responden más a lo que debiera apuntar el hombre,
como la valoración de la vida de su semejante.
Bibliografía
Díaz Castro, José Eugenio (1858); Manuela; Recuperado de: www.ellibrototal.com
Díaz Castro, José Eugenio (1858); Manuela; Recuperado de: www.ellibrototal.com
1) Chiribico: Arácnido de las tierras calientes, de olor desagradable y
cuya picadura produce fiebre (RAE, Consultado en enero del 2019).
[1] Absalón es Licenciado en Filosofía y estudiante de
maestría en Estudios Literarios y comentarista en periódicos digitales como
Las2orillas, La bagatela, Entre otros artículos ha escrito Crónica: Un
veintitrés de noviembre, ¿Se está repitiendo la historia?, ¿Para qué leer?, El
insulto como expresión social y política y Es hora de abandonar la política del
miedo. Escritor del artículo La filosofía en el plan de estudios en Colombia
publicado por la Revista de estudiantes de Filosofía de la Universidad del
Valle, Revista Enphoques. Autor de dos libros: En el Pacífico colombiano, entre
esperanza e incertidumbre (2018) y Relatos de Carmen.
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