Duque y sus enanitos

César Tovar de León 4:40 p.m.

 Y a Duque le encanta su papel de enano comandante de un puñado de enanitos de menor estatura intelectual y política que él, que ocupan los principales cargos de este Gobierno. El país no sabe si rabiar o reír todos los días a las seis de la tarde en el vacío “informe presidencial de la pandemia”, una pésima copia del programa de Chávez de “Aló, presidente” en Venezuela.

Por Yezid García Abello
Secretario general (e) del PTC / Bogotá D.C., 10 de mayo de 2020

El gabinete ministerial del presidente Duque está perfectamente hecho a su imagen y semejanza. Inexpertos, lentos, incapaces, superficiales, imprudentes, laxos con la corrupción, obsecuentes ante los dueños del país y agresivos con los trabajadores, los pobres y los vulnerables de Colombia. Pero creen que se tomaron el cielo por asalto, y ni los estragos ni la crudeza de la pandemia los hacen bajar de la nube. Y a Duque le encanta su papel de enano comandante de un puñado de enanitos de menor estatura intelectual y política que él, que ocupan los principales cargos de este Gobierno. El país no sabe si rabiar o reír todos los días a las seis de la tarde en el vacío “informe presidencial de la pandemia”, una pésima copia del programa de Chávez de “Aló, presidente” en Venezuela.
De lejos, comanda el grupo la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, demagoga en campaña electoral que ahora trata de “atenidos” (persona que vive a costa de los demás) a los colombianos, ignorando a propósito que las escasísimas ayudas que han llegado a los más pobres salen de los recursos públicos, o sea de los impuestos de los contribuyentes. Furiosa porque la prensa le pregunta, con todo derecho, sobre su relación comercial con “Memo Fantasma”, el oscuro personaje que fue su socio y el de su esposo en la construcción del edificio Torre 85 en Bogotá. La que confunde, día de por medio, a Uribe con Duque y lo llama presidente de Colombia. La qué afirmó, sin rubor alguno, que la migración venezolana “hacía parte de la estrategia expansionista del socialismo del siglo XXI” y la que calificó al ex procurador Ordoñez de “General de cuatro soles”. Otro día dijo que era más dañino tomar 100 vasos de agua que uno de glifosato. La que nunca ha estado de acuerdo con el confinamiento y la cuarentena porque se afecta la economía de sus amigos, los poderosos. Su comportamiento arribista parece dirigido a poner en ridículo al presidente para forzar su salida y ella, presurosa, reemplazarlo.
Haciendo esfuerzos por acercarse a la Vice está la uribista triple A, Alicia Arango, la que como ministra de Trabajo se inventó tramitar de afán las reformas laboral y pensional que lesionaban gravemente los intereses de trabajadores y pensionados. Siempre ocultó su intención y negó, hasta última hora que el Gobierno estaba comprometido con las reformas. La premiaron, por presión de Uribe, con el ministerio del Interior. Y allí pretendió convertirse en la adversaria de la alcaldesa Claudia López en la discusión sobre la necesidad de cerrar el aeropuerto El Dorado, establecer la cuarentena obligatoria y que la vida está por encima de los intereses económicos de unos pocos. A regañadientes tuvo que aceptar su derrota, pero cada vez que puede, saca las orejitas para plantear las posiciones más atrasadas y peligrosas frente a la pandemia. Entre tanto, Indepaz afirma que sólo este año, transcurridos cuatro meses, van 95 líderes y lideresas sociales asesinados, y reporta también que en el mismo período perdieron la vida 24 excombatientes, 7 familiares de líderes y un escolta. La protección de estos ciudadanos es responsabilidad directa de este ministerio. Alicia era feliz cuando el Ñeñe y los mencionados en los audios que hablan de la compra de votos para Duque en el Cesar y la Guajira le llevaban presentes, como se puede escuchar en las grabaciones de María Claudia Daza, la Caya Daza, que duermen el sueño de los justos en la Fiscalía.
Cuando los camarógrafos de Palacio se preparan para transmitir el mencionado programa presidencial de las seis de la tarde preguntan si ya llegó la tortuga. Se refieren, claro está, al lentísimo ministro de salud Fernando Ruiz, cuota de Vargas Lleras en el gabinete pese a que éste lo ha negado, avergonzado, más veces que San Pedro a Jesús. Para él la dimensión tiempo no existe ni en la época del coronavirus. Le parece lo mismo que los recursos necesarios para los respiradores, las UCI, los elementos de protección, el material para las pruebas, los salarios atrasados de los trabajadores de la salud, el cumplimiento de los mandatos de la ley de Punto Final, se entreguen hoy o dentro de varios meses. Todos los días habla del aplanamiento de la curva que ningún experto le avala. Viaja a Villavicencio y llega contento porque “todo está preparado para enfrentar la pandemia” y los contagios crecen exponencialmente en la cárcel sin solución a la vista. Lo mismo dijo después de su viaje a Leticia y al día siguiente murió el diputado de la Alianza Verde, Camilo Suárez, presidente de la Asamblea, que clamó por todas las vías posibles atención para el sufrido departamento del Amazonas. Entre tanto, crecen los contagios y los fallecimientos en todo el país, ya superaron los 11.000 y se está cerca del medio millar de muertos. Ruiz sería un excelente candidato a ministro de Salud de Bolsonaro en el Brasil.
El ministro de Agricultura Rodolfo Zea Navarro, cuota del senador conservador David Barguil y cuñado de la directora del centro democrático Nubia Stella Martínez, tiene abierta una investigación en la Fiscalía por la adjudicación irregular de préstamos por 226.000 millones de pesos, del programa “Agro Colombia produce”, con tasas de interés subsidiadas, que debían ir para pequeños y medianos cultivadores y  el 94%acabaron en manos de grandes agricultores y empresas comercializadoras de productos agrícolas. Cómo sería de protuberante la irregularidad que, ante el escándalo, algunas grandes empresas devolvieron a las volandas buena parte de los recursos públicos recibidos a través del Fondo Financiero Agropecuario (Findeter). Al ministro Zea, que ya debía estar separado de su cargo, el presidente Duque sólo lo amonestó y no lo invitó más a su programa diario por los canales de televisión.
El 23 de marzo, frente al peligro cierto que la pandemia llegara a las prisiones sin preparación, ni recursos, ni condiciones mínimas para enfrentarla en medio de un hacinamiento carcelario cercano al 60%, se desataron desórdenes, motines y actos de desobediencia civil en varias prisiones del país. Esos hechos dejaron, lamentablemente, 23 muertos en La Modelo en Bogotá. Por ello, el Gobierno se vio obligado a declarar la “emergencia carcelaria” y anunció un decreto que permitiría la excarcelación de los reclusos mayores de 60 años, los que estuvieran próximos a cumplir condena, los enfermos y en condición de discapacidad y los condenados por delitos menores. Entre la ministra de Justicia, Margarita Cabello Blanco, y el Fiscal General, Francisco Barbosa, decidieron prolongar irresponsablemente en el tiempo la expedición de ese decreto, a sabiendas de que las prisiones son peligrosos focos de contagio y propagación del temido virus.
Después de 23 días de angustiosa espera sacaron el decreto 546. Decreto recortado frente a los criterios establecidos inicialmente, lleno de exclusiones, confuso, de trámites engorrosos que, a lo sumo, dejaría en prisión domiciliaria entre tres y cuatro mil reclusos. Pero ya era tarde, el coronavirus se propagó entre la población carcelaria y su entorno de guardias y personal administrativo, principalmente en la cárcel de Villavicencio, donde se superó la cifra de ochocientos contagiados. La aseveración de que íbamos “rumbo a un genocidio carcelario” cobró plena vigencia por el absurdo manejo dado a la grave situación. Si la excarcelación se sigue dando al ritmo establecido por el decreto, los beneficiarios terminarán de salir a su casa cuando ya haya terminado la pandemia, ya que salen en promedio 117 por semana.
Capítulo aparte merece el actual ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo. Parece el hijo mayor de Trump en cuanto a cumplir sin demora las órdenes del magnate y su gobierno imperial. Como ministro de Relaciones Exteriores se dedicó a conspirar contra el gobierno venezolano, intervenir en los asuntos internos de otros Estados, violar la soberanía nacional del hermano país, criticar a Cuba, China y Rusia, y vociferar altaneramente que a Maduro le “quedaban pocas horas de mandato”.
Mucho se podría criticar sobre su papel como ministro de Defensa, pero con el tema de las chuzadas y el cinismo con el que ha tratado tan delicado asunto hay material de sobra. A las denuncias de la revista Semana, fruto de investigaciones y a una cuidadosa labor de prensa, donde se afirma que la “Inteligencia” militar ha elaborado carpetas, definido perfiles e interceptado comunicaciones de 130 personas entre periodistas nacionales y extranjeros, dirigentes políticos y sindicales, defensores de derechos humanos y miembros de ONG, Holmes ha respondido sin salirse un ápice del libreto establecido desde que Uribe comenzó a utilizar esta herramienta como parte de la lucha política. “Ni el Gobierno ni el alto mando comparten estos procedimientos”, “no nos temblará la mano para castigar a los culpables”, “esas son unas pocas manzanas podridas”, son sus huecas frases para capotear las preguntas en las ruedas de prensa mientras se amaina el temporal. ¿Quién podrá creer que estos ilícitos serían conocidos por la opinión pública si Semana no hace la denuncia? ¿Alguien confiará de las investigaciones internas del ministerio de Defensa y el Ejército, si después de tanto tiempo no hay ningún resultado?
Y, paralelamente, no descansa Holmes de echarle candela al conflicto con Venezuela. El ex general venezolano Clíver Alcalá, supuestamente pedido por la justicia norteamericana pero que vivió libremente dos años en Colombia, conspira en la frontera, transporta armas de largo alcance en la Costa, patrocina cursos de adiestramiento en la Guajira a mercenarios, ofrece declaraciones altisonantes y nada le pasa ni se le cuestiona por parte de las autoridades colombianas. No hubiera sido extraño que Holmes firmara orgullosamente como testigo el contrato de Juan Guaidó con el mercenario norteamericano-canadiense Jordan Godreau para que “invadiera” Venezuela y llevara a Maduro ante los tribunales gringos. Esa fracasada aventura terminó con las tres lanchas artilladas colombianas que aparecieron en territorio venezolano, en el río Orinoco, que curiosamente el ministro de Defensa colombiano explica afirmando: “se soltaron de sus amarras y se las llevó la corriente hacia allá”.
Ya habrá tiempo y oportunidad para hablar de los otros enanitos y enanitas que por límites de espacio no alcanzaron a ser mencionados y parcialmente descritos en estas líneas. En ese otro grupo hay “destacadísimos” personajes como el ministro de Hacienda y la ministra de Minas, entre otros. Ojalá que el absurdo manejo del Gobierno nacional a la crisis causada por el Covid-19 y su inevitable expansión como lógica consecuencia, no nos impida hacerlo más adelante, en otro escrito.

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