Miembro del comité de redacción de La
Bagatela y corresponsal en Chile
Lota es una ciudad legendaria en la
historia chilena por las minas de carbón, cuya explotación se dio entre la
segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Ubicada en el
centro geográfico continental de este país en
la VIII región o región del Biobío, fue motor de su desarrollo capitalista. En Lota hubo ferrocarril y
luz eléctrica primero que en todo el país, también la primera hidroeléctrica y
numerosas industrias asociadas a la explotación del carbón, como la navegación
a vapor, la cerámica, el vidrio, la fundición de cobre y la explotación
maderera.
Lota pasó de ser un poblado indígena y
campesino a la principal ciudad industrial y un emporio carbonífero en el lapso
de 50 años. El primer dueño de las minas de carbón fue José Antonio Alemparte
Vial, militar en la guerra de independencia, empresario e intendente de Concepción,
capital de esta región, quien por una pequeña suma de dinero le compró a los
indios Cabullancas en 1840, “el derecho a explotar el carbón encerrado en sus
dominios”1.
En 1852, Alemparte vende sus derechos a
Matías Cousiño y se establece una sociedad entre estos y el ingeniero inglés
Tomas Blahd Garland. Para que la sociedad no tuviera problemas con los
Cabullancas, les compraron 500 cuadras por mil pesos (alrededor de 6.000 Ha.).
En 1856 Cousiño compra las acciones de Alemparte y Garland, quedando como único
dueño de las minas de Lota.
Cousiño había amasado una fortuna en el
norte del país, desempeñándose primero como mayordomo en las minas de plata de
Ramón Ignacio Goyenechea, luego fue socio y finalmente se casó, en segundas
nupcias, con Luz Gallo, viuda de Goyenechea. Las familias Gallo, Goyenechea y
Matta fueron poderosos linajes de Copiapó, capital de la III región de Atacama.
Cousiño, desplazado al Biobío, invirtió inicialmente en la industria molinera
de la región aprovechando la gran demanda de trigo debido a la fiebre del oro
en California, pero puso todo su empeño y parte de su capital en la suerte del
carbón de Lota. Se narra que trajo, además de la tecnología inglesa, a 50
técnicos en minería del carbón de Escocia. Construyó en Lota vivienda
diferenciada, casas para los técnicos y médicos, y pabellones para los obreros.
Levantó bodegas, un puerto y una flota de vapores para comercializar el carbón.
En 1863, año en que murió de una rara enfermedad, la población de Lota llegaba
a casi cuatro mil habitantes, la explotación de carbón tenía 600 obreros y
varias minas, entre ellas “El Chiflón del Diablo”, que con el tiempo alcanzó
1.200 metros de profundidad.
Luis Cousiño Squella, hijo del primer
matrimonio de Matías no solo heredó todas las propiedades de su padre, sino que
acumuló dos fortunas al casarse con Isidora Goyenechea, hija de su madrastra.
Las gigantescas ganancias de la producción carbonífera provenientes de la
creciente demanda interna de carbón y de la superexplotación de los obreros, le
permitieron acrecentar su fortuna a niveles astronómicos para la época y
expandirse a otras actividades como la vinícola, la extracción del cobre, la
industria de la seda, la electricidad y la cría de salmones. Muere a la edad de
38 años de una tuberculosis fulminante.
En el Museo Histórico del Carbón en Lota,
la guía sale vestida a la usanza de las últimas décadas del siglo XIX
interpretando, en su narración, a Isidora Goyenechea Gallo, quien heredo toda
la fortuna Cousiño y se convirtió en la mujer más rica del planeta. Si la
revista Fortune existiera en esos años, de seguro la pondría en la lista de los
diez más ricos del mundo. Muere de 61 años en París, donde residía en un hotel
propio, lujoso y exclusivo, como lo fue su palacio en Lota. A Isadora Goyenechea
se le atribuye la dotación de obras que mejoraron la triste situación de los
obreros del carbón, tal vez conmovida o compelida por las protestas de los
mineros y las necesidades de mano de obra permanente. Mejoró las hacinadas
viviendas de pabellones, pavimentó barrios, creó el Hogar del Pequeño
Cottolengo, el hospital, la casa de la Gota de Leche y la iglesia en piedra de
Lota Alto Todo esto a la vez que administraba y multiplicaba sus grandes
negocios con doce administradores a los que les pedía cuentas hasta del último
centavo. De esta forma Lota se toma el complejo ferroviario de la zona, las
minas de la vecina Coronel, los bosques hasta el rio Biobío y el territorio de
Curanilahue.
Pero en Lota nace otra cara de la moneda,
el proletariado minero. Sometido a la más cruenta explotación, opresión y
segregación. Jornadas de doce horas en el interior de la tierra, sin luz, con
un aire viciado, sin baños, con un pan relleno de algo y café por comida,
sometidos a altas temperaturas, a trabajo forzado, con peligro de muerte a cada
minuto por los derrumbes o las explosiones de gas, con herramientas manuales de
gran peso, sin ninguna seguridad y sin primeros auxilios. La vivienda era
separada y consistía en piezas alineadas en pabellones, sin luz eléctrica, con
servicios comunitarios de baños, lavaderos y hornos. Adicional a ello les
pagaban con fichas convertibles únicamente en los comisariatos de la misma
compañía. Y lo peor de lo peor, el trabajo infantil de los hijos de los
obreros, apenas cumplidos los 8 años. Muy parecido a los enclaves coloniales
imperialistas.
El escritor insigne de Lota, Baldomero
Lillo relata, con un realismo desgarrador, la vida y sufrimientos de los
mineros de Lota, pero también sus esperanzas, su cultura, su identidad y sus
luchas. En 1904, el maestro del realismo social en Chile, publica la primera
edición de Subterra compuesta por ocho cuentos, casi todos desarrollados en la
mina “El Chiflón del Diablo”. Su lectura conmueve hasta el espíritu más duro o
más procapitalista y hace entender de manera magistral el mal endémico de este
sistema: la injustica social, fruto de la concentración de la riqueza en pocas
manos, producida por el trabajo de cientos de miles de obreros:
!Pobre viejo, te echan porque ya no sirves!
Lo mismo nos pasa a todos. Allí abajo no se hace distinción entre el hombre y
las bestias. Agotadas las fuerzas, la mina nos arroja como la araña arroja
fuera de su alimento. ¡Camaradas, este bruto es la imagen de nuestra vida!
¡Como él callamos, sufriendo resignados nuestro destino! Y, sin embargo,
nuestra fuerza y poder son tan inmensos que nada bajo el sol resistiría su
empuje. Si todos los oprimidos con las manos atadas a la espalda, marchásemos
contra nuestros opresores, cuan presto quebrantaríamos el orgullo de los que
hoy beben nuestra sangre y chupan hasta la médula de nuestros huesos. Los
aventaríamos, en la primera embestida, como un puñado de paja dispersa el
huracán. ¡Son tan pocos, en su hueste tan mezquina ante el ejército innumerable
de nuestros hermanos que pueblan los talleres, las campiñas y las entrañas de
la tierra! (del cuento Los Inválidos. Editorial Centro Gráfico Limitada).
Debido a esta situación calamitosa, Lota
también fue de las primeras en el despertar obrero. En 1854 se dio la primera
protesta minera, repetida en 1859. Una de las primeras mutuales obreras en
Chile fue la de los mineros de Lota en 1903, que organizó dos grandes huelgas,
la primera de 43 días y la segunda de 83 días. En 1926 se organizó el sindicato
de obreros mineros de Lota y Coronel, que cruza la historia en el siglo XX del
movimiento sindical chileno, esta organización, conocida en el transcurso del
tiempo como sindicato #6, tuvo profunda influencia no solo en el campo sindical
sino en el campo social y político de todo Chile. La huelga de 1960 que duro 96
días y que involucró a los mineros de Lota, Coronel y Schwager, fue una
epopeya, que alcanzó episodios de dramatismo y combatividad como marchas hasta
la capital regional, Concepción, desplazamiento de comisiones a todo Chile,
ollas comunitarias, hambre, asilo de los menores en Santiago y muchas acciones
de características heroicas. Esta huelga solo pudo ser eclipsada por el
megaterremoto de Valdivia de 9,5 MW ocurrido el 22 de mayo. La huelga motivo
dos publicaciones recientes Pueblo del Carbón (Lengua Editor, 2013) y “Lota,
1960. La huelga larga del carbón (Editoriales Nébula y LOM, 2015).
La minería del carbón, junto a muchas otras
industrias de extracción y manufactura, las comunicaciones y los servicios
bancarios, fueron estatizados en el gobierno de la Unidad Popular de Salvador
Allende: “Pensamos que este paso es trascendental no sólo para los trabajadores
de esta zona, para esta provincia, sino para Chile entero. ¡Desde hoy la
Carbonífera Lota-Schwager pasa a ser una empresa del Área Social de la
propiedad, vale decir, una empresa del pueblo de Chile!”(Discurso en la
población de Lota pronunciado el 31 de diciembre de 1970). Las intenciones
soberanas de Allende para un desarrollo social y económico en favor de los trabajadores
y el pueblo respecto al carbón de Lota y al país, fueron frustradas por el
golpe militar de Pinochet y arrasadas en su dictadura. La producción de carbón
fue relegada en la dictadura y el movimiento obrero de Lota reprimido y
constreñido, al punto que el símbolo de su fuerza, el Teatro de los Mineros de
Lota, una edificación de más de 3.000 m2, nunca pudo concluirse.
Los presidentes democratacristianos, que
gobernaron en nombre de la Concertación Nacional en el tránsito hacia la
democracia, mantuvieron incólumes las políticas neoliberales de la dictadura,
como consecuencia dejaron marchitar la producción carbonífera de la provincia
de Arauco. A pesar de la dura y prolongada batalla de los mineros, que despertó
la simpatía de la población y el movimiento sindical y que incluyó una marcha
de más de 600 km a Santiago y grandes manifestaciones en esta ciudad, el 16 de
abril de 1997 Eduardo Frei Ruiz-Tagle cierra las minas de Lota, dejando una
ciudad de 48.000 habitantes sumida en la pobreza y el olvido, sin brindar
alguna alternativa sustitutiva de trabajo.
El 18 de junio visité Lota en compañía de
tres generaciones que sienten con orgullo a Lota como su terruño. Con los Cea
recorrimos sus calles y monumentos, sus parques y plazas, las viejas casas y
pabellones, la derruida explotación minera y el museo, sus iglesias y teatros,
el campo de futbol y el camposanto, el hospital y la Gota de Leche, al tiempo
que hablamos de la vida de los mineros, de sus alegrías y sus tristezas, de sus
luchas, marchas y huelgas, del comienzo y del fin. Al término del periplo pensé
en la historia de los numerosos Potosí, que como Lota, atiborran la historia
Latinoamérica. Unos pocos, nacionales o extranjeros, se llevan la riqueza y a
la población no le quedan sino ruinas y miseria. Desde “El Chiflón del Diablo”
sopla un viento de nostalgia que recorre ya no el socavón profundo sino las
calles de Lota.
Nota: Al regreso de la visita a Lota pensé
que valía la pena escribir para Colombia una impresión de esta experiencia y en
ese instante ideé el tema y el título de este artículo. Para escribirlo compré,
Subterra el libro de Baldomero Lillo y lo leí junto con mucha información de
Internet sobre Lota. Al terminar el artículo me encontré con la tesis de grado
de la licenciada en historia Francisca Sanzana Molina titulado: De la oscuridad
de las minas a la oscuridad de un presente sin ellas, que trata
superlativamente el tema, pero que, para satisfacción propia, tiene el mismo
sentido: “Lota y sus habitantes no son los mismos que hace veinte, treinta o
cuarenta años atrás. El hilo conductor de su identidad, la producción
carbonífera y sus lógicas persiste, pero se encuentra ahora en forma de
nostalgia, de pasado”2. Ella es de Santiago pero lotina de ancestros y corazón,
como lo muestra en su dedicatoria. “A los trabajadores del carbón y sus
familias, que mantienen su lucha viva en la memoria. A toda la comunidad
lotina, que resiste duramente la marginalización y la pobreza. A don Luis
Anguita, el querido vecino. Gracias por su cariño y su testimonio. Q.E.P.D. A
mis abuelos, por la ternura, su infinito amor y su fuerza cotidiana”.
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