Por Hernando Medina
Secretario Regional del PTC en Santander,
Movimiento Nuevas Masculinidades en Santander
Colombia es un país con altísimos índices
de violencias de género. Dos mujeres son violadas cada hora. En los últimos
tres años en Colombia fueron violadas 721.246 mujeres, la mayoría en edades
entre los 13 y los 49 años. Yuliana, Silvana y Sarita son apenas los últimos
ultrajes. La violencia de género en el país es una verdadera epidemia, sobre la
base de que es un fenómeno prevalente en la mayor parte de la población.
Existen distintos tipos de violencias:
física, psicológica, económica, jurídica, sexual, patrimonial. La violencia
psicológica es la menos reconocida en el imaginario general, de hecho, las
descalificaciones permanentes, la subvaloración, las amenazas de abandono, los
celos y hasta la intimidación con armas de fuego, entre otras, son quejas casi
permanentes en las entidades encargadas.
El debate de Lucio y Vivían sobre el
referendo homofóbico, las posturas archiconocidas del procurador, las maniobras
uribistas en la consulta de la paz con el asunto de la equidad de géneros son
muestras fehacientes de la profunda herencia cultural patriarcal que nos
domina. Cabe anotar aquí, que el patriarcado es históricamente inherente a la
propiedad privada y ha transcendido a todos los modos de producción basados en
la división de clases, sin embargo en el mundo capitalista y neoliberal se
ensaña con especial sevicia. Al igual que otras deformaciones sociales, como la
violencia animal, la discriminación a las comunidades lgtbi, la contaminación
ambiental, la movilidad contaminante, el movimiento de nuevas masculinidades se
pone al orden del día ante los altísimos índices de violencia machista en el
mundo y en Colombia.
Donde se aprecia el mayor desequilibrio en
el ejercicio del poder entre hombres y mujeres es en la violencia sexual. El
conflicto armado, la violencia política y el terrorismo de todos los pelambres,
entre otros tipos de violencia han ocultado la violencia de género en la
sociedad.
El poder siempre ha estado concentrado en
la figura masculina. Los roles del hombre predominante: la fuerza, la valentía,
la virilidad, el triunfo, la competición, la seguridad y el no mostrar
afectividad han estado presentes a lo largo de toda nuestra historia. Para la
masculinidad patriarcal los varones deben ser machistas, o de lo contrario se
trata de varones débiles, afeminados, blandos, indefinidos. El padre así visto,
es un padre basado en la división sexual del poder, donde la relación padre e
hijos es la del padre autoritario, el proveedor que brinda recursos económicos
y el transmisor del patrimonio genético, económico, de saberes y los códigos de
la masculinidad. Es aquel cuya función es preparar al niño (especialmente
varones) para lograr la capacitación que lo haga heredero de los logros
paternos (patrimonio, oficio) que el niño solo puede disfrutar en una edad
posterior, y que espera que su hija se empareje con otro varón que sea al menos
como él. El padre es el amo, dueño y señor de su hogar y las mujeres (la esposa
y las hijas) solo funcionan como medio de reproducción o como muestra de
prestigio. Para conservar su poder destruye la autonomía de los hijos. Este
padre infringe castigo y abuso (incluido el sexual) y muestra total desinterés
por la crianza de sus hijos, crianza que delega a su pareja.
El proceso de paz que se desarrolla en el
país demanda de las organizaciones avanzadas de los trabajadores y el pueblo de
manera urgente impulsar un “modelo de paternidad diferente”, demanda que los
hombres comprendan y acompañen las luchas de las mujeres y por consiguiente que
fomenten relaciones de género en pie de igualdad.
Desde varias décadas atrás y como resultado
de las actividades anticapitalistas y antiimperialistas de los distintos
movimientos democráticos del país ha venido surgiendo unas “nuevas
masculinidades”, grupos de varones que rechazan la masculinidad patriarcal
hegemónica y proponen un movimiento no que los vuelvan pasivos frente a las
mujeres o demás hombres, ni una feminización negativa del rol masculino en la
sociedad, sino que lo que propician es una superación del machismo tradicional
que habilite a los hombres a asumir actitudes emocionales que los conecten con
la ternura y les permita vivir una sexualidad sensible y amorosa sin dejar de
ser masculinos. Hombres que estén más cerca de sus seres queridos.
Trabajar en esta forma de concebir al
hombre significa ayudar a cambiar las actitudes y las prácticas de los hombres
de manera individual y colectiva para conseguir una sociedad igualitaria entre
hombre y mujeres en las relaciones personales, en las organizaciones, en las
comunidades, las instituciones y hasta en la propia nación. Este no es un
trabajo sencillo pues requiere deconstruir en poco tiempo lo que durante siglos
se ha venido practicando.
En una sociedad libre de machismo, habría
menos asesinatos de hombres y de mujeres, habría menos violencia, menos
sufrimiento, menos dolor. No habría jerarquías ni viviríamos en un mundo tan
competitivo: los hombres no tendrían que someterse al estrés de ser los mejores
en todo, no se sentirían perdedores todos los días, no tendrían que pisotear a
los demás para subir más alto. No tendrían por qué tener complejos de
inferioridad o superioridad: podrían relacionarse de igual a igual con otros
hombres, con las mujeres, con los niños y las niñas, con los animales de su
entorno, y con la naturaleza.
Sin machismo los hombres no sentirían la
necesidad de abusar y violar a los más débiles. No se sentirían mejor dominando
y haciendo sufrir a otros hombres, a niños, niñas o mujeres. Tampoco sufrirían
la violencia, agresiones sexuales, ni violaciones, ni serían víctimas de los
abusos sexuales infantiles que hoy en día sufren a manos de otros hombres. No
tendrían que prostituirse ni tendrían que drogarse para soportarlo, no tendrían
que vivir una vida de humillaciones y dolor. Y las mujeres tampoco tendrían que
sufrir por lo mismo.
Sin machismo los hombres serían mucho más
libres, no tendrían por qué obedecer los mandatos de género que les obligan a
ser agresivos, dominantes, ganadores. Sin machismo, los hombres no le tendrían
miedo al amor, y aprenderían a amar sin poseer y sin dominar. Serían más libres
para empezar y para terminar las relaciones sentimentales con hombres o con
mujeres. Sin machismo los hombres podrían reírse de sí mismos, hacer
autocrítica, llorar en público, mostrar su vulnerabilidad, pedir ayuda cuando
lo necesitan. No tendrían tanto miedo a hacer el ridículo y por tanto, se
divertirían mucho más. Se sentirían más libres, respetarían todos los modelos
de masculinidad, no se verían obligados a adoptar el modelo hegemónico de
masculinidad patriarcal, y no tendrían miedos ante la diversidad sexual y
amorosa de la humanidad. Sin machismo los hombres vivirían más años porque no
tendrían que perder la vida en peleas con otros hombres, no tendrían que
someterse a conductas de riesgo para parecer muy machos, y podrían aprender a
cuidarse a sí mismos.
Por todas estas razones es que los hombres
que pertenecemos a las organizaciones populares gremiales o políticas y que
luchamos por un mundo mejor, menos desigual y más próspero, debemos
comprometernos para erradicar de nuestras vidas la cultura patriarcal
hegemónica. Hagamos de la educación en temas de género una labor del día a día
entre nuestros compañeros, copartidarios, simpatizantes y amigos sean jóvenes o
viejos!
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