Las manifestaciones son espontáneas, multirraciales y con una población predominantemente joven. En el fondo, la muerte de George Floyd abrió una discusión sobre el carácter de la democracia en Estados Unidos, relacionada con quienes integran el “we the people” (nosotros el pueblo) del preámbulo de la Constitución, a la vez que cuestiona la función de la fuerza policial en el país que se enorgullece de su democracia y de garantizar la igualdad de oportunidades. Y en el mundo la muerte de Floyd visibilizó el racismo como un problema planetario. Hizo manifiesto un problema mundial. Algunos de los ejemplos más obvios son las cifras de jóvenes asesinados por la policía en Brasil, el trato en Europa a los inmigrantes de África o la discriminación de las personas negras en Colombia.
Por C. Jiménez
En el momento en que escribo esto, George Floyd está siendo enterrado en Houston, Texas. Las circunstancias de su muerte el 25 de mayo de 2020 -esposado, tirado en el piso y asfixiado por la rodilla de un policía- desencadenaron una ola de protestas a nivel nacional en Estados Unidos. El 9 de junio el periodista Derrick Bryson escribía en el New York Times que desde la muerte de George Floyd, habían ocurrido protestas en al menos 140 ciudades ubicadas en distintas partes del país. El diario USA Today, el 8 de junio, afirma que ha habido al menos 1.017 demostraciones en los 50 estados. En cualquier caso, protesta o demostración, la cantidad de manifestaciones motivadas por el repudio a los hechos ha sido enorme.
La rápida propagación de las manifestaciones es
difícil de entender sin tener en cuenta el contexto del racismo en el país.
Según las proyecciones del Censo de Estados Unidos, en 2019, la población negra
representa un 13% del total de la población, alrededor de 40 millones de
personas. Es la tercera minoría racial del país, la segunda son los hispanos.
Para tener un punto de referencia, en Colombia, según cifras del Departamento
Nacional de Estadísticas, la población negra representa aproximadamente un 9,34%
de la población, es decir, hay 4.671.160 colombianos que se autorreconocen como
afrodescendientes, raizales, palenqueros o negros.
En Estados Unidos, al igual que en muchas partes del
mundo, hay un racismo sistémico, término que se usa para describir tanto
prácticas sociales -o institucionales- como políticas públicas encaminadas a discriminar
determinados grupos sociales de manera negativa en distintos ámbitos: empleo,
políticas de vivienda, educación, o acceso a beneficios públicos entre otros.
Pero en el caso de la los afroamericanos en Estados Unidos, vale la pena
destacar dos relacionados con el empleo y el encarcelamiento.
En empleo, por ejemplo, al final de 2018, la tasa de
desempleo entre los negros era el doble de la de los blancos. Los
afroamericanos tenían la mayor tasa de desempleo a nivel nacional con un 6,5%.
En segundo lugar, estaban los hispanos con 4,5%, en tercer lugar, los asiáticos
con 3,2% y de último los blancos, con 31%. Y en ciertos lugares, el desempleo
de la gente negra alcanzaba cifras más altas, en el Distrito de Columbia el 11,8%,
y en Pensilvania 89%. En materia de ingresos anuales, en 2018, el ingreso
promedio en una familia negra era de 41.361 dólares. Esta cifra contrasta con los
US$ 63.179 de ingreso de un hogar blanco. Es decir, las familias blancas ganan
al año un 50% más que las familias negras. En el país de la igualdad de oportunidades,
hay una desventaja en los ingresos basada en el color de la piel.
El otro punto por resaltar es el del derecho a la
libertad. Según el instituto Prision Policy, en 2020, el sistema de prisiones
en Estados Unidos tenía detenidos casi 2,3 millones de personas. Los
afroamericanos, a pesar de ser el 13% de la población total de país, son el 40%
de la población de las cárceles. La National Association for the Advancement of
Colored People (NAACP), una organización que lucha por los derechos de los afroamericanos,
ofrece otras cifras que, aun cuando son de 2014, complementan esta imagen: La
tasa de encarcelamiento de mujeres negras era el doble de la de las mujeres
blancas, y a nivel nacional los niños negros representaban el 32% de los niños
que fueron arrestados.
La tasa de encarcelación de la población negra es el
síntoma de un sistema judicial racista. Uno de los instrumentos más efectivos
de ese sistema en la implementación del racismo ha sido la guerra contra las
drogas. Según la NAACP, los americanos blancos y los negros consumen drogas en
tasas similares, sin embargo, el número de negros acusados por delitos
relacionados con posesión y consumo es 6 veces más alto que el de los blancos.
Otros factores que también han llevado a esta situación ha sido la
privatización de las cárceles -en algunos lugares es un negocio rentable mandar
personas a la cárcel-, el desmonte de servicios sociales, como los de salud
mental y, desde luego, la pobreza.
Los efectos que tiene la tasa de encarcelamiento son
perversos en distintos ámbitos: destruye familias, crea un ciclo de pobreza y
en algunos lugares tiene efectos en los derechos políticos. Según la
organización Afro, sólo el 38,7% de los niños negros menores de edad vive con
ambos padres, y menciono esto por los efectos que tiene en el tema de los
ingresos del hogar. Las personas negras que han pasado por la cárcel, una vez que
cumplen su condena, tienen dificultades para encontrar trabajos bien pagos. Y
finalmente, en algunos estados como Florida, quienes han sido condenados a
prisión pierden el derecho al voto. En resumidas cuentas, el sistema carcelario
se ha vuelto en un sistema para controlar y someter a la población negra,
manteniéndola pobre, en trabajos mal pagos y en algunos casos sin derechos
políticos.
Por este racismo sistémico -del cual solo he
mencionado dos puntos pero que tiene muchos más- cuando llegó la pandemia del covid-19,
la población negra ha sido una de las más afectadas. El tipo de trabajos que
consigue la población negra -especialmente los que han pasado por la cárcel-
son mal pagos, y algunos de ellos han sido declarados indispensables, como es
el caso de las personas que limpian hospitales o conducen buses de transporte
público. Floyd, por ejemplo, trabajaba de guardia de seguridad en un club. Algunos
se vuelven trabajadores independientes. Esto significa desde abrir negocios
como barberías hasta poner puestos de ventas similares a los de los vendedores
ambulantes en Colombia. El dilema de un sector importante de la población negra
es análogo al de los pobres en otras partes del mundo en el contexto del covid-19:
trabajar y arriesgarse a ser infectado o morirse de hambre.
La combinación de pobreza, empleo, problemas de salud
-sobrepeso y diabetes-, y la dificultad para acceder al sistema de salud hace
que la población negra tenga una tasa de mortalidad tres veces más alta que la
de la gente blanca. El periódico The Guardian del 20 de mayo ofrece las
siguientes cifras: La tasa de mortalidad entre los afroamericanos es de 50,3
por cada 100.000 habitantes, mientras que la de la población blanca es del 20,7%.
Esto se traduce en que más de 20.000 personas negras han muerto debido al covid-19.
“No
puedo respirar”
“No puedo respirar” fueron las últimas palabras de
George Floyd, y de cierta forma son una metáfora de la condición de población
negra en Estados Unidos. Antes de la pandemia, y debido al racismo sistémico,
ellos ya tenían dificultades, pues ser negro significa ganar menos y vivir con
un riesgo alto de ser encarcelado. Durante la pandemia, se están muriendo a una
tasa más alta que el resto de la población. Y a todo esto se sumó la brutalidad
y el uso excesivo de fuerza de la policía contra la población negra, la cual ha
existido desde hace tiempos pero que se ha exacerbado en los últimos años.
La tensión racial y el papel de la policía tienen
varios antecedentes históricos en Estados Unidos. Entre 1960 y 2000 ha habido
unas 29 revueltas por racismo contra la gente negra. La película Detroit
(2017), basada en hechos de la vida real, ilustra una de estas situaciones. Lo
que inicialmente fue una redada policial en 1967 contra una casa de apuestas
termina en una de las revueltas más grandes en la historia de Estados Unidos.
La forma como la policía trata a la población negra es inhumana y cruel. Pero
además uno de los policías mata a uno de los jóvenes negros y al final, a pesar
de las pruebas, es declarado inocente.
Es casi imposible entender el sentido de
vulnerabilidad relacionado con la condición de ser negro en Estados Unidos. En
diciembre de 2015, el periódico The Guardian, publicaba un estudio
realizado por este periódico mostrando que en ese año la policía había matado
1.134 jóvenes negros americanos. El escritor negro Ta-Nehisi Coates, en su
libro Between the World and Me (2015), narra la experiencia de haber
crecido como una persona negra en Estados Unidos. El temor constante a perder
su cuerpo porque su vida está amenazada o bien por la violencia de las
pandillas de los barrios en los que crece o bien por la opresión del racismo
sistémico.
En los últimos dos años ocurrieron varios incidentes
seguidos que enfatizaron ese temor. Las siguientes son las historias de tres
hombres negros. El 6 de septiembre de 2018, Botham Jean estaba viendo
televisión en la sala de su apartamento, y una oficial de policía abrió la
puerta del apartamento de Botham. La oficial, que se equivocó de puerta, le
disparó y lo mató pensando que un intruso se había metido a su apartamento. Ahmud
Abrey salió a trotar el 23 de febrero de 2020, en Brunswick, Georgia; dos
hombres blancos persiguieron a Abrey, le dispararon y lo mataron. George Floyd
entró a comprar un paquete de cigarrillos, y el empleado de la tienda pensó que
le estaba pagando con un billete falsó, llamó a la policía y Floyd resultó
muerto.
El mensaje de la realidad cotidiana para los negros
pareciera ser que, en Estados Unidos, una persona negra no puede salir a
trotar, no puede ver televisión en la sala de su casa, no puede comprar
cigarrillos en una tienda, porque en cualquier momento lo pueden matar. Por
eso, la última frase de Floyd, “no puedo respirar”, tiene todo un valor
metafórico. El racismo sistémico está ahogando a 40 millones de personas en lo
económico y en lo físico.
Floyd es sólo la última víctima en una larga cadena.
Una de las consignas que las personas corean en las marchas es “Say his name”
(di su nombre). Una persona dice esta frase y los marchantes corean el nombre
de una persona afroamericana asesinada. La lista es impresionante, más aún si
se tienen en cuenta que sólo se dicen los nombres de víctimas que han quedado
documentados en videos y de los que se sabe a través de redes sociales y
noticieros. He aquí algunos de los nombres que no he mencionado en el artículo,
pero que fueron víctimas de la brutalidad policial: Eric Garner, Tamir Rice,
Philando Castile, Michael Brown, Breonna Taylor, y la lista sigue.
Las
protestas y su efecto
Las denuncias y las protestas por el asesinato
sistemático de personas negras vienen en ascenso desde hace varios años. En
2013, en respuesta al asesinato de Trayvon Martin en Florida, se organizó el
movimiento Black Lives Matters (las vidas negras importan). Pero quizá una de
las más polémicas y sonadas fue la protesta del jugador negro de fútbol
americano Colin Kaepernick, capitán del equipo de San Francisco 49ers. Kaepernick,
retomando un gesto de Martin Luther King, se arrodillo al inicio de un juego de
fútbol americano en 2016 mientras tocaban el himno nacional. El gesto fue una
protesta contra la brutalidad policial y el racismo, y tuvo gran impacto debido
a la popularidad del deporte y del equipo. Sin embargo, el gesto le costó al
jugador el veto por parte de la National Futbol League, no sólo lo sacaron del
equipo, sino que no le han permitido volver a jugar.
Tanto la gravedad del fenómeno del racismo sistémico
como los antecedentes explican por qué la protesta se generalizó de forma espontánea.
Uno de los puntos centrales que piden los manifestantes es una reforma a la
policía. Este es un punto importante porque en el presente es muy difícil
acusar a un oficial por mala conducta debido a la jurisprudencia de Qualified
Inmiunity (Inmunidad Cualificada).
Tal como lo explica en periódico New York Times
en su editorial del 29 de mayo, en 1967, en el contexto de una revuelta racial
en Miami, la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos articuló la noción de Inmunidad
Cualificada. Uno de los propósitos de esta jurisprudencia era proteger a los
oficiales de policía de las posibles demandas legales cuando ellos estuvieran
desempeñando su trabajo, siempre y cuando estuvieran actuando de buena fe y con
causa probable.
En el sistema de derecho consuetudinario de Estados
Unidos, la inmunidad cualificada se traduce en la práctica en que, para poder
acusar de mala conducta a un policía, hay que encontrar un precedente
exactamente igual. Esto último es muy difícil y por esta razón algunos de los policías
que han matado afroamericanos quedan libres. El mensaje para la sociedad es
claro: el uso excesivo de la fuerza por parte de algunos oficiales de policía
no tiene consecuencias.
La protesta ya ha tenido efectos. Los cargos del
oficial que asesinó a George Floyd fueron agravados. Al principio se le acusó
de homicidio en tercer grado, equivalente a un homicidio “sin intención”. A
raíz de las protestas ahora se le acusa de homicidio en segundo grado, que
tiene un carácter más intencional. También los otros tres oficiales, que al
principio no fueron acusados han sido llamados a juicio.
Sin embargo, los efectos de la protesta aún están por
verse en tres planos: a nivel del gobierno federal, a nivel de los gobiernos
locales y a nivel institucional. En los tres niveles el objetivo es reformar la
policía, o bien para que sus acciones tengan consecuencias o bien la naturaleza
de la institución.
En el nivel federal, los demócratas en la Cámara de Representantes
introdujeron un proyecto de ley para reformar la ley de derechos civiles a
nivel nacional. En la actualidad, el abogado de una víctima del abuso de la
policía tiene que probar primero que las acciones violentas del oficial fueron
intencionales para poder acusar al oficial de mala conducta. Si el proyecto de
ley pasa, el oficial podría ser acusado si ha matado una persona en el
cumplimiento de su deber sin tener que cumplir este requisito. Sin embargo, las
circunstancias políticas son adversas. Primero tendría que pasar por el Senado,
de mayoría republicana, y luego el presidente podría vetar el proyecto de ley.
A nivel local, varios estados y ciudades están pasando
proyectos para reformar la policía. La ciudad de Minneapolis va a recortarle
fondos a la policía y la va a reformar. Esto es importante porque a raíz del
neoliberalismo, agencias estatales que atendían la salud pública fueron
liquidadas o se les recortaron fondos. Uno de los casos más relevantes fue el
de las instituciones que atendían a los pacientes con enfermedades mentales,
desmanteladas bajo el gobierno de Reagan en la década de los 80.
De forma paralela al desangre financiero de la salud
pública, el presupuesto de la policía ha aumentado al igual que el carácter
militar de la institución. A raíz de la falta de instituciones públicas, la
policía ha entrado a ejercer funciones que tradicionalmente caerían bajo la
responsabilidad de agencias de salud pública. Por ejemplo, en Colorado, a raíz
de los tiroteos en escuelas públicas -como fue el caso de Columbine en 1999-,
para brindarles seguridad a los estudiantes, los distritos escolares han
contratado a la policía. Hay un policía armado en las escuelas disponible para
proteger los estudiantes en caso de tiroteos, pero ya en otros estados ha
habido casos en los que los policías arrestan estudiantes por temas conectados
con racismo. En este caso la policía está atendiendo un problema que se podría
resolver mejor contratando más sicólogos y trabajadores sociales.
Finalmente está el plano institucional. La corte
suprema debe modificar la jurisprudencia de Inmunidad Cualificada. La juez
hispana Sonia Sotomayor y el juez negro Clarence Thomas ya han expresado
opiniones en las que destacan el carácter negativo de esta sentencia.
Todo esto está sucediendo en un contexto político en
el que un presidente racista ha envalentonado a los supremacistas blancos. En
el que los demócratas tienen el control de una de las cámaras, pero no en la
otra, y en medio de una pandemia.
Sin embargo, uno de los aspectos que dan esperanza es
la composición de las manifestaciones es su carácter espontáneo, multirracial y
con una población predominantemente joven, entre los 18 y los 40 años. En el
fondo, la muerte de George Floyd abrió una discusión sobre el carácter de la
democracia en Estados Unidos, relacionada con quienes integran el “we the
people” (nosotros el pueblo) del preámbulo de la Constitución, a la vez que
cuestiona la función de la fuerza policial en el país que se enorgullece de su
democracia y de garantizar la igualdad de oportunidades.
Y en el mundo la muerte de Floyd visibilizó el racismo
como un problema planetario. Hizo manifiesto un problema mundial. Algunos de
los ejemplos más obvios son las cifras de jóvenes asesinados por la policía en
Brasil, el trato en Europa a los inmigrantes de África o la discriminación de
las personas negras en Colombia, desde el derecho a entrar a una discoteca
hasta para arrendar un apartamento.
https://www.theguardian.com/world/2020/may/20/black-americans-death-rate-covid-19-coronavirus
https://www.epi.org/publication/valerie-figures-state-unemployment-by-race/
Ingreso
https://www.pgpf.org/blog/2019/10/income-and-wealth-in-the-united-states-an-overview-of-data
Cárcel
https://www.prisonpolicy.org/reports/pie2020.html
https://www.naacp.org/criminal-justice-fact-sheet/
https://www.theguardian.com/us-news/2015/dec/31/the-counted-police-killings-2015-young-black-men
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